Un pueblo, una playa y el mar, tres guías para contar muchas historias, innumerables vivencias y eternos recuerdos, como el caso de la familia Pereyra, que lleva cuarenta años brindando mucho más que un servicio a través del Balneario Walters en Reta.
“Estamos contentos y a la vez con una sensación extraña por eso de que van a tirar todos los paradores para hacerlos nuevos, de madera. Se nos termina la concesión y aunque igualmente tengo prioridad, es mucho dinero construirlo de nuevo”. Son palabras que al escucharlas tienen el tono que la letra no puede darle a la expresión de Celia Piacquadío, esposa de Walter Pereyra, padres de Maricel, una familia que creció en gran parte en este pueblo, en esa playa y frente al mar.
“Yo pregunté a la Municipalidad qué ayuda podría tener y no dicen nada, es como que no se valora lo que uno hizo, que la trayectoria no dijera nada”, comentó Celia poniendo de manifiesto que a sus espaldas hay cuatro décadas de trayectoria comercial que pareciera no fueran tenidas en cuenta para cuando concluya la concesión del balneario y haya que empezar una nueva etapa.
“Hace un momento vinieron a despedirse unos clientes de muchos años y se siente la tristeza de decirle que no sabemos si el año que viene vamos a estar, algo que no nos había ocurrido nunca, no lo puedo creer”, comentó luego, agregando que “fue una conversación que tuve con el director de Turismo, cuando le fui a decir que quería arreglar el techo y hacer la plataforma nueva, y me dijo que no gastara ese dinero porque después no sabía si iba a ser mío”.
Recuerdos
Por otro lado están los recuerdos, los centenares de historias transcurridas en la playa, de las cuales Celia recuerda que un día “tenía a Maricel en los brazos y empezó a crecer el mar, en esos momentos no se sabe para donde salir, Walter me dijo que me fuera y vi cuando el agua entraba por la puerta del quiosquito, pensé que se terminaba todo. A levantar todo como se podía y esperar que pasara, al día siguiente fue la gente, los turistas, los clientes que se ofrecieron para lo que necesitáramos, eso es algo imborrable, porque la gente de afuera fue la que más nos ayudó siempre, de tantos años que vienen”.
Es así que para la familia Pereyra, por encima de todo, están los incontables “amigos que hemos cosechado en tantos años. Quien no lo vive no sabe lo que es recibir a tanta gente cada año, que cuando se van te traen regalos, se despiden con la tristeza de tener que irse”, pero fortaleciendo la despedida sintiendo que al verano siguiente están de vuelta.
“Y también hemos ayudado a mucha gente, los que se encajan y vienen a pedir ayuda, llevar a alguien a la salita, o lo que se te ocurra, porque saben que siempre estamos dispuestos, así ha sido nuestra vida en Reta, dando y recibiendo constantemente”, dice Celia como repasando imaginariamente cada uno de los hechos que vivieron en ese lugar.
Anécdota
Como una de las tantas anécdotas, destaca aquella en que “un señor, no sé que le pasó por la cabeza y se fue a Claromecó caminando, dejó sus cosas y se fue, llegó la noche y no volvió, y todos estábamos pendientes de lo que le podía haber pasado. Uno imagina lo peor. Al día siguiente apareció a la mañana y nos dijo que se cansó tanto que decidió pasar la noche en Claromecó y volver al otro día, y acá estaban las cosas que había dejado en la playa”.
El paso de los años para Celia tienen su identificación cuando “vienen los chicos y se presentan como el nieto de tal o cual persona que veraneó en nuestro balneario, y uno no lo puede creer y se pregunta si tanto tiempo pasó, pero es muy lindo que a uno lo recuerden. Hoy (por el viernes) llegó un chico, se presentó y no lo podíamos creer. Lo traían los padres en silla de ruedas hasta que dejaron de venir, y ahora apareció caminando, con alguna dificultad pero camina, hoy tiene algo más de 40 años y nos vino a visitar, son cosas imborrables y de mucha satisfacción para uno”.
Entonces Celia admite que “jamás imaginé que iba a estar tantos años al lado del mar, lo que empezó con un quiosquito de chapa y se hizo grande, y ahora no solo está mi hija sino también nuestro nieto, que hoy juega con la hijita de una chica que venía desde que tenía esa misma edad”.
Son “imborrables el afecto y el recuerdo de la gente que vuelve cada año, o que pasa mucho tiempo y de pronto aparece y viene otra vez al balneario. A Walter -reconocido guardavidas-, hay quienes le recuerdan cuando les enseñó a nadar en el mar, o que rescató del agua a tal persona, como el que le dijo que se acordaba de él porque había salvado a su abuelo”, recuerda Celia.
Como que también “hay gente que viene a contarnos las cosas lindas o malas que vivieron durante el año, guardamos una carpeta donde la gente fue escribiendo cosas o situaciones que han pasado en el balneario, y cada vez que uno las lee es para llorar de la emoción, todo esto es lo que guardamos como el mejor tesoro”.
Y dentro del tesoro de la familia Pereyra está el balneario, aquel que fue un solitario quiosquito de chapas hace cuarenta años y que fue creciendo a la medida de las circunstancias. “Esto no lo vamos a regalar como si nada, aún cuando en la Municipalidad nos dijeran que a mitad de año le pasan el topador, está todo impecable y siempre cumplimos con todo, debieran valorar todo lo que hicimos, alguna esperanza tenemos”, dice Celia desde un pueblo con mar.