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Atropellaron a Junior, un perro de la calle, y el conductor siguió su marcha como si nada

El último sábado se produjo un hecho doloroso. Un perro de la calle fue atropellado y el conductor del vehículo no detuvo su marcha.
Elvira Rifé de Thôstrup describió lo sucedido en un escrito que tiene como título “Junior… un perro de la calle”. El texto es el siguiente:
Junior y Porota eran dos perros de unos vecinos que vivían a media cuadra de mi casa . Estaban generalmente en la calle, con frío o calor, hasta que un día la familia se marchó y “olvidó” llevarlos. 

Siguieron viviendo en la calle y algunas vecinas se encargaron de alimentarlos o darles calor. 

Después de un tiempo, Porota, que estaba muy renga fue adoptada por Susana que la albergó en su pequeña casa. Junior nunca quiso entrar en la casa de nadie, soportando frío, calor o lluvia en la calle. Todos lo querían y él aceptaba la comida o el agua que le dábamos Susana, Nora o yo. Nos seguía cuando hacíamos mandados o se echaba a dormir al sol o bajo mi alero cuando llovía. 

Siempre había en nuestras puertas una cucha para él. Cuando el sol se corría a la calzada, se bajaba de la vereda a buscar el calor del asfalto. 

Eso hizo el sábado 28 al mediodía. Un auto negro, a mucha velocidad, lo pasó por arriba. Oí el ruido y sus alaridos de dolor; salí lo más rápido que pude y lo ví pataleando en la calle. El auto, con su asesino conductor, continuó su marcha como si nada y ya había llegado a la calle Balcarce. 

Desesperada llamé a Nora y Susana y , entre sus tres madres postizas tratamos de acomodarlo en la vereda. 

Estaba muy lastimado y no sabíamos como ayudarlo. Desesperadas, con nuestros teléfonos, tratamos de contactarnos con varios veterinarios. Sábado a mediodía fue difícil. Algunos habían viajado y otros no contestaban nuestras llamadas. 

Por suerte, cada cual por su lado , hizo su propio contacto y, al poco rato tuvimos con nosotras a dos veterinarias maravillosas que se ocuparon del pobre Junior. Sus madres mirábamos desesperadas los esfuerzos que hacían por aliviarlo, ayudadas por un joven que se unió a la triste tarea. 

En ese momento llegó otra “veterinaria” que, en el apuro del caso, habíamos contactado y, ante nuestra sorpresa, ni se acercó al perro, pero nos dio un discurso sobre la ética profesional y la atención que debimos tener hacia ella en esos momentos. Dio media vuelta muy ofendida, volvió a su coche y envió mensaje al teléfono que la había llamado. Junior seguía mal y los que lo asistíamos supimos que , en ese momento, sólo nos importaba él. 

Todos conocen y quieren a Junior. No está muy bien aún , es muy viejo y pasó mala vida. Las veterinarias lo ven dos veces por día y haremos lo que haga falta para que se mejore (Nota de la redacción: Junior falleció este lunes). 

Espero que el cobarde asesino que, conscientemente, lo pisó y huyó, recuerde su actitud y se arrepienta del dolor que nos causó a todos. 

 La “profesional” y ofendida veterinaria debería pensar si eligió bien su profesión 

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