Paula Lusi es profesora, directora, esposa y mamá. Es una mujer con enormes responsabilidades, que enfrenta todos los días una nueva decisión. Una mujer que tiene a su cargo miles de vidas, de sueños, de necesidades. Dirige una de las escuelas de mayor matrícula de la ciudad, el equipo docente -tal vez- también más numeroso, sabe lo que es la demanda y la búsqueda de soluciones, pero especialmente conoce la necesidad que tienen todos los actores a su cargo de ser escuchados.
LA VOZ DEL PUEBLO sintió que ella debía ser atendida en su dolor, en su capacidad de ponerse en el lugar del otro y en su sobrevolar la vida, no en busca de respuestas -aunque algunas veces lo haga- sino en busca de la paz, ésa que sólo se consigue con el tiempo, la sabiduría y la mejor compañía, la de Manuel, Josefina, Luis e hijos y su familia.
Perdurar no es sinónimo de morir, sin embargo se puede perdurar en la memoria, en el corazón, en los recuerdos. Francisco está, allí presente, en la mesa charlando con su madre, guiándola. Pero no está, ni va a volver. Paula le enseñó esto a Josefina desde que nació -aunque ahora Fran esté un poco más cerquita que antes- ella sabe que su hermano mayor tuvo un accidente, seguramente evitable, y su vida huyó de él. Pero no él de aquellos que lo aman.
Paula ceba unos buenos mates, y así como es, como se la ve, inicia el relato. El cotidiano que no ha perdido hijos piensa que como tengo otros dos hijos más puedo soportar de otra manera, pero es otro hijo diferente. Querés al que no tenés también, veo realizarse a mis hijos, a Manuel como Manuel y a Josefina como Josefina, pero no veo realizarse a Francisco como Francisco, cuenta mientras juega con su pelo, lo da vueltas, lo entrevera.
Luis -su esposo- fue mi pilar, como mis padres que no pudieron soportar el dolor, mi papá enfermó de cáncer en el mediastino, en medio del pecho, creo que fue por la angustia de ver a su nieto muerto. En ningún momento me caí, desde el momento que me di cuenta que mi hijo estaba muerto activé el mecanismo de defensa por lo que me sobrevolé, veía la cosa como una película, describe Paula.
Para sanar algunas heridas Paula eligió escribir, el temor a olvidarse de sus vivencias, de él, hizo que se fueran completando los cuadernos relatando y haciendo viva la historia de Francisco.
Lo primero que te pasa es que creés que va a volver. Me sentaba en la puerta y esperaba que volviera, aunque no lo decís. Luis se sentaba conmigo en el umbral de la puerta y esperaba ver que cruzara la plaza, que llegara. El otro miedo que te da es que te vas a olvidar de él, entonces empecé a escribir y además empecé a leer.
Una persona que me ayudó en ese momento fue el abogado Alberto Chalde -quien se podía poner en mi lugar porque había perdido su hijito- y me aconsejó que no dijera que no quería hacer nada. Fue él quien me dio pautas de lo que pasa después de la muerte, como querer cambiarte de casa o cambiar el auto, cosas que querés hacer, de cómo la familia y yo misma íbamos a necesitar tratamiento después del accidente. Me ayudó a ver que la culpa no era mía y que había algún culpable.
Francisco, la vida
Traté de no idealizarlo, tenía muchas virtudes y también sus defectos. Trato de ser racional y creo que la religión es algo que te permite soportar ciertas cosas. A mí en este caso no me ayudó, eso de que Fran está en el cielo o que es un ángel… No creo que mi hijo sea un ángel en el cielo, sí fue un ángel en la tierra. Las virtudes que tenía eran muchas, alegre, feliz, hacía cosas que no podías pensar, como agarrar la bicicleta e ir a visitar a mi abuela y hacerla enojar hablándole de Los Simpsons -que ella odiaba- y así le daba alegría, la hacía sentir viva aún con el enojo. También hablaba con sus tíos para diseñarles algo, pensando en algún futuro auto que su abuelo le regalaría. El día que Luis los llevó a la cancha de Racing se hizo de ese equipo y enseguida empezó a comprometerse con la hinchada, describe.
“Veía que Manuel tenía una forma distinta de ser y lo apuntalaba, también era él que animaba, el que hacía los mandados, tenía esas actitudes, hacía lo que podía, también se enojaba. Cuando me separé él tenía cinco años y yo empecé a hacer de mamá y papá”sigue contando Paula con todo su cuerpo cómo era su hijo.
Apoya el mate sobre la bandeja y se sienta casi en el borde del sillón: “Vivieron un tiempo con su papá, cuando me separo me vengo de Bahía Blanca a Claromecó con mis hijos. Antes de separarme de su papá, Francisco me decía: Ustedes no se quieren como antes, y me preguntaba para qué estábamos juntos… Y tenía cinco años.
Los últimos días
Paula sabe que tiene que honrar la vida de su hijo, actúa en consecuencia, sabe ponerse en el lugar del otro y siempre trata de ayudar, de sobreponerse. El 1º de enero hizo diez años de la muerte de Francisco, su mamá lo sabe su ángel en la tierra. “Francisco rindió una materia antes del 24 (de diciembre), pasamos Navidad en Claromecó, él vuelve conmigo porque tenía que rendir algo más y dejaba la materia de Ana Ardenghi para marzo. Me acompañó a hacer mandados, hablamos de cuando ellos eran chicos y hacíamos los mandados juntos, hablamos de eso. El 30 de diciembre fuimos al Segundo Salto a tomar mate, ahí me dijo cosas que después me llamaron la atención, recuerda.
“El era arisco, no le gustaba que lo abrace, no me dejó entregarle el diploma porque decía que yo lloraba mucho. Pero ese día se sentó al lado mío y me dijo: ‘Yo soy el bebé de mamá y se tiró encima de mí, así enorme como era, y yo lo acuné. Después preguntó por Orense, por los médanos que se cortaban porque supuestamente ya habían ido a andar en cuatriciclo -eso lo pensé después que pasó todo- y yo le dije que tuvieran cuidado que los cuatriciclos se dan vuelta, le hablé de accidentes que habían pasado y le pedí que se cuide. El 31 a la noche terminamos de brindar y salió con sus amigos ”, describe con lujo de detalles.
“El primero de año almorzó en casa con un amigo y se fueron en el cuatriciclo, en el que tiene el accidente. Pero cuando se fueron de casa me dijeron que iban a dejar el cuatriciclo. Y así fue, lo dejaron en la casa del amigo y se fueron caminando a Dunamar. Aparentemente sus amigos se volvieron antes que Francisco y cuando él estaba regresando para Claromecó, aparecen los chicos con los que estaba en el accidente, en el cuatriciclo y lo invitan a Francisco -que no quería subirse, según relatan otros chicos- y salieron. No me avisó, sabía que yo le iba a decir que no y habrá pensado que iban y volvían y no me iba a enterar. Todo esto lo sé por lo que me contaron algunos amigos porque ni las familias, ni los chicos con los que estaba cuando se accidentó me contaron nada”.
Lo que sigue del relato lo hace más pausado, reconstruyendo en el aire los hechos con las mejores palabras que encuentra. “Van a Orense, se encuentran con un amigo y su familia en la playa, van al pueblo a cargar nafta, los para la policía y los deja seguir y vuelven por la playa. Cuando están volviendo, según nos contaron los bomberos que llegaron al lugar y recibieron el primer relato de boca de los propios chicos -a nosotros no nos contaron nada y declararon cinco días después, todos los mismo-, parece que habían pasado el Cuarto Salto, venían por la arena y agarran desniveles y Francisco -dicen- se soltó y dijo con los brazos extendidos: ‘Soy libre’ cuando salta el cuatriciclo, se cae para atrás y se desmaya. Siguen un trecho y cuando ven que Francisco está tirado vuelven a buscarlo.
“Cuentan los bomberos que los chicos relatan en ese momento que lo levantan para llevarlo a Orense y convulsiona y se cae en las piedras. Lo llevan a la orilla del mar para limpiarle la sangre, mientras otros salen a pedir ayuda y otros dos se quedan inmóviles. Llegan al Segundo Salto y se encuentran con Faienza, que es el que llama y pide ayuda -nunca encontramos el celular de Francisco-. Van los bomberos y tratan de reanimarlo, pero en el Pozo de Alonso ya no pueden más. Parece que fue en el golpe contra las piedras -por cómo estaba su cabeza- cuando convulsiona lo que le produce la muerte, eso está determinado”.
Paula estaba en Claromecó, recibe la noticia, y a partir de ese momento siente que “me fui a otro mundo, traté de estar lúcida, pero por ahí ahora con el tiempo, pienso que la culpa no es de los chicos, es nuestra, qué hacemos con nuestros hijos que son lo que permitimos que sean. Algunas madres me decían que no entendían lo ocurrido porque su hijo manejaba desde los tres años el cuatriciclo, y yo pensaba es como si le hubiera dado un auto a mi hijo a los tres años y pensara que eso está bien, pero ésa es la lección que aprendí”.
Diez años después
“Me pongo más grande, hay algo que me sigue doliendo, que ningún padre de esos chicos me vino a decir que lo sentía. Sólo el hermano de uno de ellos hizo lo imposible para que me sintiera bien cuando lo tuve de alumno. Ningún papá vino a verme”, mira Paula la foto de Fran sobre la chimenea de su casa. Y lo señala mientras reflexiona: “Trato que lo que me pasó enseñe, algo que siempre les digo a los alumnos, y no es un discurso que tengo puesto, digo que como personas nos tenemos que cuidar, valorar a las personas y eso es lo que tienen que hacer. La felicidad y la tristeza están separadas por una línea delgada que a veces no vemos”.
Y agrega: “Siempre le digo a los papás que disfruten de los hijos, que compartan tiempo, lo digo del corazón. Vivo por mis dos hijos, y en relación a Francisco tengo que honrar su vida, no puedo estar tirada. Aprendí a ponerme en el lugar del otro, a llorar cuando tengo que hacerlo, me gustaría tenerlo, escucharlo, hasta algunas veces me pregunto por qué mi hijo -en esos momentos Mercedes Florez me ayudó mucho-“.
Paula sigue mirando a su familia retratada en diferentes fotografías. “Un día Manuel me preguntó por qué no lloraba, para qué hacerme la fuerte y entonces me empecé a dar esos permisos para llorar. El nacimiento de Josefina nos dio bastante aire, había pasado un año de la muerte de Fran cuando quedé embarazada, ella fue como un aire que refrescó todo y ayudó a todos. Siempre que vamos de vacaciones pienso que me hubiera gustado compartilo con él, al principio no volví a Claromecó. Después pensé que ése era el lugar que le gustaba a mi hijo y empecé a ir de nuevo. Uno puede hablar mucho con sus hijos, y puedo decir mucho a otros padres, yo no lo acepto, pero no vivo enferma por eso”.
El 14 de diciembre Paula y su familia tomaron una decisión, “cremamos los huesos de Francisco, ahora está conmigo. El momento más difícil fue cuando me entregaron la urna que todavía estaba tibia”.
La resiliencia
Formaron con otras mamás un grupo – “Desde el alma”- que era un espacio donde “contábamos lo que nos pasó, un lugar para hablar”. La muerte de Francisco “me llevó a leer, lo hice más científico y con otras mamás que pasaron por lo mismo nos apoyábamos en pensar y analizar el tema del desapego, la resiliencia”.
Finalmente Paula -tal como lo hace en toda su vida personal y profesional-, enseñó algo más: “Quiero que todo lo que haga sea un aprendizaje y no un dolor constante, sino aprender a vivir con esto y honrar la vida de Francisco”, finalizó mirando la foto de sus hijos.