| Secciones
| Clasificados
SÁBADO 02.11.2024
DÓLAR HOY: $964 | $1021
DÓLAR BLUE: $1170 | $1190

Otros mundos

A veces uno explora en la memoria para descubrir ciertos acontecimientos que han quedado muy archivados. En la entrega pasada, mi amiga Aurora me mostró unos retazos de recuerdos de su adolescencia que fuimos cosiendo hasta recomponer algunos hechos ocurridos en los años plomizos. Ahora me dispongo a reunir otros retazos que me fueron entregando hasta tener el relato que voy a dar aquí.

Aurora hizo la primaria en un establecimiento privado de Buenos Aires. Una escuela moderna, con profesores medio hippies, mucho estudio y mucho vuelo artístico. Pero algo se operó en su cabeza en los albores de su pubertad, mejor dicho, a los doce años, y, muy resuelta, encaró a sus padres: 

-Mamá, papá, saben, yo quisiera hacer la secundaria en una escuela del Estado.

-¡Pero muy bien! Contestó el papá asombrado y contento.

-¡Me parece bárbaro! -agregó la mamá-. Vas a conocer otro tipo de gente.

-Mirá -le dijo el padre inflando el pecho-, en una escuela del Estado sos amiga del hijo de un doctor y del hijo de un cloaquero.

-Sí, pero, ya saben, yo estoy cansada de esta gente que habla de marcas, que viaja tanto a Estados Unidos, que odia tanto al peronismo, que hablan todo el tiempo de las zapatillas Adidas. Quiero ver otros mundos.

Y así, muy decidida, fue con su mamá a inscribirse al normal de señoritas más cercano.

Era un edificio con puertas medievales, de un medioevo incompleto, como debe ser en Buenos Aires. Tenía las paredes marrones y un aspecto lóbrego, inmenso. Pero a ambas les pareció “lindo” y, sin examen de ingreso, mi amiga empezó el secundario en aquel año 1975.

Efectivamente, como decía el padre, la escuela del Estado, brindaba la mejor diversidad social y ahí Aurora volvió a crecer. Como me dijo a mí: “Me hice mis amigas, sin mirarnos tanto la ropa, ni los coches de los padres. Sin esas cosas, las relaciones fluyen y el afecto también. Conocí a Celina, a Marina, a Alejandra, a Ruth, a Miriam, a Elena, a muchas, pero mi mejor amiga de la secundaria fue Griselda”.

Griselda se sentaba atrás, tenía una voz muy baja, el pelo de un color incierto, castaño agrisado, siempre atado porque esa era la norma. Ella entendía muy bien el funcionamiento de la escuela, que, como conté en otras entregas, en aquel tiempo todo era muy conservador y opaco. Las horrendas profesora te llamaban “a dar lección” y uno tenía que pasar al frente a repetir de memoria lo que habían dado en clase, que, además, estaba contenido idénticamente en el manual de la materia. Mi amiga no entendía. Ella provenía de otra educación y se comía los “unos” en la libreta sin saber por qué. De a poco Griselda la fue integrando al esquema. En todos los años ella supo eximirse de todas las materias con el esfuerzo adecuado. Mi amiga Aurora, en cambio, en aquel primero, se llevó hasta educación física. Pobre. Pero las rindió y al año lo aprobó.

La amistad con Griselda fue creciendo. Ella recuerda la primera vez que fue a su casa. Ese día se internó en la calle Serrano y conoció los fondos de Palermo, el empedrado azul con musgo, la arboleda, el vacío y el silencio como del pueblo que alguna vez fue. Tocó el timbre de una casa bien casa, sin ascensor ni portero. Griselda la recibió, la invitó a pasar, a subir por una escalera y Aurora sintió que entraba a un mundo nuevo. En el living estaban las hermanas; Adriana y Graciana tejiendo. Se conocían de la escuela, se saludaron con risas, Adriana estaba en tercero, Graciana en otro primero porque era melliza con Griselda. Charlaron muchísimo las cuatro. Después Griselda puso un disco de King Crimson que Aurora había traído. Ellas escuchaban otra música, pero igual, se quedaron varias horas hipnotizadas por las guitarras, hasta que vino la mamá, una señora de pelo corto blanco, muy simpática, que dispuso la organización de la cena. Todas a cocinar. Aurora observaba y ayudaba. Las cuatro mujeres de la familia eran un equipo de cocina muy diligente y entrenado. En eso, cuando estaban poniendo la mesa, apareció el papá. Un señor muy viejito, con un saco azul claro y una flor en el ojal, un italiano socialista de los de antes, muy cariñoso pero demasiado severo y anticuado. En la cena hablaban de un pueblito de La Pampa. Hablaban de las personas de allí, como si todos fueran parientes, aunque casi, porque se conocían por generaciones. Mi amiga notó que tenía que cuidar el vocabulario. Ningún “boluda” o “pelotuda” delante de los padres. Las señas de Adriana, Griselda y Graciana eran muy claras. Ya entrada la noche Aurora llamó a su mamá para anunciar que se quedaba a dormir. Pero se quedaron hasta altas horas en el living charlando y riéndose en voz muy baja. Ese era otro mundo.

Las chicas iban todas las vacaciones al pueblito. A principio de agosto o a mediados de marzo Aurora escuchaba las historias de ese idílico lugar. Se trataban de primas, primos, amigos y de sus entrecruzamientos amorosos. La gorda Caggiano se había besado con Dani, que era su novio y Rossana Caridi lo había visto y oído “teniendo relaciones” con Clarisa Monti. Y además se sospechaba que se había arrinconado con la mona Basaldúa. La gorda estaba hecha un mar de lágrimas. O que Tato, el mayor de los Tobiani, había dejado a su novia Marcela Camisani por Graciana, su hermana. Que estaban muy de novios, aunque vivieran ella en Buenos Aires y él en Trenel. Pero era un gran amor. Amor de camioneta. O ella misma, Griselda, en un baile, bailando lento se había besado por primera vez con un chico y le gustó. Pero ella gustaba desde antes del menor de los Tobiani, de Miguel, el hermano de Tato, con el que se metió justo el día anterior a su vuelta de vacaciones y ahora suspiraba y no veía la hora de que terminaran las clases para volver a Trenel y besarse, y a lo mejor… ¡Ay, no! le dijo Aurora. Mi amiga era muy remisa al sexo y a los amores. Una chica remilgada.

A estas historias se las contaba en los recreos o en voz muy bajita mientras las horrendas profesoras daban sus clases. Otra era que Gustavito Troilo gustaba de la mamá de su amigo Mario, que era muy joven, y se había metido con la hija, Anita, la hermana de su amigo, pero a la que deseaba era a Carmen, la madre, sí, y todo el pueblo se daba cuenta y lo comentaba. Y Anita tenía que tener cuidado si Gustavito la tocaba porque él había estado con la mona Basaldúa.

-¿Pero quién es esa mona? ¿Es una mona de verdad como la Mona Chita? ¿O es la actriz Mona Maris?

-No, no es una mona. Es una mujer medio grandota. No se sabe dónde vive. Es del campo. Se arregla toda y viene al pueblo. Es muy puta y a los varones los pervierte. No se sabe cómo, pero los deja ojerosos y con la piel medio violeta. Además, si ellos están pervertidos, después pervierten a sus novias y se arma una cadena de nunca acabar. (Aquí Griselda se puso seria y reflexiva, porque ahora hay mucha infidelidad en Trenel).

-Sabés -le dijo Aurora a su amiga-, me encantaría ir a Trenel. No sé, para conocer y ver a toda esa gente.

-¡Ay, si, venite en enero unos días, sí! Te quedás en mi casa!.

Listo. Decisión tomada. Transcurrió el cuatrimestre. Vino el calor. Auro dio en diciembre las materias que pudo, muy ayudada por Adriana, la mayor. Ahora también conocería y penetraría más ese otro mundo.

Mi amiga ya, a esa edad, tenía experiencia en viajes. A mitad de enero hizo una valija para una semana y la mamá la ayudó a comprar un pasaje por Austral directo Buenos Aires-General Pico.

Adriana fue a esperarla al aeropuerto con un amigo, Pinino. Griselda, Gachi, una banda de chicas amigas, el papá y la mamá, la abuela, todos la esperaron con una gran mesa para tomar el té. Después salieron a recorrer el pueblo con el anochecer y a pasar por las casas a saludar. Todas las casas eran bajas, con techo de tejas, casas cuidadas, atendidas y vio y besó a todos y a cada uno de los personajes mentados por su amiga, aunque al día siguiente ya los confundía y tenía que hacer esfuerzo para disimular. Le encantaba la libertad con que la gente se movía por la calle. Los terrenos baldíos, que a veces abarcaban manzanas enteras, eran bastante prolijos. Todo tenía una apariencia prolija. Y los árboles también. Y eran de colores. Y esa inmensidad. El infinito a toda hora, para una porteña como ella.

Iban todos los días a la pileta municipal que estaba en medio del campo, hacían visitas, cocinaban para miles, se quedaban charlando hasta altas horas. Así transcurrieron los días. Aurora empezó a notar que, llegando el viernes, todos los amigos y jóvenes andaban como con cierto “alzamiento”. O “calentamiento”. En la pileta saludaron a la prima Anita y Griselda la vio más flaca. Aurora vio algo más. Le notó un tono violáceo en la piel. Y media hora después, la vio franeleando con su novio detrás de una ligustrina. -Bueno, eso no tiene nada de raro-, pensó. Vio otras parejas medio violáceas y recordó lo que había contado Griselda en Buenos Aires.

Llegó el sábado y prepararon el almuerzo para el quincho de la pileta. Ese día el sol picó fuerte. Anduvieron a caballo, se bañaron, pero volvieron antes porque ese era el gran día de la salida nocturna. A las seis de la tarde estaban todos en la casa y la pileta municipal quedaba sólo para las familias.

-Vas a ver, le dijo Griselda, vas a ver que todas las chicas se hacen la toca y salen a dar vueltas en camioneta con los novios.

-¿Y las que no tenemos?

-También. Nos hacemos la toca y salimos a caminar. Después volvemos, nos vestimos, cenamos, nos maquillamos y vamos a bailar a la confitería.

Aurora no se la hizo. Salieron todas por la plaza del pueblo a saludarse, a comentar cosas. Algunas personas estaban medio violeta. Y con ojeras. Pero no todas. De pronto, las tres hermanas empezaron a temblar y quisieron llevarse a Aurora a un extremo de la plaza. Es que se la veía cruzar. Tenía unas bermudas ajustadas que le quedaban horribles, sobre unas caderas angostas, piernas largas y un culo mal achatado. Arriba se había puesto una malla fucsia fosforescente, muy a la moda de aquellos días. Era alta, muy pechugona, con mandíbulas anchas y un pelo permanenteado color zanahoria. Aurora la llegó a ver de cerca. No tenía nuez. Le sobresalían unos rollos también fosforescentes por encima del pantalón. Graciana le dijo: “Cuidado, no la mires”, pero Aurora ya, hasta le había hecho un gesto de saludo. Volvieron a la casa caminando medio rápido. Mi amiga les decía: “Chicas, no pasa nada”.

-Nunca sabés, contestó Griselda. Tenemos que preservarnos, que prevenirnos. Hay ciertas influencias que nos pueden hacer mal.

Y llegó la hora del vestuario y el maquillaje. Las chicas estaban muy excitadas, con un deseo fuerte, como nunca las había visto antes Aurora. Se probaban diferentes prendas, se maquillaban entre ellas. A mi amiga la dejaron pintada como una cabaretera, y ella, que, como ya dije, es un poco remilgada, trató de evitar los espejos. Lo que ninguna evitó fueron las plataformas. El padre no tenía que verlas. Con la anuencia de la madre salieron las cuatro por la ventana del dormitorio de atrás. Salir por una ventana era una experiencia muy nueva para la porteña. Atravesaron terrenos y calles de tierra. Había sólo algunos faroles y unas pocas bombitas de colores en la noche cerrada. Aurora las seguía a pasos largos sobre los tacones. ¿Cómo se orientaban? El campo es un misterio.

En unas de las dos calles céntricas estaba la confitería. Y se llamaba así en el cartel “Confitería”. El dueño las recibió con grandes alharacas. Les dieron unos tragos, seguramente de gin con naranjas y se pusieron a charlar con los chicos. Graciana enseguida se encontró con su novio Tato y los aplaudieron. Se besaron largo. Los vasos se iban vaciando y más se besaban y se franeleaban. Tato y Graciana salieron a practicar su amor de camioneta. Auro se quedó en una mesa con unas chicas de la pileta. Grise andaba con Miguel a los besos y a las manos. Adriana estaba arriba. Había una escalera que conducía a un salón. Las amigas empezaron a subir y Aurora las siguió con las chicas de la pileta. El salón era bastante oscuro y tenía balcón. Todo el mundo se reía. Adriana volaba de brazo en brazo. Como si saltara entre hamacas. Ella siempre había sido la más libre de las hermanas. Uno de los que la alzaba era el dueño. Estaba muy feliz. Los colores de las caras no podían verse.

Oyó la voz de Griselda. No se entendía bien, pero gritaba un poco y Miguel se reía y le contestaba. Estaban casi al fondo, cerca del balcón. Auro paró la oreja. Justo Grise gritó:

-¡Vos estuviste con la mona!¡Se te nota! ¡Mirá cómo estás! ¡No parás! ¡Ella nos puso así!

-¡Ay, no, tonta, mejor, vení!

-¡Sí, ella nos puso así a todos! !Este pueblo va a terminar en una orgía! ¡Mirá cómo estamos!

-¡Pero no! Estamos bárbaro! ¡Quedáte! Y la cubrió de besos y se pusieron a franelear más.      

A mi amiga le dio risa y algo de estupor. Nadie se atrevió a tocarla. Adriana bailaba y se debatía entre dos caballeros. Era feliz. Auro le hizo una seña de adiós con la mano. Se quería ir. Notó que las chicas de la pileta se habían dispersado. Una estaba con el novio de Anita besándose acostada en un sillón. De pronto más parejas se revolcaban por el piso. Más jadeos y risitas. Pero todos con la ropa puesta, eso sí. La música llegaba desde abajo. Era esa música melódica de telenovela que Aurora detestaba. Y todo era violeta. Hasta las paredes. Empezó a caminar salteando los cuerpos acostados, enrollados. Eran muchos. Primero quiso reconocerlos, pero enseguida prefirió salir. Una parejita que estaba en un sillón la llamó, pero ella se negó. Tenía que hacer equilibrio sobre las plataformas y los espacios entre cuerpos. Reconoció la puerta. Alguien le deslizó una mano por la pantorrilla. ¡No, No! Se quería ir. La puerta tenía una lucecita tenue, atorrante. Era un arco sin puerta. Salió, bajó las escaleras oscurísimas. El salón estaba vacío, en penumbra. Salió. No había un alma. A lo mejor era mejor quedarse adentro a esperar que todo terminara. Es que no sabía para qué lado tomar, si a la derecha o a la izquierda. Eligió la izquierda porque se veía mejor la calle, y recordó que habían venido por ahí. Caminó a tientas. Se imaginó que podía pisar un guadal, como los indios ranqueles y se censuró enseguida, qué porteña tonta. Se había levantado viento y se le volaba el vestido. Igual, no había nadie. Siguió. Si en el final de la calle no veía alguna referencia, aunque fuera una lucesita, volvería sobre sus pasos y esperaría en la confitería. Pero continuó andando, tanteando el terreno, toda cubierta por un cielo negro. Iba por el medio de la calle, como le había visto hacer a todos los del pueblo. Con cuidado de no caerse. Ni siquiera veía bien el suelo. Alguien le puso una mano en el hombro. Como una aparición. Pero mi amiga no se sobresaltó. Era enorme. Ya la había visto. Las tetas sobre su cabeza.

-Hola, ¿A dónde vas?

-A la casa.

-Ah, la interrumpió. Vos sos la amiga de las hermanas Cristella, -se rió un poquito-. Gachi está en la camioneta. ¡Ya habrá quedado embarazada! Yo me llamo Mirta Basaldúa. Soy de cerca de Arata.

-Y yo, Aurora.

-Bueno, te acompaño a lo de las chicas. ¿Porque vas ahí, no? ¿Te dejaron sola? Es que están muy de novias. Adriana no sé, siempre tiene más de uno. ¿vos conocés acá?

-No, soy de Buenos aires.

-Bueno, te acompaño. Yo vengo más del campo. Me queda cerquita Arata, que es más chico que Trenel. Y todo lleno de rubios. Pero no tiene nada para salir. Yo vivo con mis padres. ¿Y vos?

-Yo también.

-Ah, yo quiero ir a Buenos Aires. Para ver, nomás. Para vivir no. Me dijeron que es un loquero.

-Mmmsí.

-Acá también están medio locos. Si hasta me tienen miedo a mí, que soy normal.

-Sí. Sos normal. (Aurora fue sincera).

-Creen que transmito una enfermedad, que yo los caliento. Ja. Yo, si no consigo novio. Estos ahora andan calientes porque no tienen nada que hacer. La cosecha se les hizo sola. Cuando sale el trigo y el girasol se ponen todos a franelear y me echan la culpa a mí. A franelear y a otra cosa.

Y las dos largaron una risita burlona.

-No voy a venir más a este pueblo de mierda. La próxima enfilo a General Pico.

Y llegaron a la casa. Aurora le pidió que la ayudara a ir a la parte de atrás de la casa. La mona Basaldúa fue amable y macanuda. Aurora le dio su teléfono de Buenos Aires por si alguna vez se aparecía. Atravesó la ventana, se liberó de las plataformas y se metió en la cama. Amaneció enseguida.

COMENTARIOS

NOTICIAS MÁS LEÍDAS

OPINIÓN

COMENTARIOS
TE PUEDE INTERESAR