Escribe Ernesto Martinchuk
En las últimas décadas la familia se ha transformado, y observamos que en corto tiempo, pasó a constituir núcleos de cuatro o cinco miembros en promedio. Los tuyos, los míos y los nuestros, donde muchas veces se observa una competencia entre padres e hijos, donde los primeros no asumen su verdadero rol y en muchos casos, el dinero parece cubrir esas falencias.
También se observan cambios cualitativos que han evolucionado muy rápido. En las familias ya no se observaban características tales como: ambientes educativos que favorecían el surgimiento de competencias tales como la resiliencia, la solidaridad, además de ser ambientes que favorecían la estimulación de la independencia, seguridad y la autoestima. En las familias actuales, esas características del ambiente familiar ya no son parte “natural” del estilo familiar, por lo que no siempre están presentes, a menos que los padres hayan actuado de alguna forma (educándose por ejemplo) para conseguir que la familia genere esos ambientes de aprendizaje.
Esta situación ha traído aparejada una nueva forma de educación en el núcleo familiar, y no se trata de calificar si eso ha sido bueno o malo, sino de mostrar que la trasformación en la familia ha creado lagunas en la educación que no han sido cubiertas, generándose con ello vacíos en la educación de los hijos.
¿Debemos educar a nuestros hijos de forma diferente a la que nosotros fuimos educados?
Desde luego que sí, esto no quiere decir que todo tenga que ser diferente, quiere decir que no puede ser igual. El mundo esta cambiando, al igual que las formas del trabajo.
En principio es necesario empezar a hacer consciencia sobre la educación que recibimos y de ahí seleccionar lo que, ahora, es necesario mantener y desechar lo que en nuestra época de padres es oportuno dejar de lado. Detenerse a realizar este paso, es de suma importancia, hacer consciencia de cómo fuimos educados no es solamente recordar lo que nos tocó vivir, sino comprender eso que vivimos y cómo ahora forma parte de nuestra vida.
La estructura de la familia se ha modificado, como se ha podido observar, el cambio ha sido tanto en el número de sus integrantes como en la forma en la que sus miembros se relacionan.
Los hijos, en general, reciben una atención diferente, más proteccionista, -en algunos casos- pero no necesariamente orientada a propiciar la sana independencia emocional y asunción de la responsabilidad individual, que a cada uno le compete.
También es importante aclarar que se habla de tendencias en la familia, lo que no necesariamente implica que todas las familias asumen exactamente un determinado comportamiento. Son los padres los encargados de dar el ejemplo y no convertirse en cómplices o amigos de sus hijos. Son sus padres.
Los niños y los jóvenes hoy conviven en una sociedad diferente, con muchos retos distintos a los que sus padres vivieron de niños o de jóvenes, por lo que es necesario dotarles de herramientas emocionales que les posibiliten afrontar con asertividad la construcción de su propia vida emocional en el camino de cumplir sus objetivos. Por su parte, la educación familiar podría partir de los siguientes objetivos básicos:
1. Lograr que los hijos sean seguros de sí mismos,
2. Conseguir que los hijos adquieran un adecuado grado de autonomía,
3. Lograr que los hijos sean independientes,
4. Gestionar la inteligencia emocional en todos los miembros de la familia
5. Conseguir que los hijos posean la capacidad de ser felices.
Fue Dreikurs quién en 1964, postuló el concepto de educación democrática con el que se puede generar un ambiente para la toma de decisiones y el establecimiento de límites claros para la educación de los hijos. Básicamente se trata de participar a los hijos de la toma de decisiones en los aspectos que atañen a todos los miembros de la familia tales como la distribución de las responsabilidades, como el cuidado de la casa y su limpieza, o las horas de diversión y convivencia, reservando decisiones exclusivamente para los padres en aspectos tales como el manejo de la finanzas familiares y las responsabilidades mayores como el cuidado de la salud, etc. Sus principios son claros y un mínimo entrenamiento podría ayudar a los padres para armonizar la educación emocional de sus hijos entre esa tendencia de hiperprotección y la excesiva rigidez.
Es claro que la familia, independientemente de la composición que hoy pueda tener, de haber hijos (propios, adoptados o de otras uniones) en algún momento se cuestiona sobre que se debe enseñar al hijo sobre sí mismo, sobre los demás, sobre el mundo y sobre la vida. La responsabilidad de educar a los hijos y de contribuir a que ellos, se desempeñen adecuadamente en la sociedad de la que forman parte es una de esas funciones.
Creo que, en este momento, es necesario comenzar a auxiliar a los padres de familia interesados en ayudar a sus hijos a lograr que maduren con independencia, autonomía, con seguridad personal y con amplia capacidad en inteligencia emocional para que puedan establecer relaciones y construir su propia felicidad.