Brillos, tacos, carteras enormes con tachas, peinado impecable, buen color, buen corte, maquillaje, sonrisa, manos fuertes que no esconden el trabajo de la vida detrás de los grandes anillos y piedras que las engalanan. Mucho por aprender y tanto por enseñar, Cristina Marconi no quiere esconder, muestra lo que es, lo que siente. La solidaridad al palo, el trabajo como premisa insoslayable de su vida, la dedicación y responsabilidad como caminos obligados a seguir, las dificultades como puentes por los que hay que pasar para llegar a destino, así encara Cristina, cada mañana, sus días.
El barrio, el campo
Cristina Marconi pasó su infancia en el barrio Villa del Parque, fue a la Escuela N° 16 y sus momentos de juego se repartían entre el hospital y la cancha del club. Es la más chica de cuatro hermanos. Vivió en Olavarría al 650 al lado de la vía, su mamá tenía una casa que era de su abuelo, y su papá era dirigente de Villa del Parque, “siempre estábamos en Villa, todos los Marconi estaban en el hospital que antes era como la casa de nosotros, estábamos entre el club y la ambulancia, mi nona era enfermera, mucama, cocinera por eso era como nuestra casa”.
Ya adolescente fue al Colegio Nacional viejo y terminó de cursar en el edificio nuevo, “me habían quedado unas materias, porque como había empezado a trabajar en la agencia Ford-Guillamón, seguí estudiando en el nocturno y las materias que me quedaron las terminé en el FINES”.
En la cola de un banco conoció al que fue su marido y el papá de sus hijas mayores, y a los cinco meses se casó. “Él tenía un pedacito de campo y entonces nos fuimos recién casados, con una Ford A al campo, veníamos en tractor a Tres Arroyos porque no teníamos auto. Cuando nacieron las dos nenas nos vinimos a vivir a la ciudad”, comienza su relato Cristina.
Vivir en el campo, empezar de cero en una casa que no estaba muy bien mantenida no aplacó para nada su sentido de la estética, “me gusta que a mi alrededor todo esté bien. En el campo la casa era linda, pero abandonada por mucho tiempo, a mí me gustaba que estuviera bella y cuando nació Aldana quería tener hermosa su habitación, entonces compre trapo de rejilla para hacer las cortinas de su cuarto, la metí en remolacha y quedó rosa, después le puse voladitos, hacía con ganas y pasión las cosas. En el campo hice de todo lo que me pidieron, pero recuerdo carnear chanchos de tacos altos, mi mamá era así, íbamos a la cancha siempre muy arregladas, no sé cómo explicarlo, veíamos lo positivo, no nos quedábamos en el lamento”, recuerda Cristina, con una sonrisa, inquieta en su asiento, movediza, trayendo al presente aquel pasado que parece fortalecerse con cada palabra.
Empezar a vender
Cristina empieza a contar cómo comenzó a vender, primero puerta a puerta, después en su casa montando una miniempresa familiar, luego en diferentes locales de barrio y céntricos, todo con la idea de crecer, de avanzar, de nunca estar quieta. “Al papá de mis hijas mayores no le gustaba que trabajara afuera, en una oportunidad quería hacerles el cumple a las nenas y no tenía vestiditos nuevos para ponerles, entonces con los moldes Burda fui a que una amiga, Mary De la Penna, me ayudara y otra amiga me enseñó a hacer punto smog, entonces quedaron dos vestidos preciosos y pude festejarles el cumpleaños con ropita nueva”. La superación que había logrado con ese gesto, con aquella acción le dio otra idea: “Se me ocurrió que podía vender vestidos, así que fui negocio por negocio ofreciendo los vestiditos de las nenas que los había acondicionado, lavado, planchado y perfumado para mostrar, pero la verdad es que si bien en mi vida no había hecho nada de eso, logré que me encargaran como 20 vestidos”. Entonces, ya con la realidad entre manos y el desafío planteado, “fui a ver a mi amiga Mariel García que era muy jovencita. Yo no tenía ni máquina así que una tía me ayudó con eso, los cortaba y armaba y entre las tres íbamos haciendo. Así empezamos y al poco tiempo tenía una fábrica, me compré una máquina, todo el barrio trabajaba conmigo”.
Cristina describe los comienzos de esa empresa familiar y cuenta que “la señora de Martínez bordaba y me hacía los cuellitos de los vestidos, otra vecina ponía puntillas, otra pintaba, armamos como una empresa en Urquiza 226, en una habitación en la que mi prima iba a coser, mi tía llevaba la máquina. Hicimos una empresa siempre desde mi casa. Las nenas me ayudaban mucho también, realmente el trabajo me sobraba, si me pedían un vestido para un cumpleaños les hacía también la torta, los adornos, todo”, sonríe Cristina.
Esto la lleva a una reflexión, que según ella misma señala, dice seguido a quien le guste oírla, porque cree y está convencida de algo: “Por ahí soy dura en mi pensamiento, porque digo siempre que el que quiere encuentra trabajo para hacer, por ahí lo que falta es la fuerza interna para salir a flote de algo”. Pero este punto de vista sobre la vida tiene su razón, Cristina sabe que “la libertad económica me permitió salir y me dio valor personal, más allá de que tenía a mi mamá y a mi hermana. Cuando las nenas tenían 9 años y pasé por una situación difícil, me fui a lo de mi mamá y seguí cosiendo en su casa”. En ese tiempo encontró un aviso en el diario y se le ocurrió que podía hacer otro trabajo. “Una de las señoras a la que le cosía, Inés Petersen me dijo que iba a poner un negocio para que yo lo atendiera, y fui su empleada, lo pusimos frente a los monoblocks. Fue el primer Amarillo Limón y al año me lo vendió, yo ya estaba separada, pero me animé y lo empecé a pagar, no tenía un peso”.
La familia y Verde Limón
Mientras Cristina luchaba para tener algo que le permitiera vivir tranquila y criar a sus hijas, en la misma época conoció a Alfredo: “Lo mejor que me pasó. El también tenía sus compromisos, sus hijos, trabajaba en San Francisco, pero cinco meses después nos fuimos a vivir juntos a Lucio V. López 827 y armamos la familia que hoy tenemos, tuvimos otra hija juntos. En ese lugar le pusimos al negocio Verde Limón. Eran épocas terribles, de inflación, no alcanzaba nada, la cuota era difícil de pagar, pero gracias a proveedores y a la gente trabajamos mucho en ese lugar, nos fue muy bien. Tuve una clientela hermosa, amigas de todas, que conservo, vienen los hijos, toda la familia, ese lugar nos dio muchísimo. Con Alfredo nos complementamos, sin él no hubiera podido hacer ni la mitad de las cosas que hago”.
Pero Cristina no iba a quedarse allí esperando que los avatares económicos, los cachetazos de la cotidianeidad la tiraran afuera del ring, pensó que tenía que mostrar lo que vendía, además de colaborar .”En ese momento empezábamos a tener stands en la Fiesta del Trigo, en la muestra comercial de Costa Sud, y como no tenía tanta mercadería, cada día poníamos el stand con Estela Alonso, íbamos y veníamos con la mercadería, siempre con ganas. Ahí empecé a hacer desfiles para las instituciones, nos caracterizba las ganas de hacer, lo que pude en la vida, con eso crecí, así crié a mis hijas”.
Cristina pone su primer negocio en el centro casi de casualidad, porque un matrimonio de viajantes había alquilado un local y no podían seguir con ese negocio así que se lo ofrecieron a Cristina, “al lado de la Cacuri, me animé y seguí con los dos, ésa fue la primera experiencia en el centro, todo hecho por nosotros. Después en Chacabuco y luego vi un local vacío en 9 de Julio, pensé en algo más grande así también ayudaba a mi hija Rocío, que tenía una nena, estuve muchos años hasta que pasé enfrente donde, estoy desde 2001. En el medio, todos los años ponía un negocio en Claromecó, con Graciela Chedrese, siempre me encantó estar y seguir adelante así crié a mis hijos, ahora tenemos una familia numerosa, en común siete nietos, una hija estudiando todavía y los hijos de cada uno”. Actualmente compra, sigue yendo con el carrito y confiesa: “Cuando compro algo, siento las mismas mariposas que cuando empecé, ante la duda de si se venderá o no, si gustará… Recorro lugares diferentes, pero los proveedores son también como parte de la familia”.
Solidaria
“Siempre me gustó participar de las cooperadoras de la escuela, de Villa del Parque y me acercaba a todas las instituciones por medio de un desfile, hace 25 años que lo hago. Vestí a muchos artistas para eventos, hasta los acompañé cuando tuvieron castings como a Lorena Miranda, las chicas de la Fiesta del Trigo, las reinas. Hicimos amistad con los padres de las chicas y sus familias, así conocimos muchas fiestas y gente buena, muy lindas por dentro, como María Eugenia y Corina Fernández Zotes, Agustina Muñoz, Daniela y Julieta Maurette, los chicos de Vinilo, Natalia Lara, las chicas de la radio, Olga Noblía, Milena Marcovecchio. A ellas las he vestido y me encanta, lo hago con placer, también estuvimos diez años en el Club Amistad y Servicio Fortín Machado. Encontré ayuda en el grupo Construyendo, ayudando me ayudaba yo, sigo estando en Unidas hacia un Cambio, etapas que me marcaron y me dieron la posibilidad de formarme de otra manera”.
Cristina es una mano extendida en forma permanente, son los ideales más genuinos y profundos, es la libertad del hacer, la honestidad del ser, una mujer, madre, esposa, hija, una militante permanente de los derechos vulnerados, una valiosa chica de tacos altos.
“Lo único imposible es lo que no intentás”
Cristina Marconi dice algo que es obvio sólo con mirarla: “No se me termina la energía”, pero agrega algo que deja pensando: “El día que pare es porque habré muerto, quiero seguir, esto es la vida misma, el corazón me duele, muchas veces me duele el alma, pero para todo hay un lugar, un espacio y hay que seguir adelante. La vida me dio esto, la energía me mantiene viva y es una manera de sobrevivir, es la herencia que les voy a dejar a mis hijas, nietos, la honestidad, responsabilidad, ganas hacer con pasión, que mi familia sepa que lo que se hace, desde poner la mesa, cocinar y cualquier otra cosa. No hay que renegar de eso, sino hacerlo con pasión y eso tendrá muy buen fruto. Nos hace falta tener el buen trato que es fundamental, mi sueño es que mis hijas seas felices y que les pueda dejar la posibilidad de que digan: Mi mamá fue una persona honesta, de valores y responsable. Lo demás va a y viene. Que me recuerden haciendo, sin resentimientos, sin odios, desde todo se puede volver a empezar, lo único imposible es lo que no intentás”.