A 200 años del Cruce de los Andes, cumplidos en enero de este año, no hay duda de que la figura del general Don José de San Martín anida en los corazones argentinos y se halla más cerca de la gente común de lo que muchos creen.
Un dato importante es que en este año ha explotado la concurrencia de personas a los distintos tours cordilleranos que se ofrecen en las provincias de San Juan y Mendoza, organizados por entendidos. También ha partido a estas excursiones gente, guiada por baqueanos, de Necochea y de Mar del Plata, dispuestos a correr las emociones del turismo aventura y, a lomo de mulas, recorrer las zonas donde el héroe transitó la gesta patriótica. Pero ésta estaba presente en el alma y la mente de los participantes, como en el lenguaje seco de las montañas y los abismos insondables de las quebradas, cantando la Marcha de San Lorenzo o el Himno Nacional de manera espontánea. Ya no había dudas de que San Martín les rondaba en aquellos parajes inhóspitos, sacudidos por la violencia de los tiempos del Pacífico.
Eso habla más de nosotros que cientos de páginas periodísticas, escritas a veces, con doble intención, sobre todo por los revisionistas, que quieren minimizar la obra del héroe.
El Cruce de los Andes es considerado como uno de los grandes hechos históricos de Argentina, así como también como una de las mayores hazañas de la historia militar universal, más allá de banderías políticas.
El silencio resonaba en aquellos parajes cordilleranos y como dijo el profesor de Historia y licenciado en Gestión Educativa, Claudio Chaves, recordando la carta de San Martín a Tomás Godoy Cruz, con fecha 24 de enero de 1817: “El 18 empezó a salir el Ejército y hoy concluye el todo de verificarlo. Para el 6 estaremos en el Valle de Aconcagua, Dios mediante, y para el 15 en Chile. Dios nos de acierto para salir de tamaña empresa”. Y vaya si el Señor los acompañó; fueron los libertadores de tres países. Y San Martín demostró su humildad, al enterarse de la muerte de Belgrano diciendo: “Murió el mejor de nosotros”. La humildad de los grandes.
Y hablando del gran héroe, mi familia con sus hijos (al igual que nosotras en su momento), tuvieron la oportunidad de ver a los granaderos que se dirigían a la Catedral a hacer el cambio de guardia.
Entonces recordamos que en 1826 regresaron a Buenos Aires los últimos 78 granaderos, restos del Ejército de los Andes, después de diez años sin ver sus familias, cansados, enfermos y mal vestidos. Eran héroes y nadie los recibió, nadie los vitoreó en esa entrada que debió ser triunfal.
Al poco tiempo el presidente Rivadavia disolvió la unidad y su personal distribuido entre los diferentes cuerpos del Ejército.
Pero hete aquí la verdadera historia: 54 años más tarde, el 28 de mayo de 1880 llegaban a Buenos Aires a bordo del vapor Villarino los restos del general San Martín desde Francia, donde pasó sus últimos años.
Los siete últimos granaderos a caballo, que aún vivían, viejos ya, por su propia cuenta y determinación se reunieron, vestidos con los restos de sus antiguos uniformes y marcharon a caballo al puerto a recibir a su jefe, escoltaron el féretro hasta la Catedral y allí montaron guardia a la entrada del Mausoleo, durante toda la noche. Al amanecer se despidieron y se perdieron en la historia.
Pero pasados 23 años, el 29 de mayo de 1903 el presidente Roca firma el decreto que determinó la recreación del Regimiento de Granaderos a Caballo sobre la base del mejor Regimiento de Caballería de línea, usando como uniforme aquel que diseñara el general San Martín.
El presidente Figueroa Alcorta, cuatro años más tarde, designa a este Regimiento Escolta Presidencial; desde entonces cada mañana puede verse a un grupo de siete granaderos marchar desde la Casa de Gobierno a la Catedral, donde dos de ellos quedan montando guardia a la entrada del Mausoleo del General San Martín; cada dos horas regresan los otros cinco y se efectúa el cambio de guardia, hasta el final del día, en que los siete regresan a la Casa Rosada. Así es cada día, con sol o con lluvia, los siete granaderos custodian los restos de su jefe.
Entonces nos preguntamos ¿Por qué siete? ¿Por qué no diez o doce más? Y la respuesta es que se hace en memoria de aquellos siete últimos granaderos que fueron los primeros en realizar, por “motus propio”, la custodia de su jefe.
(1).- No olvidemos que Don José de San Martín fue la antorcha que iluminó a los pueblos de Argentina, Chile y Perú, por los caminos de la libertad, democracia y paz para que los hombres sean dignos de llamarse hombres
(1).- Al Ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: “En 24 días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”
(1).- Dijo el poeta Olegario Andrade; “San Martín no morirá tu nombre, ni dejará de resonar un día, mientras haya en Los Andes una roca y un cóndor en la cúspide bravía”
Bibliografía: Parte del profesor de Historia, Claudio Chaves.
(1).- Del libro del Dr. Eugenio Simonetti (1967)
Lo demás de una gran admiradora de los próceres