Yo no digo jamás
lo que usted piensa.
Yo digo pan
y estoy diciendo niño,
usted piensa
en un arma.
Si digo patria
digo casa y potrero,
callecita o escuela,
barrilete de trapos,
compinches de la infancia.
Usted entiende
bronce de a caballo,
fanfarrias y cañones,
arengas de frontera,
memoria ensangrentada.
Cuando susurro dios
-suelo hacerlo en minúsculas-
usted prescribe liturgias y sotanas,
infiernos en latín,
no acariciarse el pito,
yo apenas pretendo decir:
no tengo fuerza.
Digo violencia frente al plato vacío
y al bebé condenado en la balanza,
usted tiende a pensar
que sentencio las piedras arrojadas,
o la mirada torva del borracho
o la mano insistente de los desarrapados.
Hay un malententendido.
Si digo solo,
usted tan solo
piensa
en solamente.
en solamente.
Si digo falta
es porque dije
Benedetti,
Mercedes,
nonna,
mi padre,
el Flaco,
Trejo
y otros tantos.
Usted entiende tribunal
y multa gambeteada.
Cuando digo fuga
hablo de una mesa de café
o de un pibe que sueña
tras las rejas,
usted alerta mira de reojo los candados.
Si digo discreción
sugiero no apremiar al otro con vergüenzas,
usted piensa en metralla.
Cuando digo dolor
me refiero a la madre
del pibe baleado en un afano,
usted prepara whisky y aspirinas.
Suelo decir perfume
-de jazmines o fresias-
usted piensa en Chanel.
Si digo mulas
sueño en cruzar Los Andes,
usted en pobres tipos
que acarrean
su podrida ganancia.
Cuando digo valor
no estoy diciendo precio.
Cuando digo mañana
voy diciendo futuro.
Cuando digo justicia
no diría jamás lo que usted piensa.
Sergio Manganelli