Por Claudia Torres
“Sufrimos más con lo que imaginamos que con lo que en realidad nos sucede”. Al leer esta frase, se me presentan diferentes interrogantes que me gustaría compartir con ustedes. ¿Cuál sería una de las causas que nuestros pensamientos nos lleven a padecer ciertas situaciones? ¿Pueden mis pensamientos dominar mis acciones? Y en realidad ¿Qué es un pensamiento? ¿Somos flexibles o rígidos en nuestra manera de pensar?
El concepto de pensamiento hace referencia a procesos mentales relativamente abstractos, voluntarios o involuntarios, mediante los cuales el individuo desarrolla sus ideas acerca del entorno, los demás o él mismo. Es decir, los pensamientos son ideas, recuerdos y creencias en movimiento, relacionándose entre sí.
Ahora bien, los pensamientos no existen como actividades intelectuales “puras”, ya que siempre van de la mano de otros procesos mentales que tienen que ver con las emociones y que están generados y regulados por una parte del cerebro llamada sistema límbico.
Esto último significa que los pensamientos siempre están “teñidos” por la emocionalidad, no son ajenos a los sentimientos y las emociones. Si el pensamiento son procesos mediante los cuales todos desarrollamos nuestras ideas en base a las experiencias y vivencias particulares, podríamos decir que la manera de llevarlos a cabo es lo que nos diferencia. La etimología de la palabra rigidez proviene del latín del verbo rigere, que por un lado es sinónimo de estar tieso, de no poderse doblar.
En física la rigidez está asociada a la falta de elasticidad o capacidad de movimiento. La rigidez del pensamiento es observada como una incapacidad de adaptación en el tiempo y en las circunstancias de la existencia. Esta característica del pensamiento limita la capacidad de aprendizaje.
Puede ser fuente de, intolerancia, insatisfacción y dolor. Algunas personas acuden a los extremos por intentar mantener su vida en orden de acuerdo a sus reglas. Si vivimos esperando que todo en nuestra vida salga perfecto, podríamos privarnos de muchos placeres y convertirnos en personas inflexibles con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Las personas muy rigurosas a menudo sufren de ansiedad y depresión.
Además, quienes quieren mantenerlo todo bajo control generalmente se encuentran frustrados porque el resto del mundo no vive de acuerdo a sus reglas, lo que puede causarles una decepción. Una mentalidad rígida es más propensa a sufrir todo tipo de trastornos psicológicos y emocionales, se siente encerrada y condicionada por pensamientos circulares y su actitud y comportamiento afectará negativamente a su entorno, ya sea familiar, laboral o relacional.
Las consecuencias de la inflexibilidad o rigidez es un alto nivel de estrés, baja tolerancia a la frustración, angustia por no tener el control, dificultades en la toma de decisiones, miedo a cometer errores, miedo a cambiar y dificultades en el crecimiento personal. Si los pensamientos tienen estas características, quizás te sientas identificado con alguna de estas expresiones: “me molesta cualquier tipo de cambio” o “me enojo cuando las cosas no salen como espero”.
Tener rigidez de pensamiento significa pensar que nuestros pensamientos son reales en sí mismos en vez de entender que son sólo representaciones que nosotros mismos hemos creado a partir de nuestras experiencias. Significa que la realidad es algo fijo para nosotros, algo que no cambia; a la vez vemos a las personas como buenas o malas, sin matices.
La rigidez mental nos lleva a cometer errores y a vivir haciendo esfuerzos sobrehumanos por adaptar la realidad a nuestros conceptos sobre la misma. Ahora bien, si nuestra manera de pensar es flexible significa ver las cosas desde distintas perspectivas, tolerar la ambigüedad, tomar riesgos y aprender de los errores.
Para ello, es necesario que nos adaptemos a los cambios, para poder entender la diversidad de opiniones y abrir nuestra mente a otras formas de ver el mundo.
Cuando somos mentalmente flexibles, perseguimos objetivos, sabiendo que esos objetivos, a veces, pueden ser cambiados o modificados mientras aprendemos más acerca de las situaciones y de nuestra capacidad para lograr lo imposible.
La flexibilidad define un estilo de vida y nos permite una mejor adaptación a las presiones de nuestro entorno. Es entender que “las verdades absolutas” no existen, que las cosas que nos suceden se pueden interpretar de diferentes maneras, dependiendo del punto de vista desde donde se observe.
Suelo decir a mis pacientes que debemos ampliar la mirada, que no solo existe un camino para transitar, que debemos permitirnos encontrar maneras más creativas de solucionar nuestros problemas. Abrir más la mente es como abrir más los ojos y tener un pensamiento flexible es como abrir las puertas a nuevas ideas.
Pero ¿cómo podemos hacer para conseguir flexibilizar nuestros pensamientos? ¿Sólo hay una solución a nuestros problemas y conflictos? ¿Qué otras alternativas tengo? ¿Y si comienzo a ver los problemas desde otro punto de vista?
En este punto podríamos comenzar por cuestionarnos lo que hasta el momento es para nosotros verdades absolutas, sobre las demás personas y sobre la sociedad donde vivimos. Probar cosas nuevas, abrir la mente a nuevas ideas, pasatiempos y experiencias; decir “sí” a las nuevas oportunidades que se nos presentan, reducir la tensión, dejar de pensar en todo lo que se debe hacer y disfrutar el momento.
Quizás nos sea útil delegar responsabilidades, sé que no es algo sencillo, no sólo en lo laboral, sino también en nuestra vida privada. Una de las mejores opciones para empezar a ser flexible es desordenarse. Desordenarse no significa llevar una vida fuera de control o alterar todo hasta no saber dónde están las cosas.
Significa no ser robots ni vivir tan organizadamente que no haya lugar para la improvisación y la espontaneidad. El perfeccionismo puede ser una virtud si no es obsesivo. Hacer las cosas lo mejor posible es saludable y oportuno en cualquier faceta de la vida, pero hacer del perfeccionismo la meta de toda actividad crea obsesiones que llevan a la inflexibilidad y estancamiento.
No es una tarea sencilla, pero sí realizable y que trae beneficios en nuestra calidad de vida. Ser flexible es saber crear, divagar, explorar, generar, imaginar, improvisar, inventar, modificar, relacionarse y transformar… entre otras cosas. Intentemos guiar nuestros pensamientos y no que ellos nos guíen a nosotros.
“No hay ninguna razón por la que no se pueda enseñar a un hombre a pensar”. Frederic Burrhus Skinner (1904-1990) Psicólogo estadounidense.
Lic. Claudia Torres
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