La vida de Elizabeth Krivich tiene diferentes etapas, pero la danza siempre fue su vocación. Nacida en la ciudad de La Plata desde los 4 años comenzó con el baile en una escuelita de barrio junto a su hermana mayor. A los 8 ingresó en la escuela del Teatro Argentino a la que para poder entrar debía superar un riguroso examen.
La escuela de danzas tiene varios estadíos y sus propios ballets: infantil y juvenil. Pero también es una carrera terciaria en la que hay materias cómo francés, anatomía, historia del arte y del ballet, maquillaje o sea que ser bailarina no sólo es hacer una carrera en la que la estética y la danza son únicas. Algo muy difícil para una adolescente porque además de lo que lleva de tiempo, -siete a nueve horas diarias- hay que sumarle el estudiar en los niveles primario y luego secundario.
Su vida fue un verdadero recorrido de lugares y esto sería una de las principales herramientas para su futuro. Como Elizabeth lo dice, “había cosas que las hacía yo y otras tenía un par de compañeras que me ayudaban”. Y se le escapa una sonrisa al recordarlo. Pero hubo algo que de a poco cambiaría su vida y fue una lesión en el tendón de Aquiles lo que durante el período que estuvo contratada en el Teatro Argentino se le fue agravando a pesar de los descansos y tratamientos que realizó. Además de que por parte de la Escuela de Danzas muchas veces le decían sus profes “y nena cuándo vas a estar bien… ¿cuántos días te faltan?”. Y esto de las exigencias y presiones hicieron que la tendinitis fuera crónica.
Y la realidad se la dio uno de los tantos médicos a los que consultó que le dijo “vos no vas a poder bailar más” y a sus diecisiete años tuvo que resignar lo que más añoraba en ese momento, pero a pesar de ello culminó con la carrera.
Fue muy duro lo que tuvo que transitar hasta salir del “momento”. Para Elizabeth se debía construir otro camino. Así que cuanto curso que tuviera que ver con el físico realizó. Eran sus formas de canalizar la situación de que su sueño se le había truncado. Y fundamentalmente, alejarse del teatro. Porque el ir a ver alguna función era volver atrás…
Su camino tendría nuevas metas y el estudiar trabajo social fue una de ellas. Ya casada, luego se separó, y con un hijo de sólo dos años recibió su diploma y se presentó a una vacante del Patronato de Liberados, “obviamente que tuve que rendir un examen como todo en mi vida”.
Llegar a Tres Arroyos
Desde los 6 años que estuvo cerca de esta ciudad, porque sus padres venían a visitar a sus abuelos a Marisol, luego de “horas y horas de andar por la ruta, con la casilla rodante de tiro”. El contacto con la naturaleza y fundamentalmente el mar, eran y son para Elizabeth “lo mejor de la vida. El volver a La Plata después de tres meses de vacaciones y entrar por diagonal 74… era un bajón…”.
Y cuando le dicen “por qué Tres Arroyos” ella contesta muy suelta, “es algo que yo sentí, no sé. Algo que me tiraba, no tiene otra explicación”. Y la decisión si bien ella la tenía tomada un día venía con su hijo Marcos, que tenía 9 años, en el auto y “había una manifestación acá, otra allá. Ahí fue cuando me salió desde adentro: “esto no me gusta nada, un día va a terminar mal”. Y en octubre de 2012 pedí el traslado y nos vinimos para Tres Arroyos”.
En un principio estaba sola con Marcos y “me fui a un departamento a pocas cuadras de Plaza San Martín. El podía ir a cualquier lugar caminando o en bicicleta y yo también. El traslado por el Patronato hacia Tres Arroyos, al tener una dependencia judicial acá, fue muy simple además de que en esta ciudad se necesitaba un trabajador social más”.
Volver a la danza
El reinsertarse en el mundo de la danza aún fue más sencillo porque “lo hice a través de una amiga que tengo, Sandra Cervini, a la que le pregunté “dónde puedo ir ”porque mi objetivo era sólo enseñar. Ella me escribió en un papel la dirección de la escuela y “…cómo sos vos, creo que con Nora Solfanelli te vas a llevar bien. Mirá, salís de la farmacia y cruzando la avenida es 1810, a mitad de cuadra está la Sociedad Francesa subí y la vas a encontrar…”.
Elizabeth es muy sincera al decir que cuando vio cómo trabajaba, la manera y la disciplina más la formación de Nora… “a los 10 minutos me dí cuenta que éste era mi lugar para reencontrame con la danza”.
Para Nora “fue muy cómica su llegada a la Sociedad Francesa, porque lo hizo cuando yo estaba preparando la velada de fin de año, tres semanas antes. En ese tiempo desfilaban todos los días modistas y yo pensé que Elizabeth era una. Entonces le digo “sos modista, me vas a tener que esperar un ratito”, y ella me contestó “no, vos trabajá tranquila… no soy modista”. Y por su postura y la forma de sentarse me di cuenta que con la danza tenía que ver. Se presentó y me dijo que tenía ganas de volver a enseñar, algo que en ese momento a mí me venía justo. El armar un espectáculo, ensayar, hacer la ropa, diseñar los cuadros, algo que con los años se hace cada día más duro. Así que después de una cita convenimos que se incorporara a la escuela casi de inmediato y desde el vamos tuvimos buena onda en cuanto a disciplina y nivel de trabajo”.
A lo que Elizabeth agrega, “cuando voy por primera vez a la escuela veo una foto de quien había sido mi maestra, Esmeralda Agoglia, junto a Ismael Jaka ahí comenzó mi camino en esta ciudad”, cuenta con alegría, de quien ahora siente a Tres Arroyos como su lugar en el mundo.
Y valora la amistad que se ha forjado con Nora que va más allá de su trabajo en la danza porque se “formó con maestros de la misma talla que yo. Hablamos el mismo idioma y entiende la disciplina de la danza igual. Congeniamos desde un principio y ojalá que en la escuela sigan saliendo esos “tesoritos”como Milagros Fariña que potencialmente en esta ciudad los hay”.
Su futuro
El próximo proyecto es irse a vivir al campo… “porque ya hay demasiada gente (y se le escapa una sonrisa). desde 2012 a esta parte ha crecido mucho la ciudad y el parque automotor es una fiel muestra. Es el proyecto que tenemos con mi pareja, el estar en contacto con la naturaleza siempre fue uno de mis mejores motivos al irme de una gran ciudad. Además de los años que llevo en el Estado. Porque realmente la situación y la realidad que se vive en el país es muy dura y para quienes trabajamos en el Patronato aún más por lo que nos toca ver”. Y seguramente, como en su sueño de la danza, la vida le va a dar buenos motivos y fuerzas para poder concretarlo.
De espectadora a bailar con Julio Bocca
La anécdota más importante no sólo por lo graciosa sino por la sorpresa fue la de compartir escenario con Julio Bocca y Eleonora Cassano. “Y la única testigo fue mi mamá”, dice Elizabeth pues, con solo 16 años, estaba de reemplazo del cuerpo de baile del Teatro Argentino para “El lago de los cisnes”.
“Llego para poder verlos, pues ese día actuaban Eleonora y Julio, en el Teatro del Lago, y pongo mis zapatillas de baile para no ir con el bolso vacío… que tuviese algo. Fui con mi madre para ver el espectáculo, yo estaba en 7° año de la carrera de danza, y de pronto se acerca una de mis compañeras y me dice que tenía que reemplazar a una bailarina que no podía actuar. En el Teatro Argentino estaba Esmeralda Agoglia como directora del cuerpo de bailes del teatro y Alejandro Sinópoli, como asistente de dirección. Ese momento fue muy especial, yo había ido para verlos a Eleonora y a Julio, que me firmen un autógrafo y de pronto me encuentro que tenía que reemplazar a una compañera… imaginate de espectadora a estar en el escenario. Cuando le digo a mi mamá, grande fue la sorpresa y más aún que en ese momento no había celulares como para avisarle también a mi papá. Eso fue en el año 1990”.
“El lago de los cisnes” es un ballet complicado en el que “tenés que pasar por lo que nosotros decimos chapa y pintura para acomodar el tutú, el maquillaje, porque hay que darle un tono a la piel especial. Y como en todo teatro hay tres timbres que te anuncian… al segundo yo todavía estaba en peluquería pero sabían que tenían que esperarme. Cuando terminan conmigo y subo al escenario a metros mío estaban Julio y Eleonora ensayando y yo ahí…. Algo que no lo pude disfrutar porque el asistente de dirección me hizo recordar las rutinas pues además de ser la más chica de la compañía era la cabeza de la fila en todos los actos, algo impensado, una invitada de lujo”.
Cuando finaliza el ballet “una de mis compañeras me dice que Esmeralda Agoglia me mandaba a llamar. Cuando me aproximo a ella, saca de su cartera un sobrecito con un presente y me dice muy bien nena, así se comienza. Era un prendedor que para mí junto a sus palabras nunca lo voy a olvidar”.
Uno de sus mejores recuerdos que cuando lo rememora uno se da cuenta de cuán importante es la danza en su vida.