Encarnación es muy famosa, no sólo por ser la modista del pueblo, es una eminencia de la alta costura. La tarde soleada de los primeros días de marzo, invitaba a un rico matecito. Pero por qué no tomarlo con Encarnación en San Francisco de Bellocq. Había oído hablar mucho de ella, su fama la precede. Pero la vi por primera vez en la Fiesta del Trigo y la conocí a través de sus vestidos. Conocer su historia de vida motivó el viaje hacia la localidad en la que vive casi, desde que llegó de España.
Una vez en su casa, la jovial modista busca el mate que trae de la cocina y se apresta a una charla imperdible.
Encarnación Fernández nació en España, en la provincia de Zamora, y arribó a la Argentina en 1950 -en el barco Santa Fe- junto a sus padres y a sus dos hermanos. Llegaron a Buenos Aires porque su papá tenía un hermano que “lo reclamó” para que viniera a vivir en nuestro país. Residió un año en Buenos Aires hasta que decidieron instalarse en Tres Arroyos, donde había varios vecinos de Zamora. A los tres años falleció su papá por lo que la mamá de Encarnación se quedó sola con los tres chicos. Al año siguiente llegó al país un cuñado del papá que era viudo y se casó con su madre, “creo un poco más para acompañar a mi mamá que no sabía leer ni escribir y ocuparse un poco de nosotros”. Ese fue el momento en el que “recalamos en San Francisco porque mi tío tenía un almacén, que todavía está acá a la vuelta, frente al club”.
Encarnación tenía tres años cuando llegó de España, fue a la Escuela 8 en Tres Arroyos y al llegar a San Francisco en el segundo año de escolaridad comenzó sus estudios en la escuela del pueblo. En aquellos tiempos no había secundario en la localidad. Encarnación quería ser maestra, pero otro iba a ser su destino; “siempre digo que no hubiera servido porque no sé transmitir… Por ahí te lo enseñan, pero creo que la idea la tuve porque todas mis compañeras iban a estudiar de maestra”.
Entonces la mamá de Encarnación la mandó a coser, fue con Leonor Lorden, una señora que enseñaba costura en San Francisco que “era muy, muy, muy buena, buenísima”, define a su maestra con ampulosos gestos la modista. Fue dos años a estudiar con ella y enseguida comenzó a trabajar. Era un curso de tres años, pero antes de terminarlo estaba cosiendo, “le agradezco a mi mamá que me haya mandado a coser, porque me despertó una vocación, no haría otra cosa”.
Pasó tiempo desde que comenzó en el primer taller que tuvo, una habitación sin cielorraso en la que empezó a coser, con la máquina a pedal de su mamá…
El show
Encarnación es muy simpática, es bajita, sencilla, muy animosa. Ese temperamento la lleva a confesar que “a mí me gusta el show, que vengan a la entrevista, a traer la tela, que se tomen las medidas, se prueben y después que quede el producto terminado”.
Mientras aprendía costura -recién salida de la escuela primaria- había que hacer algún producto; “mi primera clienta fue una vecina que compró la tela con 15 años, cosí mi primer vestido y no dejé de hacerlo nunca más. La vecina tenía familia, por eso el boca a boca fue la publicidad, además de la gente -que hasta hace un tiempo vivía en el campo- y traía para que le cosiera su ropa”. Así se hizo conocida, sus costuras empezaron a hablar por ella.
En algunas ocasiones no le gusta lo que la gente le trae a coser, pero Encarnación tiene tacto y trata de aconsejar, aunque siente que “a veces me complico más de lo que debería”. La modista encara esta nueva época usando la tecnología, el Whatsapp, la computadora; “antes las clientas traían la revista, ahora la foto en el celular. Algunas veces te toca hacer lo que te gusta y lo que no también. Pero en general hago las costuras que quiero, pensá que tengo en mi haber tres generaciones que se cosen conmigo”, explica.
Confianza
Lo más valioso para Encarnación es la confianza: “mucha gente dice: lleváselo a Encarnación que cose bárbaro y ¡nunca me vieron la cara! Es una arriesgada, por ahí le gusta a alguien y después no sale tan bien. Tengo la suerte que a gente que no conocía para nada, cuando les hago los vestidos de novia me cuentan que desde el primer momento que me vieron sabían que les iba a hacer el vestido soñado”. Encarnación es “internacional”, mucha gente se “toma el trabajo de venir desde Buenos Aires a probarse, esta semana entregué tres vestidos para un cortejo de un casamiento en Buenos Aires y no me conocían”.
El tiempo volaba entre mate y mate, sólo interrumpió su gato que quiso entrar al living a compartir el momento. Es increíble todo lo que la espléndida mujer tiene para contar. Experiencias que le divierten mucho como cuando una de sus clientas se casó en Buenos Aires, ella fue a vestir a la novia al Hotel Hilton, “a veces me pongo a pensar y digo qué hacía yo en ese lugar tan imponente, no me lo podía creer”.
Afirma sin dudarlo que le gusta vestir novias, chicas que cumplen quince años, egresadas, “por ahí ya no hago tantos arreglos, aunque a mis clientas de siempre todavía les coso las pollera o lo que me pidan”.
Uno de los vestidos que se utilizaron en el desfile show en la Fiesta del Trigo es de una clienta a la que le hizo las prendas de comunión, de casamiento y de casamiento de las dos hijas. En ese evento en particular, Encarnación fue recibiendo diferentes sorpresas durante la preparación del desfile organizado por Cristina Marconi, una de las chicas que desfiló un vestido de la modista, cuando va a saludar le cuenta que era la hija de una de sus clientas a la que le cosía desde pequeña, incluso le había hecho el vestido de 15 y el de casamiento.
Cuando le pregunto si alguna vez pasó por momentos de zozobra, cuenta que “un vestido que mandé a Buenos Aires en una valija lo trasladaron en un carrito bajo la lluvia y se destiñó, llegó de color rosa. Tuve que viajar a Buenos Aires, pero aunque lo mandaron a la tintorería, quedó blanco pero las puntillas rosas, así que debí cambiarlo todo”, recuerda con gesto preocupado como si la catástrofe hubiera ocurrido hace un rato.
Enseguida se recompone y empieza a reír. Dice que “una vez me cambiaron el título”, fue en Mar del Plata cuando entregó otro vestido en el Hotel Sasso y “cuando llegué me anunciaron como la diseñadora”.
Diseñar
Encarnación vuelve a reír y no duda en manifestar que “tiro ideas y a veces les gusta a las chicas, aunque me complique por eso, porque por ahí llegan con un vestido que tiene una guarda y propongo ponerla en otro lugar y termino incorporando mi impronta siempre”.
Es muy habilidosa en recortar y armar los vestidos; “me gusta hacerlos a medida y estoy segura que nací para esto. Cuando la gente se viene a probar -en general- el vestido está listo, el secreto de la profesión es interpretar lo que la gente quiere, por eso el primer día que se lo ve puesto la satisfacción más grande es que cuando la clienta se ve en el espejo dice: esto es lo que soñé, lo que yo quería. Acompaño siempre a las novias, a las quinceañeras. siempre trabajo sola. Una única vez Cristina Alonso me ayudó y toda la vida se lo voy a agradecer”.
Cuando piensa en qué le gustaría que la gente diga de ella, sostiene que “me veo como una persona que tiene pasión por su trabajo. Todas las personas que me conocen nunca me han escuchado renegar, sigo como empecé, le agradezco a mi mamá que me mandó a coser, en realidad creo que me hubiera destacado en todo lo que es hacer con las manos, hasta escribir, algo que hago últimamente y armo mis historias en las que siempre recuerdo mi origen”.
Es imposible no apreciarla, sólo hablar con ella da ánimo, estimula. Conjuga el trabajo, con el amor, la amistad, la confianza y el cariño; la vida en el pueblo, con la costura para todo el mundo. Encarnación es ni más ni menos que un canto a la vida, un ejemplo de trabajo y perseverancia, la castañuela de San Francisco de Bellocq.
El amor de su vida
Encarnación no tiene hijos. Contó que quedó dos veces embarazada a los 32 y a los 42 años; la última vez estuvo dos meses en la cama para retener el embarazo, pero no pudo ser. En esas circunstancias recibió ayuda porque “siempre estoy al límite” y tenía que terminar un vestido de novia, como no podía Cristina Alonso, “a la que siempre estoy agradecida”, me ayudó.
Se casó en 1974 con Juan Francisco Echeverri, el vasquito, que falleció hace tres años. Estuvieron 8 años de novios y 40 casados; “fue la persona más inteligente que conocí en mi vida”. Lo mismo te hacía una herramienta de 400 toneladas o te ponía la pila de un reloj, habilidoso para todo, trabajaba muy bien con el torno, fue muchos años radioaficionado y con el primer equipo que hizo habló a la Antártida. Un tipo que tuvo sólo sexto grado, era un ingeniero en potencia. Un día le dijo a mis sobrinos que iba a hacer un zampi y cuando realmente lo hizo, ellos no podían creerlo”.
Recuerda la frase preferida del vasquito, “No me va a alcanzar la vida para hacer todo lo que tengo en la cabeza”. Siempre estuvimos muy unidos, “él me hace falta y lo extraño mucho, pero no me volví loca por no tener hijos”. En San Francisco de Bellocq la rodean amigos, tiene “un grupete. Salimos a cenar, nos juntamos, vamos a Claromecó o al campo, estoy rodeada de mucha gente y me siento apreciada”.
Hace unos cuantos años Encarnación regresó a su pueblo en España y se encontró con su familia, conoció su lugar, todavía vivían alguno de sus tíos. “La emoción más grande de mi vida fue estar donde nací y ver en mis tíos a mi papá. Mi mamá vivía cuando fui, pero ella no quiso volver”, señala.
Tuvo tres hermanos varones y uno de ellos falleció, otro vive en San Francisco cerca de su casa y el mayor en Tres Arroyos, la acompañan mucho sus sobrinos y cuando habla de ellos lo hace con enorme cariño.
La modista se enamoró del hombre de su vida, juntos honraron cada uno de los momentos compartidos. Hoy sigue su camino sola, pero no tanto, porque la rodea “un grupete” de gente que la respeta y ama. Imposible no hacerlo.