El hallazgo de un bote de madera en el arroyo Claromecó, de fabricación casera o artesanal si se permite el término, más allá de un mito o verdad acerca de su origen, disparó el recuerdo de una rica historia de Claromecó y de uno de los personajes que en ella habitaron.
El bote en cuestión fue hallado por personal municipal que realizaba tareas de limpieza en el arroyo Claromecó, cerca de la desembocadura al mar el último día de febrero, y antiguos habitantes de la localidad lo ligaron a alguien que alquilaba ese tipo de embarcaciones hace cuatro o cinco décadas atrás, y que él mismo fabricaba.
Y como si le faltara algún condimento a esta historia, el puesto donde se alquilaban esos botes era atendido por el Búho Correa, quizás el último gran personaje que haya ilustrado con su imagen las calles de Claromecó
Dos amores
El hombre, fabricante y propietario de aquellos botes de alquiler era Hebert Crespo, y más allá de que el hallado en el arroyo pudiera ser uno de esos, su aparición trajo como consecuencia el recuerdo de quién era esta persona que un día llegó a Claromecó desde su Entre Ríos natal, de la bella ciudad de La Paz, y se enamoró del lugar y de una mujer que luego sería su esposa, Cachita Ferrario.
Dos amores tan fuertes hacen una vida, y eso fue lo que el destino le tenía preparado a Hebert Crespo en lo que sería su lugar en el mundo, al que llegó junto a su hermano, “un ingeniero agrónomo que había ganado una licitación para desmontar el monte de La Manga, aledaño a la escuela conocida precisamente con ese nombre y le solicitó a Hebert que lo acompañara”.
Así describió lo que fue el punto de llegada a Claromecó de aquel hombre Nanette Ferrario, su cuñada y madre de María Laura Echevarría, quienes desempolvaron la historia que salió a la luz por ese bote hallado.
“Hebert era el único que permanecía en un campo propiedad de la familia, a orillas del río Paraná, y vino a acompañarlo, como a pasar unos días, pero se enamoró tanto de Claromecó que iba y volvía, comenzó a relacionarse con gente de la localidad y un día le dijo al hermano que lo había traído: yo de acá no me voy, contó Nanette.
Su amor era la naturaleza, hasta que la empezó a compartir con Cacha Ferrario, la mujer que conoció en Claromecó y con quien formó pareja. “Se conocieron con mi hermana, que en ese entonces había pedido el traslado a la escuela de Claromecó, porque también era una enamorada del lugar”. Las causalidades hicieron el encuentro y una vida juntos.
La otra familia
Nanette asegura que los sobrinos para su cuñado “eran sagrados, todos su hermanos (eran once) estaban en Entre Ríos”, por lo cual en Claromecó estaba su otra familia y a ella se entregaba, así como a los muchos amigos que lo frecuentaban.
La madre de Hebert tenía un apellido poco común: Kennedy, descendiente del famoso apellido estadounidense según relatan Nanette y María Laura.
Para entender la relación entre Hebert, el arroyo y la naturaleza en sí, cuentan que “el campo de ellos estaba a orillas del Paraná -a tal punto que con la expansión del río la casa materna despareció- y tenían hacienda, que cuando venían las crecidas la llevaban a unos islotes que no se inundaban y andaba con sus hermanos por el río en las canoas que ellos mismos hacían”.
A María Laura se le transforma cada expresión cuando habla de su tío Hebert, por lo que no es difícil imaginar que marcó gran parte de su personalidad y su vida, y cuenta cómo estuvo tan ligada su infancia a ese entrerriano y que la llevó además a tener un contacto íntimo con la naturaleza más allá del clima reinante en cada época del año en Claromecó.
Y lo define a Hebert como “un maestro de la vida”, recuerda un espacio “como un atelier que lo usaba como carpintería, siempre trabajando en cosas de madera y nos hacía los juguetes a nosotros, allí fue que nacieron los botes que luego se alquilaban a la orilla del arroyo, pasando el puente peatonal- aguas arriba-, y donde luego de una gran crecida dejó una barranca muy alta, por lo que el puesto se trasladó enfrente”, por donde funcionara el Camping Los Troncos, y hay quienes dan testimonio de haber conocido esos botes precisamente en ese lugar.
“Tengo la imagen de esa mismísima canoa en la cual el tío nos enseñó a remar”, pero María Laura no se anima aseverar que una de ellas es esta misma canoa encontrada recientemente, y que ella también viera en el arroyo cerca de la cuarta cascada a principios de febrero, “el 6”, puntualiza. “Le saqué una foto y se la mandé a mis primos y les decía, miren si no es la canoa en la que aprendimos a remar”, acotó.
“Hasta era hombre de consulta cuando a algún animal le sucedía algo, incluso personas que tenían alguna dolencia lo consultaba y no se dónde sacaba medicamentos, pero siempre tenía”,
Radicado en Claromecó, sobrinos de Hebert venían a veranear “y uno de ellos era médico, quien le dejaba muestras de medicamentos -interviene Nanette- que fue quien cuando se enfermó lo asistió y se lo llevó de vuelta a Entre Ríos, porque ya su esposa había fallecido unos cuatro o cinco años antes, y por eso siempre tenía algo para los dolores”, aclara.
Dónde
“Dónde habrá quedado el resto, o dónde estarán”, se pregunta María Laura en referencia a los botes de su tío, en caso de que el hallado sea uno de ellos o bien que no se trate de aquellos que alquilaba Hebert, parte de un mito o una leyenda, disparador de este cúmulo de lindos recuerdos que no persigue otro motivo que poner en el término presente una pequeña porción de las memorias de Claromecó y sus personajes, que quizás sin saberlo fueron quienes lo hicieron tan especial, como Cristian o Don Enrique “Lobo” Mulder, emblema de los pescadores que hicieron historia en Claromecó.
Un dato de la causalidad en esta linda historia es que el casamiento de Hebert y Cachita fue un 7 de marzo de 1962, un día muy cercano al que se encontró el bote.