“Si cada acción que hago no contempla cuidar al que tengo al lado estamos fritos”, sintetizó Federico Barroso Lelouche. Es un joven actor, productor, cultor de la permacultura, y con Laura Parraquini su colega y pareja, no hace mucho que se convirtieron en padres de Almendra que llegó para darle más felicidad a la casa que habitan en una quinta de la Sociedad de Fomento. Habla pausado, es gentil y se encuentra verdaderamente comprometido con el estilo de vida que eligió llevar adelante y que comparte con los demás, y en la que mucho tiene que ver la permacultura. Una forma de ver y actuar en la vida, a partir de relacionarse y compartir con los demás.
Explicó que si una persona para calefaccionarse tiene que bajar todo un monte de eucaliptos “y el de al lado se queda sin nada, ahí no estoy compartiendo entre todos los frutos que nos da la tierra. Nos cag…. de frío entre los dos o hacemos un sistema de estufa eficiente que use poca leña”.
Con esta manera de pensar y de proceder en la vida, hace cuatro años que llevan adelante una experiencia junto a su compañera en San Francisco de Bellocq, desde una casa arbolada que la Sociedad de Fomento les puso a disposición para ponerla en marcha, desde la educación.
Ese gesto de la institución local les permite llevar adelante la experiencia, como así también el apoyo que pueda seguir recibiendo desde toda institución comunitaria.
Primeras metas
En principio, Federico, definió a la permacultura como un sistema de diseño que busca que los asentamientos humanos existentes o los futuros, puedan vivir en ese lugar que están habitando, haciendo uso de un recurso que hay en su ambiente, pero sin dilapidarlo. De manera que puedan vivir de él las generaciones futuras.
Por eso eligieron a Bellocq para desarrollar una investigación, yendo en dirección opuesta a lo que propone el mundo de hoy, todo rápido, impersonal, insalubre y hasta con maltrato entre las personas.
Entonces observando cómo han hecho otras culturas para poder vivir durante tantos años y de manera saludable, encontraron que esos asentamientos cuidan la tierra, a las personas y comparten los frutos de la naturaleza.
Bellocq asomó entonces como la posibilidad de poder hacer “a escala humana” el trabajo que llevan adelante y que tras cuatro años ya les genera las primeras conclusiones, producto de haberse podido adaptar a un poblado que han podido conocer, como así también a la inversa, al saberse conocidos por los bellocquenses.
“Ahora cuando lleguemos a estas primeras metas vamos a haber trabajado con una generación entera de la escuela primaria o secundaria. El cambio es muy profundo, cambia la mentalidad de los pibes a la hora de pensar en cuidar al que tengo al lado”, destacó Federico en diálogo con LA VOZ DEL PUEBLO.
Reaccionar y pensar
Confiesa con entusiasmo que las primeras conclusiones llegan en la manera de reaccionar o pensar que los chicos de la localidad van adquiriendo a partir del trabajo que hacen junto a Laura y a un equipo ya formado de colegas.
“Lo que estamos haciendo recientemente es una experiencia de yoga y meditación en la escuela primaria. Cómo baja el nivel de violencia y aumenta el nivel de atención en los pibes en el aula, es un buen resultado. Las escuelas nos abren las puertas a la propuesta -que no es habitual- sin embargo nos dicen sí vengan, hagámoslo”, expresó Federico quien no demora en apuntar que se siente “recómodo” en Bellocq donde es feliz con Laura, mientras crían a Almendra.
En cuanto a la clase de yoga, aclaró que se trata de un proyecto que se desarrolla dentro de la escuela “y se hace con cada curso, una vez a la semana en horario de clases, no a contraturno”.
Arbolar el pueblo
También trabajan con adolescentes en un proyecto de arbolado urbano a través del Centro de Actividades Juveniles que coordinan, y que pertenece a un programa nacional que fue gestionado junto a la directora de la EES N°8 Extensión 2080, Adriana Canata. Contó que los chicos “están recontra comprometidos con la propuesta”.
Se les planteó arbolar el pueblo a partir de la necesidad de contar con leña, y sombra durante el verano. “Entienden que no es retrogrado usar leña, lo comprenden desde ahí”, subrayó.
El proyecto les permitió empezar a reconocer especies, a saber cuáles pueden ser colocadas en las veredas y cuales en terrenos más amplios, salimos a reconocerlas, a recolectar semillas, contó.
Su trabajo también se proyecta sobre la tercera edad. Mediante PAMI, en el Centro de Jubilados brindan talleres de memoria, se hacen otras actividades y además se incluye a los “pibes” para que hablen con los abuelos e intercambien. “Todo va fluyendo positivamente, nos sentimos muy respetados. Las propuestas son bienvenidas y funcionan”, confesó.
La rocket
En este contexto, y marcando el ejemplo de cómo se puede lograr un sistema alternativo de calefacción más económico y ecológico, construyó su estufa rocket.
Contó que tiene como característica principal el uso de poca leña para calefaccionar, y por eso se la llama de combustión completa, de manera tal que “con un palito, al aprovecharlo al 100 por ciento, no se necesita mucha leña. Yo uso entre uno y dos cajones de manzana de leña (ramas caídas) por día. Al quemar toda la madera y al conservar el calor en el banco térmico, el sistema termina utilizando muy poca leña”.
El ejemplo de la estufa, en realidad, resume un poco el espíritu por el cual guía su vida y la de su familia. “Las soluciones a la mayoría de los problemas, a las necesidades de la vida cotidiana, tienen que estar dadas desde distintos ámbitos. No reniego del gas. Está buenísimo llegar, encender la cocina y poner la pava. Pero también entiendo que no tiene que ser la única fuente de calefacción. He tenido más problemas para calefaccionarme en Buenos Aires que acá”, admitió aludiendo al principio de la permacultura, el cual sugiere que una necesidad básica debe tener varias formas de cubrirse.
Por eso concluye que es bueno tener leña, electricidad y gas para generar calor. Hasta recordó que en capital federal “de repente venía Metrogas y cortaba el gas porque había una pérdida en un departamento del edificio”. El gas no se volvía a instalar hasta que cada uno hiciera las reparaciones necesarias, y así fue como sumó dos, de los doce años que vivió allí, sin ese servicio. “No es porque sea ineficiente, ni caro. Creo que las necesidades básicas tienen que estar cubiertas por más de una fuente”, dijo apoyado en su recientemente construida estufa rocket que no arrebata el calor sino que al contrario lo libera de a poco, y con la sensación de no tener que privarle a nadie de un árbol para calefaccionarse.
Así transcurren los tiempos en que Federico y su familia apuestan a dejar una huella en la comunidad. El tiempo dirá entonces qué sucederá con la experiencia puesta en marcha “contemplando” a la persona que se tiene al lado.