El ingreso a Punta Desnudez anuncia el paraíso por venir. Curvas y contracurvas, camino sinuoso que a medida que se acerca al mar, va descubriendo médanos que se alzan victoriosos entre la vegetación autóctona. “¡Cómo no enamorarse!”, dice Ana Ben Amat a LA VOZ DEL PUEBLO.
La costanera da la bienvenida a este diario en una tardecita calurosa del mes de enero. A la izquierda del camino, frente al mar, el Hotel Punta Desnudez. Banderas de todos los países flamean y engalanan la entrada del lugar. Los médanos que hace 12 años eran parte de ese paisaje, hoy dieron lugar al “sueño de Ana, al amor de Ana”, como dicen sus hijos.
Al ingresar el recibimiento lo dan las mesas vestidas con finos manteles, los decorados, esculturas y cuadros tienen la impronta de la dueña del hotel. Una escalera de madera vestida con una delicada alfombra conduce al primer piso donde están las habitaciones, en la sala de recepción sillones blancos, almohadones bordados proponen al pasajero una estadía cómoda y soñada.
Ana Ben Amat es una mujer increíble, jovial, divertida llena de vida, moderna, tecnológica. Sentada en su escritorio recibe a este diario elegantemente vestida, con su “toque”, desparpajo y sobriedad excéntricamente combinados, genialmente ensamblados. Es la dueña de sus propios sueños, de sus deseos, la misma que se preocupa por señalar que la villa es hermosa, que la gente tiene que conocerla, que es una pena que muchos no sepan que existe…
Nace el hotel
Ana empezó en 2001 haciendo una prueba, había construido su casa de verano frente al mar y la gente se paraba a preguntar si la alquilaba. Ante la demanda turística que observaba, además de conocer que no había un hospedaje similar al que imaginaba en la zona, se propuso hacer el hotel. “El lugar tan lindo, la entrada tan pintoresca y la bahía tan preciosa… Paraba gente todo el día preguntando si alquilábamos la casa o los caballos o los cuatriciclos, todo el tiempo demandando cosas, por lo que decidimos hacer las primeras habitaciones para probar. Arrancamos construyendo cuatro con baños privados y pensamos que si no nos iba bien nos quedaba una casa grande para invitar amigos. Pero después no paramos más, todos los años se fue haciendo algo, cada vez más grande, cada vez más grande…”.
Al año siguiente de la primera construcción, viendo que no daban a basto con las que tenían, hicieron tres habitaciones más, al otro año otras cuatro y así “tenemos 17 habitaciones muy grandes”, cuenta.
“Lo pensé desde un principio, cuando hice las primeras cuatro habitaciones diseñé todo el hotel y hasta ahora llevo hecho la mitad, no sé si lo terminaremos, está tal cual lo habíamos dibujado, vamos respetando el diseño”, explica orgullosa Ana.
Nadie que lo visite podrá olvidarse del hotel, todo el que sea pasajero del mismo querrá volver. A poco de estar sentadas en el cómodo sillón de la recepción el sol comenzó a esconderse en el horizonte y a aparecer la magia, el movimiento, la preparación de la cena para los turistas que circulaban por el comedor.
“La gente se sorprende por el lugar, porque si tenés este hotel en Pinamar o Mar del Plata sos uno más, pero la gente viene acá, al medio de la nada -destaca Ana- y encuentra un hotel con un poco de confort. Y se sorprende mucho. El lugar es precioso, pensá: tenés una laguna inmensa de agua dulce a un kilómetro y pico, que es notable porque normalmente al estar cerca del mar tendría que ser de agua salada; la entrada de los médanos que es paradisiaca; y la bahía donde el agua tiene 6 grados más que el resto de la costa… Es un lugar muy especial, muy lindo”.
Actividades
Cuando comenzó con el emprendimiento Ana se encontró que tenía un hotel terminando que trabajaba dos meses y medio por año, entonces comenzó a probar con otros atractivos o brindando servicios especiales. Pero los concursos de pesca no resultaron, otras cosas en las que incursionaron tampoco, hasta que un día probaron con las travesías.
Así es que Ana empezó a comunicarse con todos los clubes de travesías del país, después con los internacionales. Al Hotel Punta Desnudez llega gente que viene de Chile, de Uruguay, de Brasil a hacer travesías, es una actividad con la que trabaja todo el invierno hasta el 15 de diciembre cuando empieza la temporada de verano. Otros pasajeros del período invernal son las personas de trabajo, de empresas, porque no hay ningún hotel en la zona para aquellos que llegan a la villa por algún negocio.
El hotel brinda servicios completos en verano, “vendemos un pack que incluye la habitación con el spa y un masaje por día por persona, el gimnasio, servicio de piscina, cada habitación tiene un servicio en la playa de sombrillas y reposeras, tenemos bicicletas… Todo incluido en la tarifa que le pasamos al pasajero, le solucionamos un poco la vida al que tiene familia ofreciéndole todo, si tenés dos manos y dos chicos, llevar reposeras y sombrillas es problemático”.
“En invierno hacemos muchas fiestas de cumpleaños, casamientos, que también hemos hecho en la playa cuando podemos en verano”, describe Ana los servicios que ofrecen al pasajero.
Vivir en la villa
LA VOZ DEL PUEBLO le pregunta a Ana dónde vive, a lo que responde “qué pregunta complicada decir cuál es mi casa. Mi casa es ésta, pero tengo casa en Buenos Aires y en Marruecos, y mi hija vive en Brasil y voy a visitarla de vez en cuando. Me encanta este lugar, amo este lugar, por eso me gusta que se hable de la villa que es tan linda, y la hemos cuidado mucho para que no crezca desordenada. Correteamos a la gente que viene con aire comprimido a matar aves, la cuidamos, no está permitido construir más de dos pisos frente al mar para que no pase el hecho de crecer desordenado. Cuidamos mucho el ambiente”.
Ana valora a la gente que se queda todo el año, “nos conocemos mucho, hay poca gente, quedamos los cuatro comerciantes más importantes de la villa todo el año”, en este momento se preocupa mucho por nombrarlos, “El mercadito de Marilú, la señora de la heladería, Patricia Irazar que tiene un complejo turístico, una casa de té una casa para alquilar y Puerto Sur de Alejandro Otero que tiene un complejo muy importante”.
Y agrega: “Somos todos amigos y compartimos muchas experiencias y actividades”.
La empresaria analiza la temporada y dice “es para llorar, es como lo que dicen, no le preguntes a los viejos por su salud para que no te cuenten los males, esto es lo mismo, vos no me preguntes por la temporada, es desastrosa y ya no va a mejorar, lo que ya llevamos perdido a esta altura desde diciembre, aunque venga bastante gente ya no se recupera”.
Ana señala que sigue sorprendiéndose cuando las personas dicen no conocer el balneario, ni el hotel. “Es insólito las veces que entro a comercios en Tres Arroyos y me preguntan de dónde soy, cuando digo de Punta Desnudez la gente no sabe dónde está, ni que existe el hotel. Me llama la atención eso que me pasa seguido, que no saben que existe o piensan que el pueblo de Orense y la villa son la misma cosa”.
La gente de Tres Arroyos se acerca mucho al restaurante -que está siempre abierto- por la playa, trabajan con reservas, los sábados a la noche se llevan a cabo distintos shows. Ana le muestra a este diario fotos de diferentes eventos en los que hubo bailarines de danza árabe, tango, folclore, salsa, todos de calidad, parte de lo que ofrece el hotel y el restaurante.
Recorrida
Las pinturas de Ana engalanan diferentes espacios del hotel, piezas de escultura, cuchillos marroquíes cuelgan de la pared que está detrás de la mesa en la que desayuna, flanqueados por aperos con las iniciales AA que eran de su abuela. La invitación a recorrer las instalaciones permite ingresar en el mundo del deseo más genuino por el bienestar, el descanso, el placer de mirar al mar. Enormes habitaciones decoradas con especiales objetos, algunos recorrieron miles de kilómetros hasta llegar allí, los jacuzzi que miran al mar, los amplios ventanales que dejan entrar el amanecer, un gimnasio, la sala de masajes con amplia vista a la piscina, el más delicado gusto al alcance de nuestras manos, en Punta Desnudez.
Ana es incomparable, una divina mujer hecha y derecha, experimentada, solidaria y gustosa de compartir su mundo con quien quiera visitarla. El hotel de los libros de cuentos, en una villa, rodeada por una bahía, cercano a una enorme laguna, frente al mar, acogedor, sorprendente, un maravilloso lugar para tomarse “un champancito” como dice la anfitriona.
El aroma del mar se cuela entre las palabras y la brisa llega para poner fin a la entrevista que podría haber durado mil horas, todas las que Ana necesite para contar sus historias y hablar de su lugar en el mundo. Ese que también puede ser por unos días el lugar en el mundo del lector.
El proyecto del hotel spa
Ana estaba relajada, sentada en el sillón y de pronto se acomoda frente a este diario, se incorpora y anuncia: “Tenemos un gran proyecto que no sé si vamos a desarrollar o lo vamos a vender, hacer un hotel spa, convertir este hotel en spa médico, para adelgazar, belleza, estrés, ampliarlo para eso. Tenemos como para incorporar 25 habitaciones más, está hecho el proyecto, si el municipio nos aprueba lo podemos hacer nosotros o lo vendemos para que lo arme alguien”.
Y agrega: “Le doy trabajo a mucha gente que es mi empleada, compro todos los insumos en Orense, no compro en Buenos Aires para poder dar vida a todo lo que se pueda. Pienso que un negocio de esta envergadura daría mucho brillo al partido porque en Argentina hay muy pocos”.
El amor de mamá
Los padres de Ana vivían en la zona, eran oriundos de Orense, y ella nació en Tres Arroyos. Había veraneado en la villa de chica y volvió después de 40 años y “me quedé fascinada con lo que vi, por eso decidí hacer una casa de vacaciones en este mismo lugar”.
Cuando habla de esa primera vivienda de veraneo señala que “en enero paraban de a diez o 15 personas preguntando por alquileres. En Marruecos tengo una fábrica de tuberías técnicas. Pero había esa demanda y quería invertir plata en Argentina, por eso empecé con esto”.
Respecto a la vida en en el invierno, Ana dice “a mi edad aprendí a vivir en soledad, pinto, leo, aunque no quedan muchos días libres en la semana. En invierno quedan pocos días entre que se va un grupo (de travesías) y viene otro, hay que limpiar y ordenar, los pasajeros son increíbles, mi hijo no podía creer todos los mensajes que me mandaron para Navidad”.
Ana ha recorrido todo el mundo y sigue viajando. “Estoy un poco acá y un poco afuera, pero éste es mi amor, mis chicos dicen eso: ‘el hotel es el amor de mamá’. Es un poco un hijo, cuando hacés una cosa desde un principio”. Para reafirmar esta idea señala el comedor y dice: “Ahí donde está el restaurante había un enorme médano, pero no de los que son implantados por la naturaleza, sino los de arena voladora ¡de ocho metros! Y donde está la piscina también, para que se vea como está hoy limpiamos y sacamos todo. Le mostraba al ingeniero dibujando sobre la arena del médano lo que íbamos a hacer y donde íbamos a poner la piscina, y él creía que estaba loca”.
La playa es su espacio natural, “en todos los lugares del mundo que he vivido han sido cerca del mar, me gusta, mi habitación da al mar, me despierto a las cinco corro las cortinas, miro el amanecer desde mi cama. Desayuno y después recién despego”, suspira y se ríe por lo hermoso del cuadro que describe.