En alguna oportunidad, desde este mismo espacio, hemos hablado de manera general de las emociones. Decíamos que afectan nuestra vida produciendo diferentes estados anímicos, que en muchas ocasiones nos resulta complicado reconocerlas y caemos presos de ellas.
La palabra “emoción” proviene del latín y significa movimiento, es por eso que resulta algo que nos saca de nuestro estado habitual.
Podríamos decir que es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente, que viene acompañada de cambios orgánicos visibles, como las expresiones del rostro, el enrojecimiento o la sudoración.
Tiene una función adaptativa, es un estado que sobreviene súbitamente en forma de crisis más o menos violenta y más o menos pasajera.
Cuando experimentamos una emoción solemos involucrar un conjunto de cogniciones (facultad que tenemos para procesar y valorar la información a través de lo que percibimos teniendo en cuenta nuestra propia experiencia), actitudes y creencias sobre el mundo, que usamos para valorar alguna situación concreta y que por lo tanto va a influir en el modo que distinguimos dicha situación y la manera en que podemos abordarla.
Al ser estados afectivos, nos van a indicar cómo nos sentimos internamente, nuestras motivaciones, necesidades y objetivos que perseguimos. Cada uno de nosotros experimentamos las emociones de manera particular, según nuestra propia experiencia de vida, y por eso decimos que son subjetivas.
Son importantes para poder afrontar las diferentes situaciones que se presentan a diario, para eso es fundamental desarrollar nuestra inteligencia emocional, fomentar un conjunto de habilidades psicológicas que nos permiten distinguir qué nos pasa interiormente, intentar entender a los demás y utilizar esa información para guiar nuestra manera de pensar y actuar.
Una de las emociones básicas que solemos experimentar es el miedo, que se manifiesta de diferentes maneras: miedo a tener una pareja, a dejar un trabajo, a presentarnos ante una mesa examinadora, a las alturas… Y podríamos seguir enumerando infinitas maneras de percibir esta emoción.
Pero, tendríamos que preguntarnos: ¿el miedo es realmente perjudicial? ¿Esta mal sentirlo? ¿Nos hace más vulnerables ante los demás?
En realidad, nos permite mantenernos a salvo y vivos a través de provocar cierta sensación de angustia, tensión y ansiedad que nos posibilita mantenernos alejados de aquello que nos puede resultar amenazante para nuestra supervivencia, cumpliendo una función de adaptación en nuestras vidas.
Lo que provoca el miedo en nosotros depende de la situación y de la personalidad de cada uno, es posible que el miedo lleve a limitarnos e impedir que hagamos algo que podríamos hacer perfectamente, o por el contrario puede llevarnos a actuar impulsivamente sin detenernos a pensar si internamente consideramos que es la mejor opción que tenemos. Puede deberse a un estímulo externo, real o que sea producto de nuestra imaginación.
Nos altera física y emocionalmente provocando cambios en nuestros cuerpos, y en ciertas ocasiones puede llegar a anular nuestra capacidad de entendimiento, restándonos claridad mental para controlarnos a nosotros mismos.
Podríamos sentir coartada nuestra libertad de hacer y decidir, así como también afectar nuestro crecimiento como personas, poniendo barreras entre nosotros y aquellas cosas que deseamos.
Pero, como hemos visto, si bien el miedo en ciertas ocasiones es adaptativo, ¿qué sucede cuando nos impide realizar nuestras actividades cotidianas, al sentirnos paralizados ante él?
A pesar de que sentir emociones siempre será positivo, es una emoción desagradable, que, reconocemos, puede convertirse en una autentica enfermedad, en un verdadero problema cuando es disfuncional, es decir, que cuando lo que ocurre a consecuencia de sentir ese miedo, es aún peor que aquello que ocurriría si no lo sintiéramos.
En muchas ocasiones no hacemos lo que verdaderamente deseamos por miedo a lo que pueda ocurrir, quedando de esta manera inactivos, paralizados.
Cuando la persona no es capaz de discernir entre las situaciones que realmente son amenazantes y las que está creando ella misma, lo que sucede es que la realidad se convierte en un caos y así toda su vida se vuelve insegura.
En ocasiones utilizamos nuestros miedos para justificar nuestra imposibilidad de llevar a cabo ciertas cosas, puede llegar a ser una opción para quedarnos ahí donde nos sentimos más cómodos, en ese lugar que ya conocemos.
Pero ¿cómo gestionarlos, cómo hacer para dejar de padecerlos?
Creo conveniente, como primera medida, enfrentarlos de a poco, pero es necesario mirarlos de frente, cara a cara, aceptando que podemos temer y de esa manera reconocerlos y examinarlos para intentar encontrar su origen. Es natural sentir está emoción y como tal debemos aceptarla. No tengas miedo al miedo, solo hay que saber que hacer con él.
“De lo que tengo miedo es de tu miedo”.
William Shakespeare (1564-1616) Escritor británico.
___________________________
Lic. Claudia Eugenia Torres
M.P.: 40256
En Facebook: Licenciada Claudia Eugenia Torres