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Hace 50 años era asesinado Luther King

Por María Cristina García 


Escribo para darme cuenta de lo que estoy pensando, de lo que estoy mirando, lo que veo y lo que significa. Lo que quiero y lo que temo (Joan Didion)  

Sentí respeto, respeto por el pasado doloroso, por ese Siglo XX, que no fue corto para Alemania, fue largo en lágrimas, en culpas y en perdón. Sentí el culto a la memoria histórica una y otra vez. 

Berlín, no es sin memoria. 
Era mi primer día allí, caminaba con una pareja de tucumanos, otros madrileños, algún mexicano, guiados por una catalana, que se enamoró de Berlín hace más de un lustro. 
Y descubriendo esos detalles dolorosos que dejó la guerra… también conocíamos otras vivencias que nos llevaban a la curiosidad… al asombro, a la emoción, o a simples anécdotas de grandes hombres. Y en este caso quiero referirme a Martin Luther King. 
Una placa de su visita a Berlín (el 13 de setiembre de 1964), era el testimonio del comentario de Manuela, nuestra guía: “Esta iglesia Marienkirche visitó Martin Luther King en 1964, quien al no poder acreditar su identidad, por no tener consigo el pasaporte, al cruzar el Checkpoint Charlie, mostró su tarjeta American Express y las autoridades comunistas, le permitieron el cruce en una situación poco clara”
“Mi interés por la historia, especialmente cuando viajo, completa como siguió esa histórica visita: La charla cotidiana de ese día a fines del verano de 1964 fue de una aparición inminente nada menos que del mundialmente famoso pastor y activista social Martin Luther King. En la calle se decía que cruzaría el Checkpoint Charlie esa noche para dar un sermón en Berlín Este. Escuchando estaciones de radio prohibidas de Berlín Occidental como RIAS y SFB, muchos ya sabían que estaba visitando la parte “libre” de la ciudad.
Invitado por su carismático alcalde Willy Brandt, esa mañana habló ante una audiencia de 20.000 personas en el Waldbühne y visitó el barrio de Kreuzberg para observar los agujeros de bala en el frente de una casa donde las guardias fronterizas de Alemania Oriental habían disparado y herido horas antes. Un joven llamado Michael Meyer, que intentaba huir. Pero un viaje al otro lado del Muro no estaba en una agenda oficial, ni en el este de Berlín. 
De alguna manera, sin embargo, las noticias se filtraron. “Nadie tenía teléfono, pero el rumor se extendió como un reguero de pólvora”, dice Irmtraut Streit. Al anochecer, 2000 personas nos habíamos congregado expectantes en la iglesia Marienkirche (Santa Maria) de Karl-Liebknecht-Straße, de Berlin Este (Mitte). 

Seguimos viendo muros que dividen a los hombres, sepultando esa ilusión que tuvimos un 9 de noviembre de 1989, cuando la puerta de Brandeburgo se vistió de fiesta 

Las autoridades de Alemania del Este, tal vez pueden haber esperado que su aparición les ayudaría ideológicamente. King nunca había sido una voz anticomunista, lo que llevó a algunos a sospechar que era blando con el comunismo y susceptible de ser explotado o engañado. Sin duda, a los propagandistas comunistas les gustaba explotar la deprimente historia de relaciones raciales de los Estados Unidos. 
Para la Unión Soviética, este racismo era ideal para argumentar que el capitalismo democrático no era de ninguna manera superior al comunismo; por el contrario, insistió Moscú, el sistema estadounidense era moralmente inferior. 
En el discurso que dio King en Berlin se abstuvo de pasar revista a las injusticias que sometían a quienes vivían al este del Telón de Acero, o “la cortina de hierro”. 

Martin Luther King ganó el Premio Nobel de la Paz a los 39 años de edad. Su muerte, en 1968, conmovió al mundo

Al mismo tiempo, puso a Berlín como “símbolo de las divisiones entre los habitantes de la faz de la Tierra”, e incidió en que la reconciliación era la voluntad de Dios. Hizo comparaciones implícitas entre el sufrimiento de la segregación en América y el sufrimiento del Berlín segregado. 
Comenzó su intervención destacando el vínculo con su audiencia alemana, poniendo de relieve que sus padres le habían puesto el nombre en honor del legendario reformista alemán. “Estoy encantado de traeros recuerdos de vuestros hermanos y hermanas cristianos del Berlín occidental”, comenzó. “Desde luego, os traigo saludos de vuestros hermanos y hermanas cristianos de Estados Unidos. Todos somos uno en Jesucristo, no hay oriente ni occidente, norte ni sur”. 
Esa introducción marcó el tono de la intervención. El reverendo había acudido a trasladar, antes que nada, un mensaje cristiano. Después de todo, se trataba de un sermón. King hizo dos alusiones al Muro, levantado apenas tres años antes. 
“Porque en cualquiera de los lados del Muro están los hijos de Dios, y ninguna barrera construida por el hombre puede borrar ese hecho”, dijo en un momento dado. 
Y luego: “Donde la reconciliación tenga lugar, donde los hombres ”derriben los muros de hostilidad que les separan” de sus hermanos, Cristo seguirá oficiando su ministerio”. Se trataba de la afirmación de la dignidad inherente reconocida por Dios a todos los seres humanos, con independencia de que el comunismo desmintiera esa dignidad, desmintiera a Dios o negara la libertad de movimientos del bloque Oriental al lado Occidental. 
Cuando King concluyó sus comentarios, el coro de la iglesia cantó “Go Down, Moses”, que termina con la exhortación “Deja ir a mi pueblo”. Esta interpretación, fue la culminación de las alusiones de King a los judíos antiguos. dejando el “Egipto de la esclavitud” por el “desierto” y finalmente la “tierra prometida”. No puedo decir si King tuvo un papel en la selección de ese himno, pero fue un final bellamente apropiado para un discurso notable que de alguna manera se ha deslizado a través de las grietas del tiempo. Recordé otra mañana de abril (también otoño) de 1968, en el patio del colegio, donde yo cursaba mi último año de secundaria. 
Nos enterábamos del asesinato de Martin Luther King, el premio Nobel de la Paz en 1964. Martin Luther King Jr. fue asesinado en el balcón del Hotel Lorraine, en Memphis (Tennesse), el 4 de abril de 1968. El culpable fue un “negro” de nombre James Earl Ray (alías el pillo), con antecedentes penales.

“Donde la reconciliación tenga lugar, donde los hombres ”derriben los muros de hostilidad que les separan” de sus hermanos, Cristo seguirá oficiando su ministerio” 

Igualdad y Libertad 
De la mano de Mabel, una profesora de Historia que sabía la riqueza que encontrábamos en el aprendizaje de los sucesos contemporáneos, de trabajar textos periodísticos, comprendimos el significado de ese magnicidio. Entonces aprendí quien había sido Martin Luther King. 
Habia nacido en Atlanta el 15 de enero de 1929, y dedicó su vida a predicar la no violencia, basada en la metodología que utilizaba Mohandas “Mahatma” Gandhi en la India, cuya lucha culminó con la independencia de ese país del Reino Unido, en 1947. 
Su famoso discurso, llamado “I have a dream” (yo tengo un sueño), en el que impulsaba la igualdad y la libertad de todos los estadounidenses, fue pronunciado frente al monumento a Abraham Lincoln, en agosto de 1963. 
Un año después, cuando tenía 39 años, se convirtió en el dirigente más joven que ganó el Premio Nobel de la Paz. King logró que en los estados sureños se abolieran algunas leyes discriminatorias de los negros, pero sin embargo no consiguió que los afroamericanos tuvieran plena igualdad. 
Por esa lucha sin tregua, su muerte conmovió al mundo y nosotras escuchábamos por vez primera esa palabra que siempre significa violencia política: magnicidio.  

Aprendizaje
Es 4 de abril del 2018, cincuenta años pasaron y aquella “sinfonía de hermandad” racial que pregonaba Martín Luther King aún está pendiente de concretarse no sólo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. El drama de los refugiados lo muestra todos los días. 
Según un informe de ACNUR, hay más de 60.000 personas desplazadas forzosamente en todo el planeta. Seguimos viendo muros que dividen a los hombres, sepultando esa ilusión que tuvimos un 9 de noviembre de 1989, cuando la puerta de Brandeburgo se vistió de fiesta. Mirando hacia atrás, dice Imtraut Streit (una testigo de los dos sucesos, esa tarde con Luther King en el Mitte y el 9 de noviembre de 1989), “todavía me sorprende que no se haya derramado ni una gota de sangre. El derrocamiento de Alemania Oriental fue una revolución muy en el espíritu de Martin Luther King”. 
Alemania aprendió de la historia, EE.UU. tiene múltiples asignaturas pendientes. Hoy escribo para no olvidar, porque la memoria se desvanece, la memoria se ajusta y se conforma a lo que pensamos que recordamos. Hoy mis recuerdos visitaron con gratitud, un patio del colegio de las hermanas lleno de aprendizajes (1968) y una calle rebosante de historia del Mitte en Berlín (2016). 

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