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Un pacto para vivir

Jessi es jovial, moderna, está perfectamente maquillada y peinada con dedicación, así recibe a LA VOZ DEL PUEBLO, cargada de energía. Con tanta naturalidad habla de su cáncer que se generó un diálogo sincero, sin medias tintas, con la simpleza de quien asume lo que le pasa y decide combatirlo, no rendirse.
A esta mamá de cuatro chicos y que todavía no cumplió los 40, la enfermedad no la amedrentó, todo lo contrario, la puso en el lugar de lucha, de reconciliación con la vida, con la esperanza. Sus dolores, Jessi los describe como “del alma”, no hace referencia en forma directa al cáncer. Habla de la muerte de su hermano a temprana edad, la separación, todo fue de algún modo haciendo mella y golpeando su cuerpo, desde adentro, desde muy adentro…
Perder el trabajo en medio de la enfermedad tampoco la “tiró abajo”, todo lo contrario, le dio una idea que es maravillosa, que “salva mi alma” y seguramente de quienes comparten con ella la ilusión de un mundo en el que los vínculos con los más viejos, con los más necesitados y con los enfermos sea prioritario para la sociedad. Pero antes de descubrir esa maravillosa vocación apareció el cáncer…

La enfermedad
“Creo que el tumor se ha despertado en el embarazo de Juan -hoy tiene dos años y medio-, lo descubrí dándole la teta, tenía unos tres o cuatro meses. Primero se creía que era una mastitis, el doctor (Raúl) Alí es mi médico y mi amigo, fue el que me controló la bolita y el pecho afiebrado. Me hace una ecografía -mamografía no se podía porque daba el pecho- y salió que era un tumor”, relata Jessi sobre el momento en el que diagnostican su enfermedad.
Qué pasó después, cómo fueron todos esos interminables días de tratamientos, lo cuenta sin rodeos: “Me lo operan y cuando se analiza lo que me sacan efectivamente tenía cáncer de mama, un tumor pequeño, pero expansivo que complicaba más el cuadro y multicéntrico, estaba todo el tiempo generando tumores, me sacaban uno y se generaban hasta cuatro”.
Jessi se operó siete veces porque sus tumores se multiplicaban y era necesario sacarlos. Aunque hacía los tratamientos, se regeneraban: “Igual siempre para adelante trabajando”, dice orgullosa.
“Me sacaron los ganglios de las axilas, la peor parte del tratamiento fue la droga, eso fue muy duro, parece que te hubiera agarrado una patota y te hubiera dado una paliza. Me dolía desde la punta del pelo hasta la punta del pie. Dos veces me pelé, tres veces cambié de droga”, recuerda.
Cuando no tuvo pelo decidió ir a trabajar con pañuelo, pero tener que contar tantas veces  porqué usaba ese nuevo look, la llevó a decidirse a comprar una peluca. Fue a “El mundo de las pelucas” y allí le enseñaron a peinarla, lavarla, ponérsela. “Es terrible el dolor del pelo cuando se cae, la primera vez me lo corté yo y después cuando me dolía mucho, le pedí a una amiga que me rape. La segunda vez lo hizo mi hija Luana”, cuenta.
“El tratamiento lo empecé a hacer en Tres Arroyos porque los bebes eran muy chiquitos. Pero no dio resultado. Al año me volvieron a diagnosticar un cáncer recidivante y caí otra vez, en la misma zona, como si las drogas no hubieran hecho nada”, agrega.
Muchos lectores se sentirán identificados al leer los problemas que Jessi tuvo con la mutual y cómo esto retrasó su tratamiento. “OSPE no había autorizado los rayos pedidos desde agosto del año pasado, los autorizó en febrero de este año por eso recién ahora estoy haciendo rayos”, explica.
Mientras esperaba que la mutual autorice el tratamiento que necesitaba con urgencia, “se me iban generando más tumores. Por eso hubo que sacar la glándula mamaria… Si los rayos hubieran estado a tiempo por ahí se hubiera acortado el tratamiento. Hace dos años y dos meses que estoy, por ahí no hubiera salvado la mama pero…”.
Agrega que “con la nueva droga no te baja defensas, no se cae el pelo, es de prevención, por eso ya tengo el alta laboral, pero no sirvió porque me despidieron”.
Cada 21 días hace quimioterapia en el Hospital Italiano de Bahía Blanca con el doctor Ferro y todos los días rayos en el Instituto Oncológico (CREO). Del primer tratamiento faltan cinco aplicaciones y de rayos restan 20 sesiones. “Viajo todos los días, a las 5.35 sale el micro, llego 8.30, me tomo el colectivo, camino un par de cuadras hasta el CREO, y cuando termino, si salgo rápido llego a la terminal a las 10, pero casi nunca lo agarro, entonces espero hasta las 13 para volver. A la mañana, antes de salir, dejo a los bebes dormiditos y Luana se queda con ellos hasta el mediodía que el papá los viene a buscar y él los cuida hasta que yo vuelvo”.
Erguida en la silla, detuvo un momento la cebada de mate y con una mirada profunda afirma: “Mi tratamiento va… El último análisis determinó que la zona estaba limpia de células, si Dios quiere tendría que terminar este tratamiento y tendría que ser lo último”.

Un remedio para el alma
Jessica brinda una lección en cada gesto, palabra, idea. Enseña con su ejemplo que el dolor más profundo se cura con otros, con amor. Sabe que todo es posible cuando se lucha. Le costó definir qué es lo que hace, hasta que dice que es “un servicio”. Encontrar esa palabra le gustó, entonces se sonríe y empieza a repetirla muchas veces. Sin embargo, la certeza que tiene es que ayudar a los que la necesitan le cura el alma.
“Un día cuando me quedé sin trabajo y fui a Bahía por el tratamiento acompañé a mi hermana que trabaja en una pensión de abuelos y sentí que eso era un depósito de abuelitos. Entonces pensé en hacer algo por ellos y por mí. Escribí en el Facebook que me ofrecía para ir a alguna residencia a afeitar a los abuelos o pintar las uñas a las abuelas o me ofrecía a leerles, a cortarles el pelo o peinarlos, y que no cobraba. Ofrecí ayuda para todo aquel que quisiera contar conmigo”, cuenta sobre la idea que tuvo al quedarse sin trabajo y con demasiado tiempo libre y sola en su casa.
La respuesta no se hizo esperar: “Tuve un montón de llamados, incluso de gente que se ofrecía a ayudarme para poder hacer este servicio. Me hace falta alguien más porque se hizo muy grande la cantidad de gente”.
Poco a poco, Jessi descubrió una vocación que ya no abandonará por nada. “Voy al geriátrico del hospital, hay 33 abuelos y empecé con Lucky, que tiene 46 años y estaba postrada en una cama. Comencé a pasear con permiso de su familia en su silla de ruedas. Como la silla era muy vieja, pedí por las redes una nueva y así Caminemos Juntos me donó una nueva con el respaldar alto… Estaba re feliz, yo lloraba como una tonta cuando se la dí. Llego y lo primero que hago es pasearla hasta que haga frío”.
Cuando el paseo con Lucky termina, Jessi se queda con los demás abuelos. “Les pinto las uñas, mi hija me ayuda con eso, los afeito, les leo, hay un grupo de payamédicos muy buenos también. También me llamaron de una pensión y acompaño a una chica de 19 años, le hago compañía. También a otra señora que está en la misma pensión”.
Jessi disfruta tanto la estadía con los abuelos que “me olvido de lo que tengo, el tiempo se pasa volando, le pasaría a cualquiera, soy feliz y parece mínimo lo que tengo. Son felices, me dan la mano y me preguntan si ya me voy, por eso cada día les prometo que voy a ir siempre, tienen miedo al abandono”.
Esta peleadora de la vida hoy también se dedica a cuidar su cuerpo, porque también le hace muy bien. “Algunos días entreno atletismo en la pista municipal, hoy en día no puedo hacer más de 15 vueltas. Los bebes van conmigo a la pista y al asilo, y Loli también”, cuenta.
La delegación que la acompaña al geriátrico es un valor agregado a la tarea que Jessi lleva adelante. “A mis hijos les gusta ir y a los abuelos les encanta que vayan. No me quiero ir nunca del geriátrico, me cuesta despegarme, espero ansiosa el mañana… No cobro anda, quiero que me sigan llamando, seguir acompañando a los abuelos, acompañar en los talleres”, asegura.
“Todo eso me llena, me da más fuerzas para curarme hoy porque mañana hay mucha gente dependiendo que yo vaya”, completa con una decisión que conmueve.
“Esta es una enfermedad del alma, perdí hace poco a mi hermano con 27 años, lo sufro y no lo puedo superar. La separación… Todo suma, por eso lo que hago es curarme el alma, ser feliz, ayudar con mis hijos, cuando vienen conmigo me da mucho orgullo, quiero seguir así. No sé si es un trabajo, es un servicio, creo que esa es la palabra exacta, y para mí es una cura”, insiste.
“Los que padecemos esta enfermedad tendríamos que hacer esto para curar el alma”, deja Jessi como mensaje. Y es el mejor final que podría tener el relato de su historia.

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