Tres Arroyos ha sido, históricamente, cuna de artistas. Desde nacidos en la ciudad hasta adoptados por la misma, un sinfín de representantes de las distintas ramas del arte dejaron su huella en la ciudad.
En la actualidad uno que ingresa en este selecto grupo es Alan Arias. Hacedor de importantes obras, su vida se ve reflejada en sus trabajos, en su taller, en su pensamiento artístico.
Nacido y criado en Cascallares, el campo, los caballos, los carros y el arte lo han acompañado desde que nació.
Es lunes por la tarde, el calor nos arropa. El aire es denso, pero no tanto cuando uno ingresa al taller de Alan. Dentro me encuentro con cuadros colgados, fotografías y distintas obras decorando el lugar.
En la obra, el artista buscó representar al hombre de campo. El caballo fue confeccionado con chapas y desechos metálicos
Lo primero que me llama la atención –y por lo que estoy acá- es un caballo de tamaño real, su trabajo más reciente. A partir de entonces, ese animal será el eje de la charla que mantendremos por una hora.
“Esto es una obra para un privado, para un supermercado en Claromecó que se llama ‘Lo de César’” me cuenta. “Hace un tiempo que venía trabajando la idea de poder hacer alguna escultura que conmemore algún hecho histórico y este es el caso… quería representar al hombre de campo entonces pensé en hacer un caballo de andar, ensillado”.
El taller de Alan Arias, donde la magia sucede
Miro la obra. Alan la recorre y explica cada punto. Faltan detalles pero logro visualizarla terminada. “Va a llevar un morral con botellas y demás porque en realidad representa a un gaucho comprando dentro del supermercado que dejó el caballo atado afuera. Es reivindicar un momento histórico de la época cuando se hizo el Faro, que la tracción era a sangre y la gente del campo venía a hacer las compras a caballo”.
Pero esta obra tiene una particularidad: es funcional. “Me gustaría que venga el papá, la mamá, sienten al chiquito y le saquen una foto” me dice. La obra –que será más una instalación artística- será sin dudas un atractivo para los turistas que ingresen por la avenida 26.
– Es una propuesta interesante, distinta… el comercio podría haber buscado otra manera de acercar gente…
– Hay gente que le gusta el arte, poseer o tener alguna escultura pero no sabe qué. No quería que fuera un hecho aislado y por eso no hicimos una escultura así nomás. Nunca haría un Mickey, por ejemplo. Vamos a trabajar un animal autóctono, en este caso, un caballo criollo.
Arte del reciclaje
El caballo está compuesto por capas de chatarra. Partes de maquinaría agrícola y herramientas conforman su cuerpo. “Está hecho con partes de máquinas agrícolas, no trabajo con otras piezas; me gusta trabajar con eso porque considero que mi obra está representada por materiales que fueron parte de la agricultura, entonces tiene una connotación. Hay amigos que son escultores y en la Capital no consiguen los mismos materiales que pueden llegar a conseguir acá… vos vas a un patio de cualquier pueblo y hay discos de arado enterrados, tirados y allá no existe eso. El material que utilizo tiene que ver con el lugar donde vivo; me gusta un poco conmemorar eso, el pasado de la agricultura siempre se refleja en mi obra, puede haber piezas de molino, de cosas ligadas al campo”.
Su reflejo
El caballo tiene medidas reales. “Al caballo lo tengo incorporado en mi cuerpo” asegura Alan. Acto seguido, procede a mostrarme fotografías y trabajos relacionados al animal que tanto le apasiona.
Su amor por ellos viene de pequeño. Su padre realizaba carros alegóricos (obtuvo varios premios por ello) y la leyenda del Zorro lo capturó de niño. “Del Zorro soy fan Nº1 porque es de Cascallares. Yo desfilo desde los 6 años, he formado parte de agrupaciones tradicionalistas y el caballo es como una extremidad de mi cuerpo porque lo conozco muy bien”.
Más allá de eso, reconoce que trabajarlo “es difícil”. “Son muy expresivos” me dice. Volvemos a la obra que hoy nos convoca. Me señala la cabeza. “Los ojos me llevaron su tiempo, pero a mí me lleva mucho más tiempo encontrar los materiales que hacerlo al caballo porque la forma la tengo preestablecida”. Aquí reconoce que “lo más difícil es encontrar el material que te represente el pecho, el anca, las patas, las manos… para hacer esto descarté mucho material”.
Fue colocado en la puerta de un supermercado en Claromecó (Foto: Carolina Mulder)
Su taller permanece prolijo, aunque no es reflejo de su labor. “Me gusta trabajar en el caos” me confiesa. “Del caos saco la belleza. Cuando empiezo a trabajar, al taller lo doy vuelta, es mi ADN”.
La recolección
“De toda la chatarra puedo encontrar detalles porque voy en busca de eso. Soy como un imán con el fierro… voy decidido y el ojo lo encuentro”. Su labor de búsqueda va más allá de lo que necesita en el momento. Cuando va a la chatarrería en búsqueda de algo específico, es probable que regrese con algo más que le servirá a futuro.
El caballo vuelve al foco de la charla. Muestra una chapa comida por el tiempo, blanca y con bordes rojizos. “Esta, por ejemplo, la utilicé para trabajar el sobrerelieve pero en realidad quiero decir que es un caballo tobiano, un overo colorado. Esto viene a representar las manchas ya que es todo colorado con marcas blancas. La escultura te enseña y te lleva a aprender los pelajes de los caballos, que son un montón”.
El arte y su subjetividad
La charla es amena. Vamos y venimos en el tiempo. Vamos y venimos al caballo. “¿Cómo fue tu año?” le pregunto. “Tuve mucho laburo, hice una corona con flores con una paloma de la paz para el Crematorio de CELTA; es una obra de 1,50 de diámetro. También participé en muchos salones de pintura” me dice y automáticamente el centro de atención varía hacia una pintura.
“Esta pintura quedó seleccionada en el Salón José Rodrigo” me dice. “La hice en un día y quedó seleccionada. ¿Pero quién la selecciona? Un jurado. Tal vez hubo otras que fueron trabajadas por más tiempo y eligieron esta. ¿Quién dice cuál es mejor? Es tan subjetivo el arte…”.
Observamos el trabajo. “No es una pintura, es una experimentación con pintura porque tiene muchas texturas visuales y le da muchísima fuerza, se llama ‘La cortina del taller’, compite con la ventana y el rosa de abajo genera contraste con el martillo. Es una obra que tiene tres planos para entrar, entrás primero por el rosa, luego por la ventana y luego a la derecha”.
Mi condición de músico me lleva hacia la guitarra que Alan Arias construyó para el presidente Alberto Fernández. “La guitarra quedó en anécdota” me dice. “Me la encargó un privado para regalársela pero nunca se la llevó. Tiene medidas reales” me dice.
La miro y me cuenta su construcción, al detalle. “Están Maradona con la camiseta de la selección y con la de Argentinos porque el presidente es hincha; está el hornero que es el ave nacional, hay simbología de campo, está la Flor del Ceibo que es la flor nacional, la espiga de trigo como grano importante del país, unos engranajes que simbolizan la industria, el pañuelo de Abuelas de Plaza de Mayo, los eternos laureles que supimos conseguir y un sol que está hecho con un ventilador de cosechadora”.
Aquí volvemos a su vida reflejada en su arte. “Mis obras tienen correlación con los materiales, siempre se corresponden así porque repito materiales en algunas y es un poco la idea para dejar un sello artístico”.
Sin dudas que su sello está y seguirá dejando huella en el colectivo artístico local…