Hay que empujar. Eso, empujar. Desde el principio. Empujar para estar primero en la línea de largada. Más adelante dice Start. En un cartel bien grande. En el portón de entrada del Mall estamos todos. El portón está cerrado. Bien cerrado por ahora. Hay que empujar. No me empujen, digo. No me empujen. Nadie me mira. Todos miran hacia adentro. Hacia las ofertas. Hacia las luces de las vidrieras de los negocios. Negocios de ropa, de comida, de muebles para el hogar, de electrodomésticos. Miro hacia donde están las pantallas led, los celulares, los reproductores de música. Artefactos inimaginables que la tecnología brinda. Hay que empujar para estar primero. Para ponerse primero en la línea de largada. Yo estoy primero. No sé los demás. No me importan. Si alguien me mira no me importa. En cualquier momento van a abrir las puertas y el que llegue primero a las cosas va a ganar. Va a ganar dinero en los descuentos. Y puntos. Y crédito para otra oportunidad. Los guardias esperan del otro lado del portón. están atentos a la sirena que anuncia la apertura. Cuando la sirena estalle abrirán los portones.
Suena la sirena. Son cinco minutos. Cinco minutos para el cielo o el infierno. Para todo o nada. Los portones se abren. Empujamos. me empujan. Todos gritan. Es una nube de gritos que te envuelve y te arrastra. La gente de atrás empuja. Yo empujo. Entramos corriendo hacia las luces, hacia las vidrieras de los locales. Corremos a toda velocidad, con toda la fuerza que podemos. Hay gente que me supera en la carrera. Que me pasa. Que se adelanta. La empujo y alguien se cae al suelo. Lo piso. Le paso por encima. creo que es una mujer. O un adolescente. No lo sé. No miro a quien piso. La meta ese llegar primero. Hay gritos. Gritos de histeria. Los guardias se hacen a un lado para que la gente no los atropelle. Todos los locales están abiertos. Voy corriendo hacia donde están los artefactos electrónicos. Agarro una pantalla de led. También hay una tablet de múltiples usos. También un procesador de comida. También una cámara digital. También una notebook. Cuando no puedo abarcar más corro hacia las cajas registradoras. Quedan tres minutos. En el camino choco con una señora muy gorda que lleva cajas de zapatos. Se me caen algunas cosas. La señora me insulta. Me golpea. Le devuelvo el golpe y vuelvo a agarrar mis cosas. La empujo aun costado cuando me levanto y se cae. las cajas se le caen encima. Quedan dos minutos. Corro. Tengo que encontrar una caja registradora, me digo. Tengo que encontrarla. Las góndolas están dispuestas como laberintos. Y uno se pierde. Vuelve siempre al mismo lugar. Es fácil entrar. Pero es difícil salir. Es como una trampa. Tengo que encontrar una caja registradora, me digo. Voy hacia delante. Hacia la derecha. Doble después hacia la izquierda. Pierdo la referencia. Ya no sé si la izquierda es izquierda o s adelante. Quizás adelante sea atrás, no lo sé. Lo único que sé es que tengo que llegar a las cajas registradoras, llegar al lugar por donde entré, para poder salir. Queda un minuto con algunos segundos. Las pantallas que cuelgan del cielorraso lo anuncian. Entonces doblo y un aluvión de gente, gente que se asoció estratégicamente a otra gente para conseguir más cosas, para llevar más cosas, me empuja. Me caigo. Las cosas se me caen. Vuelvo a juntarlas. Alguien, un tipo rudo, pasa corriendo y me aplasta la tablet. La destroza. Lo insulto. Me van a descontar la tablet. Voy a perder puntos. Voy a perder créditos para el futuro. La pulsera electrónica que llevamos todos es implacable. Nada se le pasa por alto. Pero ahora no importa, digo, hay que cortar por lo sano. Tengo que concentrarme. Tengo que avanzar. Corro. Voy para la derecha, giro. Después vuelvo y voy para la izquierda. Agarro al pasar un camisa hawaiana, un pantalón, un shotr de baño, un sombrero. Puntos que logro recuperar. Doblo otra vez. Dos mujeres se pelean por una pantalla led. Tironean de la pantalla led. Una golpea a la otra que está en el piso. Un guardia llega para separarlas. las separa agolpes. Con una cachiporra que lleva en la cintura. Me alejo. Siempre hay que alejarse de los guardias. Son nudos de conflicto. Los gritos de histeria ya no se oyen porque hay música ambiental, muy fuerte, que llena todo. Mozart. Pequeña música nocturna, dice en las pantallas. Corro hacia la derecha porque me pareció ver una caja registradora. Queda poco tiempo. Quedan cuarenta segundos. La veo. Es una caja registradora y está disponible. Corro lo más que puedo. Se me cae la pantalla led, vuelvo a agarrarla. Pero cuando ya la tengo en mi poder y empiezo otra vez a correr, se me cae el procesador de comida. Dudo. La duda es fatal, digo. decido no levantarlo. El tiempo se me acaba. La dejo. Sigo. Y casi no tengo tiempo. Llego a la caja registradora, descubro que hay gente adelante, en la fila, que me ganó de mano. Tres personas. Tres personas que le gritan a la cajera para que se apure a pasar las cosas por el lector de barras. La cajera parece inmune a todos los insultos. Inmutable. Como si estuviera programada para no oir nada, para no responder ningún tipo de agresión. Quedan veinte segundos. A los diez segundos va a empezar a sonar otra vez la sirena para que la gente sepa que el tiempo se le acaba. Entonces la cajera termina con la primera persona y sigue con la otra. Grito. Empujo para que se apuren. Para que empiecen conmigo. Grito otra vez. Nadie me hace caso. Nadie parece oírme. Suena la sirena. Estruendosa. Tapa a Mozart. Quedan diez segundos y mis cosas ni siquiera están sobre la cinta de goma que parece no moverse, que parece no avanzar. Grito. Empujo. Las personas de adelante resisten. También me empujan. Me golpean con los codos, con los brazos, para que no pase. Suena la sirena final. Grito de furia. Se acabó. Mi tiempo se terminó. Las cosas se me caen de las manos. Las dejo caer. Ya no me sirven. La cajera aprieta un botón, sonríe como sonríen en las propagandas. Se enciende un cartel que dice Black friday is over. Del cielorraso cae papel picado, parece ceniza. Siento una tristeza infinita. Miro hacia el otro lado. La gente que consiguió pasar las cajas registradoras festeja a los saltos. La felicidad los vuelve locos.