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Luces y reflejos

La casona de Hipólito Yrigoyen 468 posee un particular encanto. Independientemente de que alguien haya tenido la oportunidad de haber desarrollado alguna de las actividades culturales que son parte esencial de ese lugar, el estilo señorial que la caracteriza con su toque ibérico por fuera y su ambiente de principios del siglo XX -o tal vez anterior- por dentro está exquisitamente complementado con elementos únicos heredados del viejo y majestuoso Teatro Español. 

Los espejos de gruesos cristales biselados, con sus ornamentos y pinturas que recuerdan el neoclásico y el barroco español colman la galería central y varias salas de esa casona que se convirtió en el epicentro de las actividades cuando el edificio del 200 de la cuadra del Colón pasó a ser un baldío, triste para recordar y aún hoy, difícil de olvidar. 
Y las arañas que engalanaban precisamente aquel lugar pasaron a formar parte de este nuevo club. Salvo una, la más grande, que no pudo ser colgada porque la estructura de los techos no soportaba el peso de semejante joya, devenida en reliquia del arte broncero español. 

Luces y reflejos para un espacio que vio pasar, reír, cantar, bailar a generaciones de hombres y mujeres, muchos de los cuales hasta conocieron a quienes serían los compañeros de sus vidas pintando decorados, pegando lentejuelas entre castañuelas, zambas y alguna que otra jota que los coros de los grandes y los chicos ensamblaban con algún clásico judío o uno que otro negro spiritual -por qué no- en algún ensayo más. 

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