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Aquellos mandatos familiares

“No puedo equivocarme”, “No es bueno llorar y demostrar mis sentimientos”, “Tengo que ser mejor que los demás”, “Tengo que casarme y tener hijos”, “Si pido ayuda a alguien, estoy admitiendo que no sirvo o que soy débil”, “No voy a poder”… hemos escuchado estas frases y otras parecidas, las hemos repetido y probablemente lo seguiremos haciendo.

Los mandatos familiares y sociales es algo que damos por cierto y nunca, o casi nunca cuestionamos y pueden llegar a regir la forma en la cual nos comportamos.

Un mandato es un conjunto de códigos verbales y no verbales que debemos saber decodificar. Nosotros mismos integramos muchos esquemas de pensamiento que es necesario cuestionar.

Forman un complejo sistema de normas y reglas que, prácticamente sin ningún sustento, es muy posible que muchos de ellos los sigas reproduciendo una y otra vez durante la vida adulta.

Se heredan de generación en generación. Cada familia tiene una dimensión dinámica y sumamente compleja, integrada por un legado emocional, un pasado, diferentes creencias, represiones y por supuesto aparecen estos mandatos como legados.

En particular, los mandatos parentales no son conscientes, porque se reciben de manera subliminal, no en forma necesariamente verbal y directa sino en forma sutil, indirecta, sin referirse a nosotros en particular, al mostrar su forma de pensar, sus aversiones y preferencias personales en sus relaciones con los demás.

En determinadas etapas de la vida, de algún modo hemos quedado inmersos en esta red casi invisible que conforman los mandatos. Algunos de ellos nos pueden orientar en nuestra vida cotidiana y en la relación con los demás, pero tengamos en cuenta que también pueden funcionar de manera inversa y terminar aplastándonos. Hay muchos que se pasan de generación en generación, bajo la fuerte e imprecisa potencia del famoso “legado familiar”.

Es posible que en la infancia, cuando vamos conformando nuestra estructura psíquica, no nos animemos a desafiarlos, sobre todo porque no contamos con la información necesaria, y estamos aprendiendo las formas de convivencia con el entorno, pero posiblemente, transcurridos los años, puede suceder que nos sintamos agotados y cansados de ser rehenes de estos mandatos familiares que claramente están atravesados por rasgos culturales, sociales y quizás, entramados ocultos y secretos (ya profundizaremos sobre los secretos familiares).

Solemos decir muy a menudo, “quiero ser libre”… “no quiero más ataduras en mi vida”, etc. Es difícil hablar con propiedad de la libertad, sobre todo considerando que se habla muy a menudo de ella: libertad para elegir, libertad para salir, libertad para volver, libertad para comprar, libertad para comer, libertad para decir, libertad para hacer, libertad para sentir, libertad para escribir, libertad para leer, libertad para crecer, libertad para pensar…es así, es difícil…

Más aún resulta, cuando estamos tan condicionados en nuestro actuar, en nuestro hacer, decir y sentir; por la familia, la sociedad, la sociedad de consumo, los medios de comunicación, etc… todo nuestro entorno.

Podríamos comenzar a cuestionar esas frases tan comunes que se escuchan en muchas familias. Expresiones tales como “esa pareja no te conviene”, “en esta casa somos todos de tal pensamiento político”, “tenemos nuestras creencias”, “somos de tal equipo”… o… “tenés que estudiar tal cosa” o de otra manera, “estudiar eso es una pérdida de tiempo”… Son códigos que invalidan, anulan, coartan, que deberíamos empezar a derribar en nuestra mente desde el mismo momento en que los identificamos.

Ser familia no implica una lealtad devota o ciega, sólo por compartir la misma sangre. No si nos imponen un destino. No si nos limitan la libertad. No si ser uno mismo tiene consecuencias aparentemente no deseadas por nuestros entorno… y nunca si esas dinámicas nos someten a una suerte de ciclo infinito de infelicidad.

A veces, desafiar y romper los mandatos del clan familiar es mucho más que una obligación: es una necesidad. Es el derecho y el deber a reafirmar la propia integridad personal para que no se vea comprometida nuestra identidad.

Un claro ejemplo de esto, en esta nueva época que nos toca transitar, es referida al reconocimiento de la identidad de género, que si bien hoy tiene un encuadre legal, a pesar de ello, aún estas personas tienen que lidiar con aquellos mandatos y prejuicios familiares y sociales que hemos estado desarrollando.

Ser uno mismo no es algo fácil de lograr, porque para satisfacer el propio deseo muchas veces tropezamos con los deseos de los demás, que nos obligan a negociar con ellos para conseguir lo que queremos.

No te distraigas en vivir la vida que los demás quieren que vivas, no pierdas tiempo en complacer a los otros, intentando vivir sueños ajenos, que seguro poco tiene que ver con lo que has vivido hasta ahora.

Descubrir y sentir que todos tenemos la posibilidad de realizar aquello que realmente queremos hacer, sin cargar por ello con la pesada mochila de la culpa, podría llegar a ser la mejor manera de romper con esas cuestiones que nos oprimen y buscar una salida para concretar nuestros deseos.

(*) La autora es licenciada en Psicología (M.P. 40256).

[email protected]

En Face: Licenciada Claudia Eugenia Torres

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