Por Juan Berretta
El día de su debut en River le hizo dos goles a Racing. En apenas seis meses fue transferido a Real Madrid. En su primera temporada en España fue campeón. Más tarde se convirtió en ídolo del Betis. Desde el banco hizo realidad la utopía de que Huracán de Tres Arroyos jugara en Primera. Fue partícipe de la clasificación de Arabia Saudita al Mundial de Alemania. Jugó contra Maradona, almorzó con Santiago Bernabeu, se relacionó con los príncipes árabes…
Pero si el Chavo tiene que elegir “algo” de su carrera se queda con el banco de suplentes local del Roberto Bottino. Ese hueco, esos asientos, esos escalones, no tiene dudas, son su lugar en el mundo. “Ahí tengo un Dios aparte”, dice convencido.
Anzarda repasa su rica vida futbolística sin pausas, enumera logros admirables, se hace cargo de errores, admite frustraciones. Cuenta todo a mil. Los minutos pasan, la pava se enfría, y él sigue su relato con muchos detalles y muchos “boludo” -término que usa cada dos por tres no como un insulto sino como anticipo de un hecho raro o sorpresivo-.
La gloria con Huracán: el Chavo es levantado por Galván y uno de sus colaboradores luego de ganarle a Rafaela en 2004
Hasta que un recuerdo le toca sus fibras íntimas y se le humedecen los ojos. El reciente ascenso con Olimpo de la humilde segunda a la primera tresarroyense fue especial para él. “Yo me jugaba mucho, tenía mucho más por perder que por ganar. Era la primera vez que dirigía un equipo amateur, era una experiencia nueva, y tenía la presión de ascender. Fue muy duro para mí. El momento del ascenso fue muy emotivo (se emociona), porque se jugó en la cancha de Huracán, y me tocó estar en el banco en el que tuve tantas vivencias y logros tan lindos”, explica.
En Olimpo se sorprendió con la pasión del jugador amateur
“Esa definición con Agrario la jugamos en un lugar donde tengo un Dios especial. En Huracán es como que no puedo perder. En ese banco tengo un Dios aparte”, agrega. “Dirigí a Olimpo con la misma pasión que lo hice siempre, y lo disfruté muchísimo. Pero el que me marcó en Tres Arroyos fue Huracán”, aclara rápidamente. No lo hace para quedar bien, se nota, sino por el agradecimiento que tendrá siempre por lo que fue “mi mejor etapa en el fútbol”.
Palermo
Eduardo Aníbal Anzarda Alvarez nació el 25 de enero de 1950 en el barrio de Palermo, en la Capital Federal, muy cerca de la hoy glamorosa plaza Serrano. Se crió en una típica familia de clase de media trabajadora. Una mamá ama de casa y un papá mecánico con buenos pergaminos: “Era chapista de los hermanos Gálvez. Les hacía los auxilios a Juan y a Oscar, los acompañaba a las carreras. La verdad es que era un artesano”. Si bien él compartió algunas aventuras fierreras, su pasión era la pelota. “Yo era más feliz en el fútbol”, cuenta.
En River, el día que debutó, en la foto que disparó “El otro abrazo del alma”
El Chavo jugó al fútbol desde siempre. Primero en la calle, después en la calle y en el Club Villa Malcom. Y más tarde en River. Al club del que es hincha llegó gracias a una prueba que le consiguió un ex jugador que lo iba a ver jugar al baby en Villa Malcom.
Con 10 años, Anzarda se probó y quedó. Hizo todas las inferiores en Núñez, hasta que a los 19 años lo mandaron a préstamo a Unión para que agarrara ritmo de Primera. Después de la escala santafesina llegaría todo rápido para Eduardo. Volvió a River y se incorporó al plantel profesional. De la mano de Didí, en 1970 debutó contra Racing en Avellaneda.
El Chavo era enganche, “el típico 10”, pero el técnico le dio la camiseta 11 y lo puso de wing izquierdo porque se había lesionado el Pinino Mas, que era ídolo en Núñez. Esa tarde hizo los dos goles con los que River se impuso y ya nunca más cambiaría de posición.
Una figurita de la época, cuando llegó al Real Madrid
España
Cuando todavía no había podido digerir que había cumplido el sueño de jugar en la Primera de su River querido, el poderoso Real Madrid mandó un emisario para comprarlo. “Yo no lo podía creer. Es más, a la primera reunión que me dijeron que tenía que ir no fui porque pensé que era una joda de los muchachos más grandes”, cuenta. “José Luis López Patiño se llamaba el español que vino a comprarme. Y casi de un día para el otro me fui”, dice.
El primer sacudón lo tuvo al bajarse del avión: lo esperaban más de 30 periodistas… “No entendía nada, pero el tema era que yo era el que iba a reemplazar a Paco Gento, una gloria del Madrid que se retiraba”, recuerda y pone cara de sorpresa. Debutó en un amistoso contra un equipo húngaro y marcó un gol y su primer partido oficial fue contra el Betis, en una clara mueca del destino, porque sería en el conjunto de Sevilla que alcanzaría la consagración deportiva.
En Betis fue ídolo y ganó la Copa del Rey
En Madrid jugó dos años y obtuvo una Liga, y un cambio en la reglamentación de los jugadores extranjeros lo obligó a emigrar. Así llegó al Betis donde estuvo siete temporadas y se hizo querer. Con él como goleador y figura, los sevillanos ganaron en 1977 la Copa del Rey.
Anzarda no está en la foto del campeón: se lesionó la rodilla en el partido semifinal y no pudo disputar el choque definitorio contra el Athletic de Bilbao.
Es más, nunca pudo recuperarse al 100% del problema ligamentario y eso hizo que en 1980 regresara a la Argentina. Acá lo esperarían muy buenos tres años y medio en Platense, donde hizo 48 goles, y un olvidable pasó por All Boys.
El técnico
Las ganas de ser técnico el Chavo las tuvo siempre y su carrera en el banco la inició con un breve interinato en el club de Floresta apenas se retiró. Luego le llegó un ofrecimiento de Platense, al que en la temporada 1985/86 lo salvó del descenso.
Fue el inicio de una nutrida y variada trayectoria como DT, que incluyó clubes emblemáticos del ascenso porteño (Atlanta, Los Andes y Chacarita) e instituciones de cierto peso en el interior (Instituto de Córdoba, Atlético Tucumán y Gimnasia y Tiro de Salta). Mientras que el club que se le presentó en su camino como la Cenicienta terminó convirtiéndose en su tesoro más preciado.
Anzarda en su último festejo, cuando Olimpo le ganó a Agrario y obtuvo el ascenso
El ofrecimiento de dirigir Huracán de Tres Arroyos, recién ascendido a la B Nacional, le llegó de rebote. “Un empresario amigo le había hecho la propuesta a Pedro González, pero él no quería venir al interior. Entonces me lo ofreció a mí. Yo conocía a algunos jugadores porque los había tenido en otros equipos y vine a hablar con los dirigentes”, recuerda.
“En esa época no había tanta información ni se televisaban tantos partidos, así que les pedí hacer una práctica para ver con qué material contaba. Me acuerdo como si fuera hoy: jugamos con Villa Mitre en la cancha de El Nacional. Perdimos, pero quedé muy conforme. Entonces les dije a los directivos que necesitaba cuatro o cinco jugadores nada más, que la base estaba. Después de esa charla me contrataron”, repasa.
A la hora de elegir “algo” se queda con el banco de suplentes local del Bottino donde tantas alegrías vivió con Huracán y también alcanzó el ascenso con el Aurinegro
Le costó el primer año en Tres Arroyos al Chavo. “Más que nada por el clima”, cuenta. “El trato con los dirigentes siempre fue muy bueno, y lo mismo con la gente”, agrega. En los primeros 12 meses le fue dando un perfil profesional al club amateur que se había encontrado. “No teníamos lavandería, por ejemplo. Los chicos se llevaban la ropa a la casa para lavarla. Eso no podía ser. Tampoco teníamos lugares de entrenamiento, porque todavía no estaba el predio de la ruta 228. Es decir, me faltaba estructura. Y los viajes cada 15 días también eran un tema… Me acuerdo que justo la empresa Plusmar estaba arrancando, e hicimos un buen convenio con ellos. Yo llamaba a la dueña para decirle que nos mandara siempre los colectivos nuevos para tener más comodidad”, relata.
“Pero sabés qué fue siempre lo mejor: que los chicos, el grupo, siempre tiró parejo, todos estaban bien predispuestos, hasta los que no jugaban iban contentos a entrenar. Una vez por semana nos juntábamos a comer un asado y la pasábamos muy bien. Ese era un plantel de oro”, asegura.
El Chavo está convencido de que Huracán marcó un antes y un después en el futbol argentino moderno. “Hasta ahí, el sur no existía. Nosotros demostramos que con buenos jugadores se puede armar un buen equipo en cualquier lado y trascender. Porque el fútbol es el mismo”, dice.
Aunque también aclara que ese proceso desarrollado en el Globo hoy hubiera sido imposible de llevar a cabo: “Ahora con toda la información que hay, ven que tenés buen material y te desarman el plantel enseguida. Es más, varios de aquellos jugadores hoy estarían jugando en clubes de primera”.
Junto a Gabriel Calderón, en Arabia Saudita
El ayudante
A fines de 2004, con un Huracán que no podía hacer pie en la A, el Chavo decidió decirle que sí a la propuesta de su amigo Gabriel Calderón. “A él lo contrató Arabia Saudita para jugar las eliminatorias para el Mundial de Alemania. Y mi sueño era estar en un Mundial. Así que acepté”, indica.
En una experiencia muy fuerte desde lo personal, porque se tuvo que mudar a Riad, a casi 13.500 kilómetros de Argentina, el hombre acostumbrado a los bares porteños y a los asados tresarroyenses, empezó a convivir con las típicas túnicas blancas, el lujo de los príncipes árabes y una cultura demasiado diferente.
“Estábamos tranquilos allá, pero no era fácil la vida. Se extraña mucho todo”, dice. La ilusión deportiva quedó trunca, porque si bien lograron clasificar al Mundial al seleccionado árabe, una pelea entre Calderón y un príncipe los dejó sin Alemania 2006.
El abrazo con Maradona en el hall de uno de los estadios árabes. Anzarda enfrentó como jugador a Diego, fue en un Platense – Argentinos en 1980, la tarde en que el 10 usara por última vez la camiseta del conjunto de la Paternal
La dupla técnica, meses después, dirigiría a los dos equipos más importantes de Arabia: Al Ittihad y luego Al Hilal. Hasta que a Calderón le ofrecieron la selección de Oman y Eduardo entendió que era hora de volver a Tres Arroyos donde había dejado a su mujer Marisa y al pequeño Fermín, la nueva familia que había conformado en estas tierras.
El Chavo volvería a armar las valijas en 2014, cuando Calderón fue contratado por un Betis que venía en caída libre en la Liga española. “No pudimos torcer el rumbo y terminamos descendiendo, y no nos renovaron el contrato”, cuenta.
En el Olimpo
Tras dos años sin participar activamente del fútbol, llegaría el desafío de hacerse cargo de Olimpo. “Ha sido una experiencia muy rara porque siempre había estado en el profesionalismo. Pero me encontré con chicos que tienen la ilusión por jugar, que les gusta el fútbol, y que hacen un sacrificio mucho mayor que un profesional que se dedica sólo a entrenar. Fue una experiencia muy bonita, muy tensa al final. Y sobre todo un año de un gran aprendizaje para mí”, aclara.
En su época de jugador, en el Betis
El Chavo cuenta las particularidades con que se encontró en la segunda tresarroyense y asegura: “El ascenso lo disfruté como una cosa máxima, como si hubiera sido un torneo profesional. Si no lo hubiéramos logrado, para mi hubiese sido un fracaso”.
Dice que todavía no ha pensado qué hará en 2018. Aunque sí tiene claro que le resultaría muy raro enfrentar a Huracán. “Los años que viví acá en Tres Arroyos con Huracán fueron lo máximo para mí”, dice cuando el escenario de la charla ya no es la cocina de su casa sino el césped del Bottino.
El lugar elegido para hacer la foto no podía ser otro que el banco de suplentes local. Ese donde tantas alegrías vivió como técnico del Globo. Ese que pidió ocupar ni bien se enteró que el partido definitorio del torneo de Segunda se iba a jugar en Huracán. Ese que hizo ocupar por la utilería de Olimpo un par de horas antes de que empiece el duelo para que no se lo agarraran los de Agrario. Ese desde donde observó el nuevo ascenso. Ese en el que dice tener un Dios aparte.
El nacimiento del apodo
A Eduardo Anzarda, el apodo de “El Chavo” se lo puso el futbolista Jorge Guyón, cuando jugaron juntos en Platense, en el arranque de la década del ’80. “Una vez viajamos a Córdoba a jugar un partido y yo llevé un gorro parecido al del ‘Chavo del ocho’, el del programa mexicano, que yo como venía de España no conocía, y a Guyón se le ocurrió empezar a decirme así. Y así me quedó”, cuenta el técnico.