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SÁBADO 05.10.2024
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Una mamá que es una masa

Por Juan Berretta

Las amigas de Ludmila no podían creer que en la fiesta no hubiera empanadas para comer. Una a una iba y le reclamaban a Silvina, mamá de la cumpleañera, por esa ausencia. Durante tantos meses habían comido su especialidad que ya se habían vuelto adictas. 

Y después de escuchar la historia de cómo se gestó y se afrontó la fiesta de 15, hay que darles la razón: el sábado 30 de setiembre en el Salón de la Sociedad Italiana tendría que haber habido empanadas?
Pasaron 15 días del gran evento, y a pedido de LA VOZ DEL PUEBLO, Silvina Luna controló hoja por hoja de su cuaderno para sacar el número estimado de empanadas que había elaborado y vendido para poder cumplirle el sueño a Ludmila, la única hija que tuvo con Javier, su compañero en la vida desde hace 24 años.
“Fueron más de 30.000 las que hice”, revela. 

 ‘Si nos ponemos las pilas, se puede'”, cuenta Silvina que les dijo. Y así se puso en marcha el proyecto que terminaría involucrando a familiares, amigos y desconocidos clientes que se fueron sumando a la causa.

¿Por qué no? 
A los Rodríguez Luna no les sobraba -y no les sobra- un centavo. El sueldo que Javier cobraba en Metfer alcanzaba hasta ahí para pagar el alquiler de la casa y cubrir las necesidades mensuales de la familia. Silvina, ama de casa de profesión, colaboraba con lo que recaudaba cocinando para amigos o para algún evento sencillo. 

Entonces, la declaración de Ludmila de que para sus “15” quería hacer una fiesta “para mucha gente”, se transformó en todo un desafío.
“¿Por qué no?, pensé. Entonces les hice el planteo a Ludmila y a Javier. ‘Si nos ponemos las pilas, se puede'”, cuenta Silvina que les dijo. Y así se puso en marcha el proyecto que terminaría involucrando a familiares, amigos y desconocidos clientes que se fueron sumando a la causa.
“La única manera que nosotros teníamos de pagar la fiesta era con la venta de empanadas. Y muchos amigos me decían que lo hiciéramos, que nos iba a ir bien. Y nos largamos. Empecé de a poco, vendiéndoles a conocidos, y gracias al boca en boca la clientela fue creciendo”.
La primera vez que Ludmila había dicho que tenía ganas de hacer una gran fiesta para sus 15 fue hace cinco años, cuando por su participación en patín artístico le tocó ir a las primeras celebraciones de quinceañeras. 
“En ese momento no le dimos mucha importancia”, aclara la madre. El quiebre fue a principios de 2015, cuando durante una visita a Bahía Blanca, la adolescente vio un vestido y tuvo claro que era el que quería usar en su fiesta.
“Ahí tomamos la decisión de hacerla”, cuenta Silvina, que como una mamá de raza estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera a su alcance para darle a su hija lo que quería. 
Contrastes 
El arranque de la aventura convivió con momentos buenos y malos permanentemente. La buena noticia de que los pedidos de empanadas se reproducían de manera impensada, contrastaba con situaciones que trababan la evolución de la recaudación. Decidieron comprar una heladera en cuotas para poder tener la materia prima, idea que Javier aprobó con ciertos reparos. “Le dije que no se preocupara, que yo la iba a ir pagando… A la semana de tenerla me quemé con grasa y durante un mes y medio no pude cocinar. Además de que no recaudamos un peso, las dos primeras cuotas las tuvo que pagar él…”, recuerda Silvina con una sonrisa. 

“Cada precio que me pasaba de algo para la fiesta lo convertía en docenas de empanadas, para tener idea de lo que tenía que laburar para pagar”

Otra situación complicada se dio por la rotura del auto. “De golpe nos quedamos sin la movilidad para repartir las empanadas. Entonces, ahí nos salvaron unos amigos que viven a la vuelta de casa, y también mis viejos que nos dieron una gran mano”, dice.
Silvina se acuerda como si fuera hoy de una noche en la que a las 10 sus padres llevaron el último pedido y quedaron solos en su casa con Javier. 

“Una hora después recibí un mensaje, me pedían una docena. Y nuestra política es decirle que sí a todos. Así que ahí fue mi marido en bicicleta a la otra punta de la ciudad a entregar las empanadas”, cuenta.
“Y estuvimos un montón de tiempo con el auto roto”, agrega. 
Tracción a sangre 
La cocina de Silvina es un típico ambiente de una casa sencilla. Un televisor 14 pulgadas de la década del 80, un extractor que se prende cuando el olor a comida ya es demasiado invasivo, un mesa rectangular, y tapers con jamón, queso, carne picada, pollo cortado, cebollas… “Acá no hay nada industrializado. Todo lo hice a pulmón. Esto es ‘tracción a sangre’. Por eso también los tiempos de elaboración son largos”, dice.
Eso sí, la materia prima siempre fue de primera calidad. 
“Nunca cambié eso. Lo mismo que la masa, que la hago yo. Y creo que eso la gente lo valora”, asegura.
Las empanadas de Silvina se fueron haciendo conocidas y el sueño de la fiesta de Ludmila empezó a tomar forma. 
“Más de un año antes pudimos pagar el 50% del salón y el disc jockey. A fines de 2016 tenía pago casi todo el grueso. Pero así y todo hay momentos que pensaba que no iba a llegar. Es más, a 45 días de la fiesta me faltaba juntar 45.000 pesos? Entonces Javier me dijo que sacaba un crédito. Pero yo le contesté que no, que íbamos a poder. ¡Y pudimos!”, cuenta. 

“Siempre le mostramos a ella que hay que hacer un montón de sacrificios para llegar a lo que uno quiere. Y que un ‘sí’ que le decimos a ella son muchos ‘no’ que nos decimos a nosotros… Y sabemos que ella lo entiende”, explica Silvina. 

Nuestra noche 
Durante un año y medio, los Rodríguez Luna tuvieron la cocina llena de empanadas. De domingo a jueves, Silvina arrancaba cerca de las 17 y cocinaba hasta las 22. Un día promedio, la mamá de Ludmila elaboraba unas 30 docenas de empanadas. Los viernes y sábados el trabajo se extendía por casi 12 horas. 
“Mi amiga Patricia Zubillaga fue la que me ayudó con la organización y con la que hacíamos las cuentas. Yo cada precio que me pasaba de algo para la fiesta lo convertía en docenas de empanadas, para tener idea de lo que tenía que laburar para pagar”, explica. 

Tanto trabajo dio sus frutos: llegó el día de la fiesta y Silvina y Javier habían podido pagar todo. “Cuando arrancó el festejo no le debíamos nada a nadie. Si me lo decían dos años antes, de poder hacer una fiesta para 130 personas, no lo hubiera creído”, dice con la mirada húmeda. 
Entonces, la emoción empezó a brotar. “Ese día no hice empanadas y tampoco nada en el salón. Contratamos gente para que hicieran todo. Era una noche para disfrutar. Y la disfrutamos. Nos quedamos en el salón hasta las 9.30 de la mañana”, recuerda llorando. 

 “Cuando arrancó el festejo no le debíamos nada a nadie. Si me lo decían dos años antes, de poder hacer una fiesta para 130 personas, no lo hubiera creído”, dice con la mirada húmeda. 

A su lado, igual de emocionada, Ludmila sigue el relato con atención.
“Me encantó hacer lo hice. Lo hice con placer. Fue un proyecto familiar, y gracias a las empanadas pudimos cumplir el objetivo. Y ella tuvo todo lo que quiso, su book de fotos, el cambio de vestidos, souvenires, las mesas decoradas, la cabina fotográfica? Y salió todo de 10”, asegura. 
Está claro que toda esta movida también fue una enseñanza para Ludmila. “Siempre le mostramos a ella que hay que hacer un montón de sacrificios para llegar a lo que uno quiere. Y que un ‘sí’ que le decimos a ella son muchos ‘no’ que nos decimos a nosotros… Y sabemos que ella lo entiende”, explica Silvina. 
Después de una pausa que sirve para que madre e hija manejaran la emoción por todo lo contado y por todo lo que prefirieron guardar para ellas, con una sonrisa de oreja a oreja Silvina comenta que Ludmila hace un mes empezó a trabajar de niñera para ayudar a unos amigos.
 Y que con el primer sueldo los invitó a cenar. “El jueves me dijo: ‘hoy vamos a comer en familia, porque ustedes hicieron un montón de cosas por mí y hay que festejar que todo haya salido bien'”, recuerda Silvina las palabras de su hija. 
Mejor regalo del día de la madre, imposible.
Se apaga el grabador y llega el momento de la despedida. “Comete una empanada, no te podes ir sin hacer el control de calidad”, dice entre risas la cocinera. 
Y sí, las empanadas están buenísimas. No se entiende cómo no las incluyeron en el menú de la fiesta. 


Un equipo de lujo 
La idea y el papel principal del proyecto estuvieron a cargo de Silvina. Pero deja bien claro que fue un trabajo familiar y con la ayuda de mucha gente amiga. “Esto ha sido posible gracias a la colaboración de todos. Cuando surgió la idea se habló en familia y decidimos ponernos las pilas. A mi marido le tocaba el delivery, a Ludmila cocinar y envolver, y a mí la elaboración”, explica. 
A la hora de dar las gracias, Silvina pone primeros en la fila a su esposo y a su hija, después a José y Elena, sus padres, “quienes me hicieron el aguante cada fin de semana”. En la lista siguen sus amigos “que cuando los necesité estuvieron”. 
En un segundo escalón ubica a cada uno de sus clientes, “muchos amigos y conocidos, pero también un montón que sin conocerme se han animado a comprar las empanadas y llevarlas a su casa para compartir con sus familias y amigos. Para mí eso tiene un gran valor porque uno a sus seres queridos siempre les quiere dar lo mejor”. 
Y agrega: “Voy a estar agradecida por siempre con todos porque cada uno hizo que pudiéramos cumplir el objetivo que nos planteamos de hacer la fiesta que quería Ludmila”. 
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