Por Enrique Mendiberri
Así como la Ley Seca no pudo evitar el consumo masivo de alcohol en Estados Unidos en la década de 1920, las restricciones del Gobierno para evitar la propagación del Covid-19 en el siglo XXI, tampoco parecen tener el buscado efecto sobre las conductas de los jóvenes y sus denominadas “fiestas clandestinas”.
Ambas normas tenían una esencia sanitaria, pero las costumbres terminan siendo más fuertes y, así como en el país del norte la prohibición de consumir, producir y distribuir alcohol se tradujo en el desarrollo de mafias y crimen organizado, en nuestro país, la restricción para evitar la concreción de contagios entre una franja etaria jóvenes que no están dispuestos a dejar de hacer reuniones para divertirse y pasar el rato, lo hace a través del desarrollo de eventos improvisados en los que abundan distintos peligros y la contaminación ambiental que dejan en las playas cuando todo termina.
LA VOZ DEL PUEBLO dialogó con tres asistentes a fiestas clandestinas de distintas edades, quienes bajo estricta reserva de identidad, aceptaron compartir sus puntos de vista sobre distintos aspectos que hacen a estos eventos.
Así, cuando se habla de peligros a los que pueden estas expuestos, se desprenden, lógicamente, la posibilidad de contraer Covid-19, como así también otros derivados del hecho de estar lejos de la zona urbana, sin ningún responsable a cargo y al comando de vehículos que, sobre todo en el final, constituyen un riesgo. Si bien, y según sus propios dichos, estos riesgos no alcanzarían a los consultados, asistencias que llegan a varios centenares, hacen imposible su generalización.
“Riesgos familiares”
José, tiene 17 años. Usa barbijo sólo en lugares donde es obligatorio y, después de esta experiencia de verano, ve con buenos ojos dejar de ir a un boliche cerrado si sabe de una “clandestina”.
Si bien reconoce que en la ciudad de Tres Arroyos existen fiestas clandestinas, él afirma que fue solamente a las que se hicieron en Claromecó.
“En Tres Arroyos había fiestas, pero no de la magnitud que se dieron en Claromecó durante el verán. Había entre grupos y más pequeñas”, dijo antes de informar que ya tuvo Covid-19 y se recuperó asilándose por sus propios medios, “yo me contagié a mediados de enero, tuve y me aislé”.
El joven reconoce haber sido siempre consciente de los riesgos que implicaba ir a una fiesta clandestina y, por eso, cuidar a sus allegados “de riesgo”, también lo toma como una responsabilidad propia, “son riesgos que tomamos todas las familias y nos cuidamos tratando de no ver o acercarme a la gente de riesgo”.
En ese sentido, asegura que el DSO no se respeta en las fiestas, “es inevitable, el distanciamiento no se respeta, pero el hecho de que sea al aire libre es mejor”, argumenta.
Tal como lo recuerda, en su caso, las juntadas arrancaron “de a poco”, “primero fueron reuniones a la tarde que se fueron extendiendo y mis padres nunca me lo prohibieron, pero no les gustaba mucho”.
Las fiestas clandestinas “tienen sus cosas buenas”, coinciden algunos consultados.
Las fiestas clandestinas “tienen sus cosas buenas”, coinciden algunos consultados.
El hecho de que no significa un negocio para nadie, ya que no se cobra entrada, ni peaje, como así tampoco se comercializan bebidas, porque todos se llevan una conservadora con lo que planean consumir, son los fundamentos principales.
Para enterarse de su realización, “entre los grupos se corre la bola, no hay posteos en redes sociales, cero posteos”, comenta el más joven de los consultados, que reconoce la presencia simultánea de menores y mayores (en una franja etaria de entre 16 y 30 años) y las dificultades que, sobre todo a los primeros, puede significarles llegar al lugar de encuentro, “a los menores que no tienen registro son a los que se le complica para ir”.
Para enterarse de su realización, “entre los grupos se corre la bola, no hay posteos en redes sociales, cero posteos”, comenta el más joven de los consultados, que reconoce la presencia simultánea de menores y mayores (en una franja etaria de entre 16 y 30 años) y las dificultades que, sobre todo a los primeros, puede significarles llegar al lugar de encuentro, “a los menores que no tienen registro son a los que se le complica para ir”.
Una vez en el sitio, la música depende del grupo que organiza la fiesta “hay algunos que llevan parlantes” y, en otras oportunidades, cuando el evento es más grande, suele haber DJ y gazebos. En esos casos, la cantidad de público puede superar las 500 personas.
“Un lugar propio”
Inés tiene 26 años y es encargada de un negocio en Tres Arroyos junto a su pareja.
Asidua asistente a las fiestas clandestinas, asegura que todavía no contrajo el virus, aunque sostiene que, “hay que cuidarse”.
Asidua asistente a las fiestas clandestinas, asegura que todavía no contrajo el virus, aunque sostiene que, “hay que cuidarse”.
Para ello, en las fiestas clandestinas a las que ha ido, no suele apartarse del grupo con el que fue, “me manejo con quien voy y con quien estoy. Si bien te mezclas con gente, te manejas en tu grupo, no es como en un boliche, que estás en contacto más estrecho. En determinado momento se junta bastante gente y quedás medio amontonado, pero siempre cada uno va buscando su lugar”.
En su caso, asegura que sus padres no le pusieron trabas para ir, “pero me exigieron que me cuide porque convivo con ellos” y, al igual que José, ella toma sus propias medidas preventivas, “no los saludo con besos o abrazos y no tomo mate con ellos”.
Después de reconocer que aceptó ir a fiestas clandestinas para “escuchar música todos juntos a un mismo lugar y a divertirnos”, asegura que esto es el primer paso de un cambio en la cotidianeidad, “lo que más va a costar va a ser ir a un lugar y pagar entradas. Ojalá se pueda volver, pero que también se sigan dando este tipo de fiestas”, anheló.

Botellas esparcidas en donde se realizaron algunas fiestas clandestinas
Aunque también reconoció que, después de la pandemia, las relaciones entre las personas que salen de noche, por lo menos en esta zona, no van a ser lo mismo de antes, “no es la movida del boliche, es más que nada estar entre tus conocidos y los que conocés. Iniciar una nueva relación ahora se da de otra manera, no en lugares así”.
La última fiesta grande fue el pasado viernes, en un sector de médanos entre Dunamar y Reta. El sábado se quiso repetir, pero la intensidad del control policial a veces debilita las intenciones de llegar.
No obstante, es ahí donde nacen las estrategias para evitar la interceptación de las fuerzas de seguridad, “se llegan a dar varias vueltas en inmediaciones a los lugares donde se ubican los policías y esperar que se vayan. Han llegado a mandar un señuelo y, cuando la policía lo persigue, el resto arranca hacia el lugar de la fiesta”, dijo.
El ejemplo que falta
Valeria es una abogada tresarroyense de 22 años. También tuvo Covid-19. El virus lo contrajo del contacto con su novio y, a pesar de que ya lo pasó, mantiene el respeto a las medidas que se deben seguir para no infectarse.
“Le tengo respeto, yo ya lo pasé. Ahora evito saludos y acortar distancias. Nadie está exento, salvo que te quedes totalmente encerrada en tu casa”, una circunstancia que, a esta altura, ya considera difícil de llevar a cabo.
“Le tengo respeto, yo ya lo pasé. Ahora evito saludos y acortar distancias. Nadie está exento, salvo que te quedes totalmente encerrada en tu casa”, una circunstancia que, a esta altura, ya considera difícil de llevar a cabo.
En ese sentido, reconoce que las imágenes que se pudieron ver en el funeral de Diego Maradona por parte de las autoridades nacionales, termina conspirando contra el ejemplo que los jóvenes deben seguir a la hora de plantearse la realización de una fiesta clandestina, “te hace ruido ver a tanta gente aglomerada y autorizada por el propio presidente”.
La joven profesional se refirió además a los otros peligros que también pueden encontrarse en la asistencia a estas fiestas, “siempre vamos temprano y, como volvemos tarde, dejamos de tomar (alcohol) horas antes de volver”, una actitud valorada, pero no generalizada entre todos los asistentes.
Según Valeria, la policía cumple bien su rol, pero impedir las juntadas resulta muy difícil, “creo que ha (la policía) ha intentado frenar un poco las fiestas, sobre todo desde la gente que asiste, porque siempre alguna traba tenés hasta que son las 4 de la mañana y enseguida se corre la bola de que ya no hay control. Es como que no dan abasto. De todas maneras, a mí me han parado y se manejaron con mucho respeto”.
Por otra parte, el inicio de la vacunación no es una novedad de la que parece estar muy pendiente, “no tengo tanta información como para saber si me la daría o no. Antes investigaría un poco”, dijo antes de ampliar, “tampoco está tan disponible como para contar con la posibilidad de dárnosla. Creo que primero se la tiene que dar la gente mayor y después los jóvenes, que quedamos medio como en la última fila de la vacunación”, concluyó.
La contaminación
En la mañana de ayer, miles de envases vacíos y residuos poblaron el sector de médanos donde se desarrolló la última fiesta clandestina de Claromecó.

La basura. Una consecuencia negativa de las fiestas clandestinas al aire libre
El daño al medio ambiente es otra de las consecuencias palpables de estos eventos en donde muchos se preocuparían por el destino que le dan a sus residuos, aunque no se trataría de una conducta masiva.
“No todos llevan su bolsita para juntar su basura después”, comentó Inés al respecto de esos paisajes de residuos que florecen en las mañanas post fiesta y que, así como en la segunda década del siglo pasado, la Ley Seca de Estados Unidos se transformó en más consumo de alcohol y delincuencia beneficiada con su comercio clandestino, la necesidad de diversión de los jóvenes en estos tiempos actuales, corre el riesgo de hacerlo, no sólo en contagios, sino también en daños irreparables en el medio ambiente.