Señora directora:
Desde el domingo posterior al recital de Solari, el ángulo de la información cambió radicalmente.
De estar prácticamente dedicados a Baradel, Petroccini y el paro docente, los grandes medios (y los no tan grandes) se dedicaron casi exclusivamente a los hechos ocurridos en Olavarría. Y lo siguen haciendo. Y uno no puede menos que alegrarse de que algunos supuestos periodistas dejen de regodearse en hacer de un gremialista, injustificadamente, el chivo expiatorio de todo un conflicto, pero eso no significa abandonar totalmente el tema.
Claro que es una tragedia que, en lo que se supone una fiesta, haya al menos dos muertos, claro que a todos nos enoja la falta de responsabilidad de muchos, comenzando por el propio músico, sus productores y el intendente de la ciudad, a quienes pongo en una línea de igualdad, claro que duplicar, o más, la población de una ciudad en pocas horas debe, necesariamente, provocar innumerables inconvenientes que debieron ser previstos, claro que no se entiende la facilidad con la que se vende alcohol a cualquiera, todo eso es cierto y uno entiende que los medios le dediquen grandes espacios, porque, además, y desafortunadamente, lo trágico es lo que vende.
Pero de ahí a dejar de lado casi totalmente el grave conflicto que viene enfrentando a los gremios docentes con el gobierno, con el desgraciado resultado de que haya muchos niños que aún no han tenido su inicio de clases, eso se entiende menos.
Porque con la educación no se juega, y porque, en el fondo, en todos los conflictos, y aún en las tragedias, la educación o la falta de ella tienen que ver.
La verdad es que poco me interesa cuál es la fortuna del Indio ni la del resto de los llamados famosos, sí quiero, como creo que queremos todos, que se esclarezcan las cosas y que los responsables de lo sucedido en La Colmena y sus alrededores reciban la sanción que corresponda, por dura que deba ser, pero lo más importante es que la educación no deje de ser prioridad para nadie, en primer término que sea prioridad para nuestros gobernantes, pero también para los ciudadanos de a pie y, cómo no, para el llamado cuarto poder, no denostando a nadie, ni siendo obsecuente con nadie, sino reflejando la realidad del día a día. Porque con educación en serio habrá menos gente que le venda alcohol a los menores, habrá mejores ciudadanos postulándose a ocupar cargos, habrá menos fanatismos inexplicables y menos gurúes idealizados. Habrá mejores personas.