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Diego González, a cuatro años del inicio de una nueva vida

El 25 de Mayo de 2017, el músico Diego González fue sometido al trasplante de riñón y páncreas en la ciudad de Buenos Aires. Ayer se cumplieron cuatro años de un hecho que cambió su vida, que él esperaba y necesitaba. 

“Había pasado por diálisis durante tres años y medio en el Hospital Pirovano”, recordó en un diálogo con La Voz del Pueblo.
El trasplante tuvo lugar a través del Incucai y la operación “supuestamente duró como ocho horas -indicó-. Es lo que me dijo mi vieja, Ana Divincenzo. Estuve tres o cuatro días dormido con anestesia. Ella fue quien me acompañó, con una tía y un tío”. 
Diego tenía dos años de edad cuando le detectaron diabetes tipo uno. “No estaba funcionando el páncreas. Y cuando entrás en un proceso de diálisis, básicamente tampoco lo están haciendo los riñones. Estás esperando ese bendito día que te digan hay un órgano para vos”, expresó. 
Al describir esta afección en su salud, reflexionó que “cuando uno está acostumbrando a vivir normalmente, no se da cuenta el valor que tienen ciertas cosas. Estando con diabetes y todo, salía a tocar, de gira, a grabar, después cuando empezó la diálisis ya no se daba por razones obvias. Es que asistía tres veces por semana”. 
La recuperación fue muy buena. En este sentido, contó que “los médicos te dicen que vas a estar 45 días internado, no sé qué pasó que estuve 22. Me encontraba tan energético, con tantas ganas y positivismo, me parece que fue eso. Pude retomar mi vida mucho antes de lo previsto”. 
Antes de regresar a Tres Arroyos, conoció a Fernando Mellignani, quien tiene una casa de baterías en la capital y se hicieron amigos. “Yo estaba buscando parches -puntualizó- Le dije a mi madre, ‘antes de irme me voy a llevar algo para la bata’”. 
En esos días, también lo acompañaron “un par de amigos de acá. Demián González, que es como mi hermano del alma. Y uno de los chicos de Plan B, Diego Buzzi”.
Cuando la salud se lo permitió, transcurridos todos los pasos posteriores a la operación, decidió “hacer todo lo que no había podido hacer antes del trasplante, por ejemplo viajar a Buenos Aires a tomar clases”.

Online
Aproximadamente dos años después, tomó además la decisión de “empezar a trabajar online. Algo que anteriormente para mí era impensado”. 
Afirmó que se trata de “un recurso impresionante, culturalmente estamos en un punto de quiebre. Latinoamérica tiene un nivel de talento, ritmos, estilos musicales, impresionante, gente muy capaz. Uno quiere estar ahí y dar clases, para lograrlo es necesario estudiar”. 
Como contrapartida, dijo que “falta el tocar en vivo. La virtualidad mató un poco el corazón, la esencia de lo que es la música con calor. El streaming puede sonar bárbaro, pero muchas veces está editado. Trato de que si alguien me contrata o quiere grabar un streaming en vivo, que sea real y con videos sin editar. Soy de la antigua guardia, lo hacemos tocando de verdad”. 
Desde muy chico 
La relación con la música y con la batería comenzó en la infancia. Comentó que “empecé a hacer ruido a los cinco o seis años y a integrar grupos a los diez”. 
Para Diego, constituye un gran placer haber podido “tocar varios estilos”. De hecho, la primera etapa en grupo fue mediante canciones de “soul y un estilo medio de jazz, con Juan Subrani, Diego Recalde y otras personas, que conformamos El Viaje. Después comencé a tocar con Juan Subrani y Sergio Troiano”. 
Luego surgió la oportunidad de sumarse nada menos que al Grupo Son. Señaló que “mi maestro Facu Medina, profe en la cátedra de percusión, con quien hoy somos amigos, se va del grupo. Carlos Russi, Luis Pintos, Oscar Aranegui y Horacio Mónaco van a una cena a mi casa, ahí le propusieron a mis padres que yo sea baterista. Me dijeron tenés que seguir estudiando en el colegio, lo que me pidieron es exclusividad. Me di cuenta que iba en serio. En ese momento tendría 14 años”. Sostuvo que con el Grupo Son “hicimos un par de giras, fuimos a Cosquín”.

“Trato de ser versátil, no soy mejor que nadie, sigo estudiando todo el tiempo”

Posteriormente, se sumó a Malas Capas, banda con la que grabó dos discos. “El primero se llama Gauchos en bolas. Había que hacer una sesión de fotos, siempre fui el más espontáneo y a su vez desubicado, se me ocurrió que la imagen tenía que tomarse en
un campo frente a una iglesia, como diciendo ¿qué va a ser más absurdo que un gaucho en bolas?. Esa jornada fue inolvidable”, relató. 
El nombre del segundo disco es “El vidrio no está”. Explicó que “en general habla del acostumbramiento del ser humano, que transa con un montón de cosas de la vida diaria que le imponen, nunca ser uno mismo”.
Se denomina “El vidrio no está” por una idea de Diego. “Soñé con un acuario que tenía un vidrio al medio. Mis compañeros me decían ¿cómo vas a soñar eso? Estaba parado enfrente, los peces iban hasta ese vidrio lo chocaban y volvían. Luego el vidrio ya no estaba, los peces hacían sin embargo el mismo recorrido. Les digo ‘muchachos el disco habla del acostumbramiento, de la alineación’. El nombre les encantó”.
Se considera afortunado por haber compartido interpretaciones y propuestas con muchos músicos. “Me gusta dar también el espacio, me han llamado para preguntarme ‘¿cuánto nos cobras para grabar un tema?’. Primero, mostrame de qué va y vemos; no es que tengo una tarifa. Sí odio laburar gratis para un tipo que gracias al músico va a hacer mucha guita. Donde vos trabajes, te tienen que respetar, tu trabajo quizás no lo pueda hacer otra persona. No pienso en la guita, pienso en el tiempo de vida”, argumentó. 
Le divierte incursionar “en un montón de estilos, trato de ser versátil, no soy mejor que nadie, sigo estudiando todo el tiempo. Cuando uno más toca, más estilos atraviesa, discos graba y cantantes acompaña, mejor fluye la música”. 
En la actualidad 
Diego forma parte de tres iniciativas musicales. Una de ellas es “Beatles en vivo”, junto a Andrés Mazzitelli y Héctor Luppino.
“Les digo que son mis dos viejos -expresó-. Los respeto profundamente. Amén de que laburan de otra cosa, Andrés da clases y Héctor es pediatra. Andrés es uno de los mejores artistas que tenemos en Tres Arroyos, trabaja en teatro, graba sus temas, tiene subidos como quince discos en Spotify. Y Héctor toca desde antes que yo nazca. Se formó una comunión inquebrantable”.
También integra el proyecto de Nicolás David. “Me parece un tipo increíble -destacó-. No lo conocía. Mi amigo Fernando Benítez me dijo ‘querés integrar el grupo para ir a tocar, grabar, laburar’. Le hablé a Nicolás, me dijo de qué se trataba, nos juntamos, charlamos, fuimos hace poquito a grabar a Canal A y en junio hay una propuesta nueva que él tiene de hacer un streaming”. 
Trabaja con libertad y “el haber escuchado tanta música me da para crear artísticamente, no solo tocar la batería. Me gusta ser parte de la canción”.
Los otros músicos que intervienen son Gustavo Sabatini en teclados; Fernando Benítez en bajo; Patricio Rivolta y Gustavo Cano en guitarra. 
El tercer proyecto en el que participa es con la cantante Leslie Más. “Tiene una voz hermosa -ponderó Diego-. Canta con mucha soltura y una densidad impresionante. Patricio Rivolta toca la guitarra y tengo un amigo que se llama Martín Pedone, que es guitarrista pero está tocando el bajo. Hacemos música negra, algo de blues, jazz, estamos surfeando la ola también”. 
La música y la batería siempre estuvieron cerca de él. Le generan emoción y también fuerzas en circunstancias difíciles. Hace cuatro años recuperó calidad de vida y lo agradece cada día.     

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David Arévalo, “mi viejo del alma”
El lunes se cumplieron seis meses de la desaparición física del músico David Arévalo. “Fue mi viejo del alma, mi segundo viejo.
Como lo es Carlos Russi, Luis Pintos, como Oscar Aranegui antes, Facu Medina, todos mis maestros que sembraron una semilla impresionante. Al igual que Claudio Bocanegra, que para mí es un ángel”, enumeró. 

Amigos y colegas. Diego González y David Arévalo, en La Casona

Recordó que lo llamaron para “hacer el aguante con el cajón a un bar, en la primera cuadra de 9 de Julio. Fui y estaba David. Me trató con mucha calidez, dije ‘no sé porque lo quiero, pero lo quiero, ¡tiene una pinta de buenazo!’. Cuando marcó el primer acorde y abrió la boca, me di cuenta que era muy bueno”. 
En esa primera noche, el diálogo se extendió “hasta cualquier hora. Estaba el dueño Mariano Mascioli hablando con nosotros también”. 
Se generó una amistad, se juntaban a comer y también a ensayar. Curiosamente, pasó mucho tiempo hasta que se contaron sobre la diabetes que tenían en común y los afectaba.
Lo consideró un segundo padre además porque le daba consejos. “En todo momento me decía cuídate. El llegó a diálisis y no quería que yo pasara por lo mismo. Pero también terminé en diálisis, compartimos tres años y medio, David ya hacía tres años que estaba y de hecho lamentablemente falleció ahí”, señaló. 
Diego manifestó que “yo no era consciente de esas cosas, cuando uno sale de noche en caravana no importa nada, ni el alma y las cosas que estoy diciendo ahora. Importan otras que son las que dañan y a veces te hacen pasar por momentos bastante oscuros”. 
La cocina también fue un tema en común. “Me hice fanático de Joan Roca, un chef español. David era cocinero y amante de la buena música ¿cómo no entablar una buena relación con un tipo que le gusta la cultura que está buena de verdad?”, exclamó. 
Cuando se levantó el lunes, se sentía triste y no sabía los motivos. “Un bajón y el día anterior había sido recopado -relató-. Estuve pensando porqué si tengo todo lo que necesito. La batería, una computadora donde puedo ver a mis alumnos, la oportunidad de estar grabando para gente de afuera. Iba a subir una cosa en las redes y aparece una foto del gordo, en la que estamos tocando los dos, empecé a llorar como un tarado. De hecho la publiqué. Le conté a Carolina, su hija, me dice vos estás conectado con papá”. 

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