Mi intención fue comparar la marcha de la Justicia con el bote de Leif Larsen, ¿recuerdan? Pero los comentarios vinieron todos por el lado del pescador. Se nota que el aire de mar atrae a todos.
Por principio me asombró que el fiscal Romero Jardín se sintiera orgulloso de compartir una nota periodística con Leif. Porque, ahora lo sé, Leif quedó como persona ilustre en la comunidad de Monte Hermoso. Desde Bahía Blanca Romero me anotició que su bote está en el museo de Monte. Lo merecía.
De hecho, otro amigo me reprochó no haber mencionado el altruismo de Leif. “Alimentaba a cuanto perro callejero había. Alojó a una familia sin trabajo por un año. Y también al Negro Celso”. Y el Negro Celso también apareció: “¿Tenés hambre? Yo te voy a enseñar a pescar un grande”, le decía a bordo del bote amarillo, mientras preparaba la línea.
“Ese bote era mío. Se llamaba Catalina”, posteó a su turno Gustavo, que suele asombrarme. ¿Por la canción de Pedro y Pablo? “No, por mi vieja”. Catita, claro.
Finalmente mencionemos a una sobrina de Leif, señora que apareció con su comentario al pie de la nota en la web. Otro día le cuento una proeza que hacía su tío, y que no creo que Ud. la sepa, pues para él era una pavada, que alguna vez contó, y yo escuché. Me han parado por la calle por este personaje y amigo, más de uno.
¿Y El Búho Correa?
Precursor del stand up -y aún de Gasalla-Perciavalle y aquel café concert-, en Claromecó El Búho nos alegró la noche a todos. Diría que cultivaba el pintoresquismo, pero su personalidad ya traía un plus francamente cómico. Desde la sonrisa en sordina hasta la carcajada abierta, todo eso provocaba El Búho. De pronto en el centro de la escena, luego en algún rincón, para cuatro o cinco que le escuchaban. Saludaba con un grito al llegar y con otro al irse. Buena parte de la concurrencia le respondía de igual modo.
Supe que era albañil por mi padre, un día en que no se mostraba conforme con su trabajo. “Tenía que hacer una casa en el vivero, y en lugar de hacer un cuadrado hizo un rombo”, me dijo, dando por sentado que su primogénito ya conocía las figuras geométricas.
Otro contó que hizo una vivienda y colocó prolijamente las ventanas. El problema fue -luego- al abrirlas, pues las hojas cayeron al piso. Las puso al revés, según esta narración. Pero dejemos esto.
¿Recuerdan al humorista Garaycochea? La Wikipedia dice: “Su especialización es el dibujo humorístico, donde publicó en numerosas revistas colaborando en las revistas El Gráfico, Atlántida, Billiken, Esto Es, TV Guía, Gente, Rico Tipo, Patoruzú, Humor, Semana Gráfica, La Revista, Satiricón, Qué y diarios como Crítica, El Mundo, La Nación, Crónica, El Cronista, Tiempo Argentino, Hoy y Democracia. Garaycochea editó libros como Dónde vamos a parar, Los deportistas son una risa, Don Gregorio, Catalina o Cómo parecer culto. Fue durante seis años el Presidente de la Asociación de Dibujantes Argentinos, tiene su propia escuela de dibujo”.
Qué nene, ¿no? ¿Imaginan un duelo entre Garaycochea y El Búho?
Pues cierta noche los parroquianos de Montoto comenzaron a murmurar que más tarde estaría Garaycochea. Lo busqué con la mirada infructuosamente, pero a la hora señalada apareció. Pequeñín, su cara ya era conocida por distintas fotos. Y ocupó el centro de la escena con un speech cuyo tema no recuerdo.
Comenzamos todos a escuchar. La paz duró hasta que El Búho dijo “perdóneme” y le hizo una pequeña corrección. Allí la ley de localía disparó su gatillo, y una risa general rubricó su intervención. Contestó presto Garaycochea, dejando en evidencia que era un humorista… gráfico. Puede que alguien haya festejado la respuesta, muy austeramente. Volvió a la carga El Búho, dejando caer un par de medulosos conceptos que hicieron estallar a la platea. Viendo que perdía por puntos en todas las tarjetas, Garaycochea sesgó su línea defensiva.
Se acercó al El Búho, tomó con la punta de los dedos sus modestas ropas de albañil y dijo: “Lo que pasa es que el señor quiere lucir su pilchita Pierre Cardin”.
Yo miré a El Búho, que desde arriba miraba a su antagonista con rostro desconcertado y sin saber qué responder. Aquella referencia le era ajena. No entendió qué le decían. El espectáculo entró en modo pausa, no recuerdo puntualmente cómo se resolvió. Luego Garaycochea retomó el centro de la escena y amenizó con unos juegos de ingenio más bien pelotudos.
Léase Quino, léase Fontanarrosa, todos tendemos a creer que un humorista es alguien más ingenioso, más inteligente que uno mismo.
De ser así, Garaycochea era la excepción. Aún como persona. No experimenté gran decepción porque nunca fui su fan en la gráfica. Por supuesto, el duelo -ante mis ojos- lo ganó El Búho. El otro… descalificado por golpe bajo. Quizá logró alguna risita… no lo recuerdo. Habrá quien pueda reírse de eso. Pero… vení Búho. Fijate: Monte Hermoso homenajea a su personaje inolvidable.
Casi un hermano tuyo. Si volviera atrás, los juntaría para escucharlos. Mirá, ahora recuerdo tres escultores: Benjo Bianchi, Caraduje y otro que hizo un muralito maravilloso en la Plaza de la Memoria. Usted -lector- puede votar por Macri, por Massa o por Del Caño, de acuerdo. Pero haga un esfuerzo y mire el muralito de la Plaza de la Memoria. Aunque sea Néstor. Mire como el artista capturó su expresión y su aire. ¡Es un artista! Si le pide “hágame a El Búho” le va a hacer a El Búho. Y quien mire, verá a El Búho. Ni sé como se llama el escultor.
A los otros los nombro y digo que tienen obras magníficas. A Caraduje lo imagino haciendo algo del estilo del Olmedo que está sentado en un banco en Rosario, por ejemplo. Y Benjo le va a presentar tres ideas para que elija; como hizo con el Belgrano de Belgrano y la ruta, valga la redundancia.
Y al Intendente, vamos… que alguna vez se habrá tomado su vino riéndose de las cosas del recordado Búho. Porque quien no conoció a El Búho no conoció Claromecó. Algo que lo recuerde. Con una plaquita que rece “El Búho Correa”. Su verdadero nombre.