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LUNES 07.10.2024
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Un Torito que vive entre los zapatos

“De chico hice alguna que otra changa, pero como trabajo en serio, toda la vida me dediqué a esto”, dice Gustavo Arrupe, quien de sus 47 años, 27 los vivió como zapatero. “Arranqué a los 20, cuando volví de la colimba, de la mano de Horacio Ramón, que era mi amigo. El fue quien me enseñó todo del oficio”, cuenta el Torito. 

Gustavo se ganó el sobrenombre por ser hijo del Toro Arrupe. Y cuando se independizó y puso su propia zapatería eligió su apodo como nombre. Imposible no saber entonces que el negocio no era de él. “Empecé con Horacio en Zapatería Avenida, en Almafuerte al 300. Primero le cebada mate, después le daba una mano tiñendo algunas cosas, y de a poco me fue enseñando el resto. Pero esto me gustó de entrada. Fueron siete años que estuve con él. En 1996 me largué solo”, cuenta. 
El Torito en soledad comenzó con un local en Tacuarí al 300. Allí pasó 18 años y afianzó su clientela. Hasta que hace tres años se mudó a la séptima cuadra de Almafuerte. El destino quiso que volviera a la avenida que lo vio nacer en el oficio. “Ya llevo 21 años solo, pero es cierto que la mudanza a la avenida me trajo una linda nueva clientela. Es una vidriera hermosa que te genera más trabajo”, explica. 
Cambios 
Fueron muchas las modificaciones que sufrió el trabajo del zapatero en estas casi tres décadas que ejerciendo el oficio Gustavo. “Cuando arranqué se hacía todo en cuero, traían muchas botas, muchos zapatos, y también se hacían muchas suelas. Con el paso de los años todo empezó a ser de plástico, de PVC, y eso hizo que el fuerte empezara a ser la reparación de zapatillas”, explica. 

El Torito Arrupe se pasa entre 10 y 12 horas en su zapatería de Almafuerte al 700

“Hoy ya casi no hay nada de cuero, se ve cuerina y cuero ecológico. Y para trabajar es más complicado porque el cuero ecológico se raja”, dice Gustavo. El mayor trabajo hoy en día llega de la mano de las zapatillas y mochilas, y en un segundo escalón, carteras. “Zapato ya casi no te traen, por los costos no conviene”, cuenta. 
Sobre la mesa de tareas del Torito se ven algunos botines y también varias pelotas. “Eso siempre está”, asegura. Arrupe cuenta que el trabajo le gusta, “uno se acostumbra a trabajar solo y a hacerlo a tu ritmo. Es cierto que la clave es meter horas y horas”. 
Con respecto a la actualidad, el Torito dice que “se ve que la cosa está más difícil, yo me doy cuenta por todo lo que no me retiran”, dice mientras señala una linda pila de zapatos, botines y zapatillas. “Algunas cosas tienen más de un año… Lo peor es que uno puso el material y varias horas de trabajo”, se lamenta. 
A la derecha de esa montaña de trabajos hechos y no retirados hay otra con pedidos que le dejaron pero que el Torito no llegó a arreglar. “Uno ya les ve la cara y se da cuenta que lo van a dejar clavado. Son clientes golondrina que pasan una vez y te dejan algo. Yo ya me doy cuenta y directamente no lo hago”, explica. 
“Lo ideal sería pedir una seña, pero a mí no me gusta, es muy antipático para el cliente”, agrega. Con satisfacción cuenta que más de una vez atendió a clientes que le dijeron “no te acordás de mí, cuando era chico me arreglabas la pelota”. Claro que él nunca los reconoció: “En muchos casos yo les cosía la pelota hace más de 20 años, imposible que me acuerde. Pero es lindo que ellos sí me recuerden”, comenta. 
En la despedida, el Torito les manda un saludo a sus clientes y a sus colegas, y aclara: “Es un oficio que se está perdiendo el de zapatero. Hoy debemos quedar unos 10, y yo debo ser el más joven”.
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