Por Marcelo Metayer, de Agencia DIB
Si, como escribió Berkeley, “ser es ser percibido” (esse est percipi), el “ser” de Francisco Salamone parece que es “ser fotografiado”. Imágenes de las obras que el ingeniero repartió por toda la provincia de Buenos Aires y en Córdoba inundan las redes. Y el último concurso cuyo tema fueron estas construcciones, llamado “Revelando a Salamone”, fue un éxito rotundo, con 323 fotos de 120 participantes. “Uno cree que Salamone no le interesa a tanta gente, pero que 120 personas se arriesguen a concursar en un certamen así me demuestra que estoy equivocado, por suerte”, aseguró Alfredo Fushimi, ganador del concurso en la categoría Color, gran conocedor de la particular obra del profesional siciliano y exquisito “hobbista” de la fotografía que empezó a recorrer la provincia hace solo cinco años.
Fushimi, ingeniero civil y que forma parte del grupo de fans Los Testigos de Salamone junto a Gabriel Lucardi, Uli Hancke y este cronista, habló con DIB de los pormenores de la foto ganadora y sus comienzos en la actividad.
El concurso Revelando a Salamone fue organizado por el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires Distrito 5, o CAPBA 5. ¿Qué se siente como ingeniero vencer en un concurso organizado por arquitectos?
-Me siento halagado y a la vez siento que el destino me tiró un búmeran con bastante efecto y con curva, debido a mis constantes ironías respecto a ellos. Porque como no me canso de decirlo estoy rodeado de arquitectos, tanto en mi familia como por el tema laboral.
¿Cuál es la historia de la foto ganadora?
-En uno de los tantos viajes que hice con Uli Hancke fuimos a Laprida. Era enero de 2019, una de las últimas veces que estuve allí. Yo estaba obsesionado con hacer fotos nocturnas, pero no de las que aparece la Vía Láctea ni las que se “mueven” las estrellas. Quería hacer una nocturna con el cielo limpio de Laprida, aprovechando lugares donde haya oscuridad. Tanto el matadero como el portal del cementerio no son absolutamente oscuros, pero dentro de lo que es la obra de Salamone son lugares donde, con una exposición de 15 o 30 segundos, se puede llegar a captar un cielo muy limpio. En la ciudad no hay nada que contamine el cielo, y tanto el matadero como el cementerio están alejados del centro.
Yo tenía la idea de hacer fotos nocturnas con las estrellas que salgan y que se vea lo más claramente posible la obra de Salamone. No quería hacer la típica foto del frente del portal, sino que quería buscarle la vuelta a algún tipo de mirada distinta. Entonces puse la cámara con un gran angular, lo que te permite tomar de cerca con una gran amplitud de espacio. Había estado mirando un poco y se me ocurrió ésta toma en particular, que podría llegar a ser interesante. Es sabido que una cosa es mirar la foto en la pantalla de la cámara una vez que se la sacó, otra cosa verla en la en la pantalla de la computadora cuando uno la va a editar. Así que esa foto me parecía interesante aunque siempre la dejaba, porque son muy pocas las veces que consigo tener una visión de lo que quiero hacer antes de ir a sacar la foto. Generalmente intuyo que por ahí hay algo que valga la pena y después le doy la vuelta, y éste fue ese caso. Con todo el tiempo que la dejé, cada vez que la miraba es como que fui teniendo una visión más clara de lo que quería hacer. Quería que mi vista se dirigiera hacia el Cristo Apolo y hacia las estrellas. Tenía que armar como una especie de pista de lanzamiento para la mirada y eso es lo que finalmente terminé consiguiendo en la foto.
¿No fue planificada entonces?
-No, no tengo mucha capacidad proyectiva. Esta foto se fue armando porque la dejé y cada vez que la veía se me iba ocurriendo como la podía ir haciendo. No tenía una visión previa.
¿Forma parte de una serie? ¿Sacaste varias fotos en el mismo lugar, las miraste y dijiste ‘ésta es la que sirve’?
-No saqué muchas. Por lo general no saco muchas fotos de una misma escena. Esta es única, está esa y después tengo otra toma hecha más del costado del cementerio. De esa noche tengo más fotos del matadero, aunque en ese lugar hay una luz de calle que te complica bastante las imágenes de larga exposición.
En una foto de la entrada del cementerio de Laprida tomada por Gabriel Lucardi hace pocos días, vi que el Cristo tiene iluminado el cartel que dice INRI, con lo cual mi foto hubiera sido totalmente imposible.
¿Qué otras fotos enviaste al concurso?
-Otra del portal de Laprida. Yo nunca borro los cables de las fotos, y tomé una foto en la que Jesús parece una marioneta manejada por las manos de Dios que manejan los cables, con un cielo nublado, plomizo, post crucifixión.
Portal del cementerio de Laprida. (Gentileza Alfredo Fushimi)
La otra fotografía que mandé es una del matadero de Epecuén, tomada un día de enero muy caluroso, a la tarde, hora muy complicada para sacar la foto. La saqué desde muy lejos, con un gran angular. Unas nubes te llevan al matadero, igual que unos árboles en los costados. Todo te señala hacia allí: el camino, las nubes, los árboles.
Matadero de Epecuén. (Gentileza Alfredo Fushimi)
Las obras de Francisco Salamone parecen haber sido hechas para ser fotografiadas.
-Uno cree que Salamone no le interesa a tanta gente. Pero que 120 personas se arriesguen a concursar en algo así me demuestra que estoy equivocado. Por suerte. Que tanta gente se haya tomado el trabajo de tomar fotos con ciertas condiciones técnicas me llama la atención. Ojo: creo que los concursos son una cosa, los sitios de fans de Salamone son otra. Allí el público se renueva, pero creo que ese público no es el mismo que específicamente va a hacer fotos. Ése es mucho más específico.
¿Cómo nace tu interés por Salamone y qué relación tiene con tu entrada en la fotografía?
-Yo pertenezco a una generación que siempre llegó cuando la fiesta había terminado. Estaba en segundo grado cuando se separaron los Beatles y explotaban Almendra, Manal, Moris. Cuando empecé a escuchar esas bandas siempre me encontraba con tipos que tenían diez años más que yo que me decían “ah, pero vos no viste en vivo a Almendra”. Mi interés por Salamone también nació tardíamente. En 2017, después de ver una Canon réflex que tenía un amigo, me compré una. Antes había usado un par de cámaras compactas. Con la réflex nueva y el lente de kit 18-55 me fui a visitar a unos amigos en Sierra de la Ventana. El primer lugar al que me llevaron fue al portal del cementerio de Saldungaray. Allí tomé, en un atardecer-noche, fotos sin trípode con largas exposiciones que aún hoy me gustan. Y sin saber nada. La suerte de los principiantes, dirían los que van al casino. A partir de ahí me enganché a hacer fotos, con la obra de Salamone de entrada.
Cementerio de Saldungaray, una de las primeras fotos del ganador de Revelando a Salamone. (Gentileza Alfredo Fushimi)
Era la primera vez que estaba en contacto en vivo con la obra de Salamone. Mi tío Guy Van Beeck (NdR: un arquitecto belga que incluyó a Francisco Salamone en su Diccionario de la Arquitectura del Siglo XX) me había mostrado en 2008 fotos de Salamone y mi respuesta fue “ah, qué lindo”. En ese momento estaba a full con el trabajo de ingeniero y no me hacía tiempo para otra cosa. Así que nunca le di importancia. Tampoco vi la muestra de los Shaw en el Centro Cultural Borges de 2007: a mí me persigue la maldición de llegar tarde a todos lados.
Solo pasaron cinco años de eso que contás. Quien ve tus fotos ahora piensa “este tipo fue fotógrafo toda la vida”. ¿De dónde pensás que viene esta cuestión estética?
-No tengo facilidad natural para nada. Si tengo que valorar una cualidad en mí, es el esfuerzo que le pongo a todo lo que me gusta. Tocar la guitarra me ha costado horrores, aprender a tocar el piano también. Pero con las cosas que me gustan trato de ir lo más a fondo que puedo. Con la fotografía me pasa lo mismo. Yo soy “hobbista”. Viste que cuando vas a la casa de venta de materiales tenés herramientas para profesionales y para hobbistas. Bueno, yo estoy con la motosierra para hobbistas. (DIB) MM