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Nací poeta

                                                                A los infelices de siempre. 

Nací poeta, 
como algunos nacieron 
carpinteros, 
orfebres, 
zapateros, 
marinos, 
cosmonautas.
Desenvolví palabras
como un buen dependiente, 
y sin prolijidad 
monté la estantería. 
Me alboroté 
frente a la jaula abierta, 
y decidí la libertad 
del canto. 
Nunca tuvimos más 
sobre la mesa 
que para ilusionar 
la dentadura,
y así 
en una calle 
de un barrio de provincia 
reconocí mi oficio. 
Doce años 
me urgían en las suelas. 
Así fue, 
señores jueces,
que de barro 
se hizo mi poesía, 
de pasto y niebla, 
de escarcha arropando la tos.
Armé mis versos con poca disciplina,
con el franco artificio de vivir. 
De allí su magra consistencia, 
su falta de ornamentos, 
la alquimia, 
la herejía. 
Nací poeta, 
no caleidoscopio,
de esencia, 
de lluvia,
de viento en el pinar, 
de alfarería.
No ha sido para mí 
la Arquitectura. 
Por eso, 
pido perdón
por mi imprudencia, 
por la adyacente feria 
en que amaso mis versos 
sin edulcorante 
y no haber reparado
en el Olimpo. 
Secaré los estanques, 
incendiaré los campos
silvestres y amarillos, 
corregiré el rocío, 
amarraré mi barca 
hasta que el óxido extienda
su roja sepultura. 
Heriré al arcoiris
para que se desangre 
en siete borbotones. 
Olvidaré al amor 
en su ventana, 
apagaré las llamas 
de los fuegos de invierno. 
Derramaré veneno 
en la miel cristalina, 
derrumbaré las casas, 
el tiempo, 
los anhelos.
Maldeciré el océano 
de las barcazas pobres
y cada noche 
dormiré mordiendo
la frase deslumbrante, 
la éxotica mortaja. 
Me voy 
porque en la madrugada 
una luna de alivio
me mira de reojo,
y quizás me suicide, 
con un verso espantoso 
sucio de laberinto, 
para acallar así 
la enorme culpa 
de sentirme poeta. 
Brindo por vuestras plumas 
cargadas de misterio. 
 Sergio Manganelli 

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