Señora directora:
Cuadro de estrés. Tres (casi fatales) palabras que resuenan aún en mis oídos. Cuadro de estrés fue el diagnóstico médico del neurólogo de guardia en la clínica que recibió a mi hija luego de presentar síntomas como boca torcida, ojo cerrado del lado derecho de su rostro y brazo izquierdo sin fuerza o movilidad para sostener a su bebé nacido por cesárea 24 horas antes.
Este mismo profesional fue quien le dio el alta sosteniendo que esos síntomas eran voluntarios y que la paciente estaba en un cuadro de estrés.
El día jueves 23 de febrero, después de agravarse la situación, mediante consulta privada con el neurólogo doctor Gutiérrez, quien la evalúa y solicita una tomografía con contraste de urgencia, la que realizamos el día viernes 24 de febrero a primera hora, conocemos el real cuadro de mi hija. En esa tomografía aparece un tumor de 7 centímetros.
El doctor Gutiérrez nos indica realizar una resonancia que, por los feriados de carnaval, nos dieron turno para el 2 de marzo en Mar del Plata.
El domingo 26 de febrero luego de escuchar por teléfono a mi hija y presentir que no se encontraba bien (intuición de madre dicen algunos), me comunico con el doctor Giordano, pues no sabía a quién llamar en ese momento. Ante su consejo la llevo a la clínica, ya que él se encontraba de guardia, y la deriva con la doctora Basilio. Es a ellos a quienes agradezco inmensamente la calidez humana con que me recibieron y tendieron una mano en mi desesperación. En ese instante me comunicaron con el neurólogo que había atendido en un primer momento a mi hija, que había diagnosticado un cuadro de estrés, y habría solicitado que a mi hija “la pateen para el miércoles porque se encuentra en Claromecó en la playa”. Y le habrían manifestado que se presente antes de que la situación se haga pública.
Al apersonarse, después de su jornada de playa, le pido que por favor derive a mi hija a un centro de complejidad, le insisto que llame a donde se la pueda trasladar. Me dice que no tiene ambulancia disponible, le digo que no se preocupe por eso. Acto seguido me comunico con la doctora Capellari, quien enseguida puso a disposición una ambulancia después de hablar con el neurólogo (quien nunca le explicó la gravedad del cuadro de mi hija) y, luego de pasar por todo esto, es derivada a la Clínica San Cayetano por su obra social Smata, arribando en la madrugada del lunes 27 de febrero.
Una vez allí ingresan inmediatamente en terapia intensiva para estabilizarla por el cuadro en el cual se encontraba. Recuerden que salía de una cesárea y tenía un tumor de siete centímetros.
El día martes 28 a las 9 ingresa a quirófano para que le realicen una riesgosa cirugía y así poder extraer el cuadro de estrés de siete centímetros. Por suerte, salió todo bien. Ahora yo me pregunto: ¿qué se debe hacer con este tipo de “profesionales”? Indigna tener la certeza de que si no hubiéramos actuado mi hija hubiese muerto en Tres Arroyos. Tal es así que en Buenos Aires no se explicaban cómo había llegado viva ya que el médico en cuestión nunca mencionó la gravedad del cuadro.
Ella tendría que haber viajado en una ambulancia de alta complejidad acompañada por un médico, no una enfermera, que habría recibido una fuerte reprimenda de sus pares en la Clínica San Cayetano por el tipo de cuadro del paciente.
Hoy gracias a Dios y a los profesionales que la atendieron en Buenos Aires, mi hija se está recuperando del cuadro de estrés de siete centímetros que había en su cabeza.
Agradezco profundamente a los doctores Giordano y Basilio, a la doctora Capellari, enfermera Marianela y ambulancieros de Claromecó, que fueron quienes nos ayudaron en tan difícil momento. También a toda la gente que se interesa día a día por mi hija. A todos ellos muchísimas gracias.