En los sistemas democráticos existen tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. A estos se les sumo, la Prensa y desde hace un tiempo las redes sociales, denominadas ahora el quinto poder.
Durante “la primavera árabe”, lo que comenzó como un alboroto en Facebook desembocó en un puñado de protestas. Nadie se imaginó que tal inconformidad provocaría que los líderes de Túnez, Egipto, Yemen y Libia fueran derrocados. El fenómeno comenzó con la llamada revolución tunecina, cuya fecha de inicio suele contarse desde la inmolación de Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años que protestó contra el desempleo, el cuatro de enero de 2011.
A las primeras manifestaciones masivas les siguieron brutales represiones de las fuerzas policiales, documentadas y narradas en tiempo real en videos e imágenes reproducidas y diseminadas a través de Facebook, Twitter y YouTube.
Sin ir más lejos, en nuestro país, distintas convocatorias –Nisman, Ni una Menos, Defensa de la Democracia, pedido de Justicia, sólo por citar algunas- fueron llevadas a cabo a través de las redes sociales.
Las relaciones sociales basadas en Internet han llegado a determinar las nuevas formas en las que la sociedad se comunica e interactúa. Desde computadoras hasta teléfonos celulares, la conectividad plantea una estructura de interacción que, en sí misma, representa la importancia de lo que constituyen las TIC.
La necesidad de mantenerse en contacto es superada -y ampliada- por la actual demanda de una conexión permanente, especialmente con aquellos individuos u organizaciones que se desee, ya sea por mensajes de texto o correos electrónicos; publicando, tuiteando o compartiendo información.
Todo esto ocurre en la llamada Web 2.0, en la que cada usuario es (o puede ser) un productor de contenidos y en la que las comunicaciones han sido alteradas inexorablemente, dando voz a todo aquel con acceso a ella.