Tercer capítulo de textos pertenecientes al Mundial de Escritura. Recordamos que todos los cuentos aquí reproducidos fueron realizados por escritores locales que formaron parte de la competencia. En este caso presentamos un texto de Patricia Lohin:
Rosa
Buenas tardes hijo mío, necesito orientación.
¿Sabe? Yo no soy de aquí, bah, en realidad soy un habitante de la nada misma. Sin hogar. Digamos un ser que ni llega a ciudadano. ¿Cómo decirle? De esos que no tienen donde caerse muertos. Podrían hacer un nuevo continente con nosotros.
El caso es así: busco una calle que no sé ni cómo pronunciar, es uno de esos apellidos vascos y raros. Dicen que es una calle pequeña, no sé si por lo corta o por lo angosta, con piedras y macetas que tienen flores de colores debajo de las lámparas.
Me contaron que los vecinos de ahí son duros de roer, que los niños se acuestan por la noche escuchando reggeaton y amanecen sin haber dormido nada.
También que hay un tipo en la esquina del semáforo que vende churros y diarios de la semana anterior, que en el medio de la plaza un tío de zapatos recién lustrados baila el tango con un pañuelo perfumado en el bolsillo.
El mes pasado recibí una carta en la casilla de correo diciendo que Rosa vive allí. De casualidad me la dieron, porque pasé por el correo y uno de los pibes me chifló para que entrara.
Si le hablara de Rosa…
Pero bueno, ¿Sabe dónde está esa calle?
Quizás si pudiera venir conmigo de paso la conocería.
¿Vamos para el mismo lado entonces?
Le cuento que Rosa era flor de minón. Iba a misa todos los domingos con un vestido de florcitas que le cubría apenas las rodillas. Cuando caminaba por el pueblo, sus zapatos susurraban pequeñas odas a las baldosas; irrespetuosas y groseras para con el resto de la humanidad que había nacido sin gracia ni gloria o flores pegadas en el regazo.
El resto de los parroquianos —insulsos y pobretones— bajaban desde la carretera principal hasta la iglesia, y se quedaban en los últimos bancos con la vista baja, contando los lunares del piso granítico mientras repetían lo de la culpa unas cuantas veces, hasta que les agarraba hambre y sueño.
En esa época el sacerdote parecía un niño, pero en realidad era un hijoputa que estaba con los milicos, así fue que sopló a unos cuantos insurrectos y otros muchos degenerados para que acabaran desapareciéndolos en la capi.
Pero Rosa… Ella no tenía nada que ver con nadie. El caso es que después de misa, me mandaban a dormir la siesta, sería para que se asienten los jugos que emanan de la hostia una vez que llega a la panza. Pero yo me quedaba con ganas de jugar a las escondidas o de cazar mariposas blancas sobre el vestido de Rosa.
Por esos días yo tenía granos en la cara, mis manos vivían dentro de los bolsillos, los pies amotinados se adormecían dentro de un par de mocasines viejos y dos tallas más chicas.
A la tardecita el viento se colaba por las comisuras de las ventanas y en la calle levantaba las faldas de las viejas que salían del cine, quienes ruborizadas miraban en todas las direcciones intentando cubrirse la bragas.
Rosa sí que estaba linda, su piel no era demasiado gruesa, perfecta en sus líneas, tranquila y hermosa.
Perdóneme por seguir con la charleta muchacho, tal vez tenga cosas más importantes que hacer que escoltar a este viejo. ¿Ya estamos cerca? Se está haciendo largo el paseo para mis caderas. ¿Podemos sentarnos en este paredoncito un minuto?
Parece que hay restos de pan aquí. Cuando era niño pasé dos meses en el norte de la provincia. ¿Sabe? Allí solo comen ensaimadas, no hay nada de billetes, ni guardias de seguridad ni pan negro ni mariposas. Las ensaimadas son una especie de plato volador rellenas de manteca y cubiertas de azúcar. Con eso y un mate cocido llenábamos la panza.
En el norte se quedó el viejo que era albañil. Yo volví a las casas, con mi madre y mis tres hermanos. Afortunadamente, ya que de lo contrario habría perdido el rastro de Rosa, igual no la he visto en casi 45 años.
La última vez que la vi se estaba casando con el hijo del gerente del Banco Nación. Un chico alto y guapo, que usaba marcos de carey y gemelos en los puños de la camisa. Eso era lo esencial para tener una buena familia. Sé que Rosa no estaba enamorada, de la misma manera que sé que mi nombre es Ramón.
Pero bueno, no siempre se triunfa en el amor, de hecho en mi pueblo hay un filósofo callejero que se hace llamar Lengua de Plata, él habla de fracasar en el amor como lo mejor del mundo.
¿Dice que ya llegamos pibe?
Me pregunto ¿dónde está la casa de Rosa? Solo veo dos casas desocupadas, un lote vacío y un perro feo y estropeado como yo que camina por el medio de la calle.
¿Qué pasó con las flores en las farolas?
Bueno, gracias muchacho, no se preocupe, puedo volver solo. Por cierto, soy Rubén, un gusto.