SEMANA, la editorial del domingo 16 de mayo de 2021, en la voz de Diego Jiménez
Es como mínimo controversial hacer click para ver un video de como la fuerza aérea israelí bombardea posiciones del grupo terrorista Hamas, en el portal de noticias de uno de los diarios, mal denominados por cierto, nacionales, y antes de poder acceder a las imágenes, disfrutar de una publicidad de vinos y luego de imaginarse equivocado en algún paso, hacer lo mismo al día siguiente y ya no encontrar la amigable propaganda, sino el adelanto de un video de un grupo musical latino haciendo gala de una mala pronunciación del castellano adrede. Explicaciones vinculadas con el marketing seguramente existirán para tal desfachatez, pero ninguna relacionada con la denominada ética periodística será suficiente para esbozar alguna justificación razonable de ese tipo de estrategias de venta.
Por otro lado, la gira presidencial surcó Europa para encontrar apoyos necesarios e intentar conseguir, en breve, una negociación favorable al país con el Fondo Monetario Internacional. Parece una noticia repetida, un bucle temporal, como se comentaba en este espacio la semana pasada en relación a otro tema, en el que está atrapada la Argentina. Lo es. Conversaciones, conferencias de prensa, sonrisas y fotografías de ocasión, para obtener más plazo, menor tasa de interés, más aire. El trasfondo también es el mismo: un país acostumbrado a la coyuntura, a la tiranía del día a día, a la simplificación peligrosa de vivir en el presente continuo.
Mientras tanto, la segunda ola avanza, mojando a todo un país que no toma velocidad en la vacunación y que adolece graves problemas de organización y logística, por una razón simple: la nuestra es una nación empobrecida, que sufre las consecuencias de los países de su misma condición. Cierta improvisación, falta de fondos, contradicciones y discusiones que no abordan con nitidez, para desterrarla, una creencia vernácula que sobrevuela todas nuestras acciones: la memoria del progreso que tiene la sociedad argentina, mantra que nos impide actuar sobre el presente crítico y poder pensar mejor el futuro. Aquel recuerdo es eso, algo que fue, por tanto, su utilidad puede ser emocional, pero no práctica.
Y nuevamente las escuelas y su presencialidad, al menos en distritos como el nuestro, que ingresaron esta semana en la glacialmente denominada fase dos. La posición de este medio es sencilla: las escuelas no deben cerrar por principio. No dejamos de comprender por ello el contexto, los extremos a los que está sometido el sistema de salud local y las variables complejas que hay que evaluar al tomar decisiones como esas. Pero igualmente es oportuno explicar nuestro punto de vista que se sostiene, entre otras razones, en la solvencia y el profesionalismo que han esgrimido las distintas comunidades educativas, en el cumplimiento de las medidas sanitarias y los protocolos. Tampoco dejamos de interrogarnos. Si la metodología funciona bien, ¿por qué cerrarlas en su totalidad y no buscar una alternativa intermedia evaluando caso por caso la realidad de cada una? Ajustar la presencialidad con alternancia de días o reducción de horarios o como cada escuela lo resuelva con los datos que tiene y que conoce como nadie. Es complejo, pero siempre es posible explorar caminos diferentes para una coyuntura de esta magnitud. La discusión es pertinente para esta circunstancia y para otras que potencialmente vendrán, pero con el realismo necesario que requiere el trance que estamos atravesando.
Luego de un año sin clases presenciales y con un inicio que pudo organizarse con éxito, no tiene mayor sentido el retroceso en bloque. A estas alturas, la mesa de opciones debería tener más alternativas. Mirando el mundo, las soluciones han sido creativas y variadas, pero ancladas en algo que parece no tener bien claro cierta dirigencia política argentina: en una economía del conocimiento, la educación es elemental para forjarse un destino personal y colectivo. Como en tantas cosas de la vida social, el atajo, a la larga, termina no sirviendo. Caminando no muy lejos de la plaza principal de Tres Arroyos, se descubre que la crisis y sus secuelas de pobreza no son ajenas a nuestra ciudad y que la repetida expresión de que la educación es un factor fundamental para la movilidad social es cierta hasta que se demuestre lo contrario. Aquí y en la China que nos envió la pandemia. De vuelta, entendemos el momento, los temores y las alarmas que suenan en el ámbito de la salud de la ciudad y abogamos para que se busquen las mejores soluciones. Es por ello que pensamos necesario que cada uno de los sectores involucrados no deje de expresar su visión general del tema educativo, para luego converger junto con otros y otras hacia las mejores salidas posibles.
Más lejos, vemos con alegría y cierta esperanza como argentinos y argentinas triunfan en el exterior. Campazzo por ejemplo, un artista en compensar su desventaja física para lucirse en la NBA, mostrándonos de lo que seríamos capaces si hiciésemos a un lado esa desagradable costumbre que consiste en desvalorizar lo nuestro y en canonizar nuestros defectos, al mismo tiempo que nos refugiarnos en supuestas glorias pasadas. Pero para contrarrestar esa faceta idiosincrática no es necesario solo ver la liga más competitiva del básquet global y disfrutar el juego de un deportista. Basta solo con acercarse a cualquier escuela de nuestra ciudad y observar a un niño o niña llegar a su aula, saludar a sus docentes y encontrarse con sus amigos, compañeros insustituibles en la aventura fascinante del aprendizaje.