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Tras los pasos de Garza

Por Valentina Pereyra 
Producción fotográfica:
Marianela Hut

Es sábado, Blanca Mansilla
espera como todos los
días la visita de sus nietas
Lucrecia y Alejandra Damiani.
Parece una tarde cualquiera,
pero es distinta. Las chicas buscan
respuestas para reconstruir una
historia que llegó a sus vidas por
casualidad, así como llegan esas
historias. Garza es el apellido de
su madre, de su tío, de su abuelo.
Garza es el nombre del “Paso”,
de la granja, pero sólo tienen eso,
un nombre. 

El relato empieza a correr, las
anécdotas caen de a una y se ensamblan
con las fotos que Lucrecia
buscó el día anterior. Blanca
toma la palabra y dice.
– La granja Xan Marica fue desde
1940 propiedad de los Garza.
Todo empezó así, cuando mi
suegro compró ese lote. 
La torta de coco que hizo Lucrecia
circula en delicadas porciones
sobre los platitos del juego de té
que le regalaron a Blanca cuando
se casó. Alejandra sirve el jugo
de naranja. 
Marilú, sobrina de Blanca,
llega unos minutos después, se
incorpora a la ronda, se sienta y
desempolva un artículo periodístico
que rescató de los recuerdos
que le dejó su madre. María Luz
Sande, hija de Luz Garza, nieta
de José y Eléctrica -que siempre
se hizo llamar Elena- encontró
un recorte del diario “La Hora”
del 9 de julio de 1954 con una
entrevista a José Garza titulada:
“La granja Xan Marica, raro exponente
en esta zona de un sistema
para la división y la explotación
racional de los terrenos”. 

 “Muchas veces me paré a orillas del arroyo para contemplar su hermoso caudal de agua que corre velozmente para perderse en el mar dejando a su paso a penas un diez por ciento de su beneficio, eso me hacía pensar la importancia que el aprovechamiento que la fuerza hidráulica tiene para los pueblos que la poseen”. José Ramón Garza

En el cuento “El Todo que surca
la Nada”, de César Aira, el narrador
dice de su abuela: “Su fuerza
nos da las razones de existir que
no encontramos nosotros mismos”. 
Blanca Mansilla es la nuera
de don José Ramón Garza, el del
Paso. Tiene 94 años y es esa fuerza
que les da las razones de existir.
Blanca brinda con exactitud las
indicaciones para llegar hasta la
Granja de Garza -a quince kilómetros
hacia el sur de la ciudad,
camino a Lin Calel-. Son cincuenta
hectáreas atravesadas por el arroyo
Claromecó. 
 – El paisaje cambia según de qué
lado del arroyo te pares, dice. 
Si entrás por el camino a Lin Calel
te sorprende la granja, muda.
Si estacionás por el camino del
Cementerio, te reciben los sauces,
alguna palmera, los álamos y el
arroyo que busca su cauce entre las
piedras y restos de construcciones
pasadas. 
– Esos árboles de ese lado del
arroyo- dice Blanca- los plantó mi
marido cuando tenía 20 años. La
gente le pedía permiso para pasar
a pescar, pero si no entrabas por la
casa, el camino era libre y no había
que pedir permiso. 
Floreal, Horacio y Clamor, hijos
de José, plantaron los árboles
formando una perfecta cuadrícula.
Prepararon el terreno
para recibir riego, colaboraron
en el trazado de la granja, de
la plantación dispuestas en cuadrados
y de la instalación de las
dependencias para la avicultura,
apicultura y horticultura. “Las
plantas son mi vida”, decía José
en la nota que rescató Marilú. 

Si entrás por el camino a Lin Calel te sorprende la granja, muda. Si estacionás por el camino del Cementerio, te reciben los sauces, alguna palmera, los álamos y el arroyo que busca su cauce entre las piedras y restos de construcciones pasadas

– ¡Te acordás tía! En el parque
había una mesa de material
redonda con un pilar arriba, ahí
hicieron el altar para el casamiento
de mis padres. Mis tíos
Clamor y Titi Garza también tuvieron
su boda en la granja. Siempre
me acuerdo de esa mesa, y de
los casamientos debajo del cedro
azul que había en el parque, dice
Marilú a la que su abuelo llamaba
Mariuxinia. 
El parque, un claro en la granja
rodeado de pinos y cipreses tenía
nombre propio: “El rincón amable”,
un espacio que fue testigo
de imponentes asados criollos para
los coterráneos del Club Español,
para los amigos del Rotary, de las
fiestas de casamiento y los clásicos
encuentros de domingo. 
Más que una granja 
– Mi suegro la llamó “Xan Marica”
por Juan y María sus padres
gallegos que llegaron a Argentina
cuando él tenía nueve años.
Los Garza se radicaron en nuestra
ciudad entusiasmados por
Victoriano Garza, hermano de
José que les pintó un panorama
prometedor. “En Tres Arroyos
hay todo para hacer de todo”,
les dijo. 
En 1930 José y Elena vivían
en una quinta en Buenos Aires;
él era ferroviario, trabajaba en
los tranvías. Con la venta de esa
propiedad compraron la tierra al
lado del arroyo. Floreal vivió en
la granja hasta que se casó con
Blanca. Sus hermanos Horacio
Luz y Clamor vivían allí también.
Floreal, estaba encargado de la
quinta mientras sus padres -que
se habían mudado a Energíaatendían
un vivero. En esa ciudad
José también dejó su huella al
fundar dos escuelas. 
Don José Garza trajo a nuestra
ciudad mucho más que bienes
materiales, llegó con esperanzas
e ilusiones que forjó desde muy
joven a pesar de que realizaba
trabajos administrativos en Buenos
Aires que no tenían nada que
ver con cultivar la tierra o atender
animales. Esto, sin embrago, no
fue obstáculo para los proyectos
que desarrolló en la chacra. En
unos años la convirtió en modelo
de cultivo hortícola, además de
incorporar el uso de la energía
hídrica para abastecer a la granja. 

La mesa redonda de material, que otrora formó parte de un altar, hoy se mantiene estoica entre los restos de lo que fue Xan Marica

A Garza lo preocupaba encontrar
la manera para tener riego
abundante y bien distribuido, así
que no cesó hasta conseguirlo. Lo
logró a partir de la contemplación
del movimiento del caudal
del arroyo Claromecó y luego
de analizar la importancia de
aprovechar al máximo su fuerza
hidráulica. 
– La granja empezó a surgir
cuando inauguran la turbina para
darle luz, había un molinito, pero
no alcanzaba para iluminar toda
la propiedad, dice Blanca. Fue un
sistema muy innovador. ¡Hasta se
podía escuchar la radio! 
El día que inauguraron la turbina
se hizo una gran fiesta y a
partir de ese momento se generó
energía para toda la granja. 
La turbina 
– Mi suegro y mi cuñado Clamor
empezaron a armar la turbina
bajo las órdenes del ingeniero
Ismael Ricci, oriundo de Bahía
Blanca y muy conocido en la
región. Para hacer eso tuvieron
que cambiar el rumbo del arroyo,
lo desviaron poniendo bolsas de
arena y tierra para trabajar en la
turbina sin el agua, dice Blanca.
Una vez finalizada la obra se quitaron
las bolsas que interrumpieron
el paso del arroyo que volvió
a su cauce. 
El sueño de Garza cobró sentido
con esa construcción, antes
había hecho pequeños canales
para que el agua llegara adonde
fuera necesaria. “Mi sueño
era una granja-decía José- muy
adentro tengo un profundo amor
por las plantas, las aves y todo lo
que se cultiva y se produce. Ahora
hago todo eso al lado mismo de
mi hogar y ya dueño de un pedazo
de tierra, el estrictamente
necesario para la realización de
mis sueños”. 

La edificación conserva tres
paredes y la cuarta está semi
derrumbada, adentro hay un
eje que fue el receptáculo de la
turbina “Kuplan” de unos 15 HP
que se instaló junto al arroyo en
el que se construyó un pequeño
dique. 
– Mi suegro quiso hacer un balneario
con el ancho del arroyo,
unos diez metros hacia adentro
revocó con cemento una pileta.
En esa parte, lisa completamente,
nos bañábamos. ¡Vieras que
claridad el agua!, dice Blanca y
apoya su mano en el pecho para
marcar hasta donde les llegaba el
arroyo cuando se metían. 
– Todo lo que hubo de bueno
lo hizo él, dice Marilú. 
– Mi suegro hizo una trampa
grande cerca de la turbina como
un enorme trasmallo, todo cerrado
donde los peces quedaban.
Compró en Sierra de la Ventana
alevines y truchas y sembró los
peces en ese boquete que hizo
en la tierra. Lo alimentó con agua
del arroyo desde un caño grande.
Funcionó como dos años, después
una crecida desapareció todo,
dice Blanca. 
Los domingos en familia 
– Abuela, contá del día que
se fueron caminando hasta la
granja. 
José revisaba la plantación de
manzanas, ciruelos, perales, cerezas,
citrus, unas tres mil plantas
frutales que no podía descuidar
ni siquiera los domingos. En la
cocina con vista al arco de entrada
a la granja, Elena amasaba
los ñoquis y preparaba la salsa
con los tomates que había
cosechado al amanecer. años.
Le agregaba unas hojas de
laurel que traía de la despensa,
donde los ponía a secar,
abundaban en la granja, eran casi
una plaga. 
Antes de cocinar, ordeñaba las
vacas y buscaba los huevos que
luego su hija Luz usaba para la
torta con la que agasajaba a su
novio. Arreglaba el jardín, sacaba
algunos yuyos y preparaba la mesa
y los bancos que decoraban el imponente
parque. 
Los ñoquis de doña Elena convocaban
a la familia que se reunía en
la granja todos los domingos. Blanca
y Floreal estaban recién casados
y como el amor todo lo puede, una
mañana dominguera decidieron
caminar desde el pueblo hasta la
quinta. Unos kilómetros antes,
pararon a visitar a su vecino, Abelardo
“Chiquito” Álvarez que no
sólo los recibió con el más rico e
inolvidable jamón crudo que jamás
comieran, sino que los arrimó hasta
la entrada de la granja. 
– No dábamos más, dice Blanca
sesenta y pico de años después. 
Luz Garza, la única hija mujer
de José Ramón y Elena, la mimada
de su padre, se trepaba del molino
para ver llegar a su novio. Con la
mano libre -la otra la sujetaba a
los hierros de la torre- hacía visera
sobre sus ojos que usaba como binoculares.
Cholo, hijo de Eduarda
Vilarino y Francisco Sande, iba a
la Granja de Garza en el micro o
en bicicleta. 
– Tu mamá le hacía una torta de
chocolate con forma de tronco y no
dejaba que nadie la probara hasta
que él cortara la primera porción. 
Xan Marica 
– No tenían nada, así empezaron,
de cero. 
Blanca mira una foto y explica
que fue tomada desde el techo de
la cocina de Xan Marica. Desde allí
se puede ver el camino de ingreso,
el parque y los frutales. 
– Volví una sola vez después
de la venta de la granja. Fui con
mi suegra. Entramos por
atrás porque no encontramos a quién pedirle permiso.
Golpeamos las manos y
como no salió nadie nos metimos
en la casa. De repente apareció el
nuevo dueño que con hostilidad
nos dijo: ¡Cómo se atreven a
entrar, tengo perros muy malos
que no sé cómo no las atacaron!
Así que nos fuimos volando, pero
vimos que el parque estaba descuidado
y los árboles caídos. Ya
no había nada. 
Blanca tiene la promesa de sus
nietas, van a ir a conocer el lugar.
Después de tramitar el permiso,
cumplen. 

Desde el techo de la cocina de Xan Marica. En la imagen se puede ver el camino de ingreso, el parque y los frutales

– Poné el Google Maps, dice
Lucrecia antes de salir para la
granja mientras Andrés Calamaro
suena en la radio del auto: “Voy
a volver donde nací /Porque vivir
puedo vivir / A dónde estoy, pero
me voy /Voy a volver”. 
La doble pared de ladrillos revela
otra época, grita nombres,
mensajes que dejaron visitantes
furtivos sin tener idea de la historia
que guarda el lugar. Atrás del
alambrado aparecen las ruinas.
Basta cruzar un lote para llegar
a lo que fue una hilera perfecta
de eucaliptos y álamos. 
Escombros, troncos comidos
por el tiempo, techos sin techos,
paredes desnudas, pisos que
gritan nombres desde grabados
hechos con piedritas, el arco
que sostiene la Nada. La huella
de un canal que llega hasta otra
pequeña construcción, una especie
de esclusa que seguramente
regulaba el ingreso del agua a
la plantación, retazos de historia
lista para rescatar. 
– Mi suegro era socialista y
vivía como tal. En pleno invierno
salía con la asada al hombro a
proteger a las plantas de la helada,
para eso usaba un sistema
de calor. Después pasaba por la
herrería, atendía a las abejas,
los dos trabajaron de sol a sol.
Fue un granjero que se dedicó a
cultivar plantas frutales, árboles
de castañas que nunca alcanzaron
a madurar, almendros, tuvo
gallinas y abejas, tenía la idea
de poner una cámara frigorífica
para la conservación de frutas,
hortalizas y huevos. 
Lucrecia y Alejandra atraviesan
agujeros donde hubo puertas, se
hunden en el suelo donde hubo
pisos, pasan entre boquetes donde
hubo paredes. 
La Granja de Garza tuvo dos
edificios sobresalientes, además
de la turbina al lado del arroyo,
uno de ellos, la casa que construyó
la empresa local “Zurita” y el
otro un galpón donde había una
herrería. 
La casa tenía dos entradas,
la primera por la cocina, de ahí
se pasaba por una puerta que
conducía a un vestíbulo grande,
a la izquierda, el escritorio de
Don José. 

El Paso de Garza es elegido, gracias a su belleza, por diversos visitantes

“Los libros fueron su
tesoro y no quería que nadie se
los tocara”, dice Blanca y menciona:
“Tenía poesías de Rocío de
Castro y libros autografiados por
Alfredo Palacios y Alicia Moreau
de Justo”.
Los libros tuvieron un final
tremendo. 
– Mi suegra me los había dado
para que los guarde en mi casa,
estaban forrados con papel madera
para no identificar las tapas.
Cuando vinieron los militares a
Tres Arroyos los fui a buscar a la
biblioteca, nos sentamos en el
piso con mi hija Rita y los fuimos
tirando uno por uno al pozo ciego
de mi casa de calle Balcarce.
Así que se perdieron. 
El living estaba en el centro de
la casa y era enorme, a la izquierda
un baño y dos habitaciones.
A continuación de éstas otras
dos habitaciones que tenían una
puerta que daba a un lavadero
por la que se salía al parque. Al
otro lado, las colmenas, la herrería
y en un galpón enorme, las
máquinas. Le seguía el gallinero. 
José sufrió un ataque al corazón
lo que precipitó la venta de
la granja. El matrimonio Garza
compró una quinta frente al
Golf en la que vivieron hasta el
fallecimiento del granjero en
1978. Elena vendió la quinta y
alquiló en Azcuénaga al 800, luego
compró un departamento en
los Monoblocks. Falleció a los 94
años en 1997 quince días después
que su hijo Horacio. 
“El Todo que surca la Nada”,
esa Nada que encontró José y la
colmó de tecnología, infraestructura,
riego, plantaciones, criaderos,
ese Todo que hoy es Nada.
—————————————-
Floreal y
Blanca

Las fotos pelean su lugar en
la caja de zapatos en la que
están revueltas. Tienen ese
qué se yo. 
Blanca toma una y describe
el compromiso que se retrata en
el comedor de la granja “Xan Marica”.
En la pared del fondo cuelgan
dos cuadros, un retrato de Floreal
Garza y al lado, otro de su hermana
Luz. En la larga mesa que cruza el
ambiente, sentados, los novios y a
los costados, atrás y más atrás, los
padres, hermanos y la familia política
de cada uno de ellos.
Blanca Mansilla y Floreal Garza se
casaron en la Iglesia Nuestra Señora
del Carmen y la fiesta la hicieron en
“Xan Marica” más conocida como la
Granja de Garza. 
Cuando Floreal se casó con Blanca
trabajaba en la fábrica Rossi y su
esposa en Istilart donde estuvo cinco
años. Tenía 18 recién cumplidos
cuando empezó a ocuparse de la parte
administrativa de la emblemática
fábrica a las órdenes del contador
Larrondo. 

La familia Garza, debajo de un ciprés en el parque

Luego trabajó en Rentas -para ello
rindió un examen en la ciudad de
Juárez- donde se jubiló como jefa. Al
mismo tiempo ejerció en la secretaría
del Colegio Jesús Adolescente. 
Los Garza vivieron dos años en
Tres Cerros, Santa Cruz donde se
hicieron cargo de una hostería del
Automóvil Club Argentino. Floreal
expendía gasolina y Blanca atendía,
cocinaba, daba vida al refugio en
medio de las montañas.

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