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Entrenó su fuerza de voluntad y ganó

Pablo Heim nació varias veces. Nació una y otra vez en sus sueños, en su delirio, en su coma farmacológico. “La gente te pregunta qué se siente estar en coma o muerto”, cuenta a LA VOZ DEL PUEBLO y recuerda: “Armo la historia con cosas sueltas del día antes del accidente y lo que pasó después. Lo armo con lo que me cuentan”. 

Se vio en una habitación de sábanas y paredes blancas que tenía un ventanal gigante, detrás de él un parque maravilloso, una hermosa laguna y el sol radiante que ingresaba a través de los enormes vidrios. Dos mujeres de blanco aparecían recortadas por la luz que emanaba de la ventana y le decían: “Bueno Pablo, es la hora de trabajar”. 
Se levantaba de su lecho blanco y al apoyar sus pies sobre el piso todo volvía a repetirse, la misma escena una y otra vez. “Antes de despertarme recuerdo que les decía: “¡Pará, cuántas horas querés que trabaje!”. Hasta que un día sin que se diera cuenta despertó.
Pablo tiene 38 años y a los 24 se accidentó en una moto que conducía. 
Es el mayor de cuatro hermanos, nació en Coronel Dorrego, pero cuando tenía un año se radicó con su familia en Tres Arroyos. Fue unos meses al Colegio Holandés -no siguió porque le costó adaptarse-, luego a la Escuela N°8 y el secundario lo hizo en el Colegio Industrial, la Escuela Media y el ex Colegio Nacional, fue una etapa de rebeldía que lo hizo saltar de institución en institución. 

Pablo hoy tiene 38 años y sabe que a los 24 volvió a nacer

La fatalidad lo sorprendió trabajando, algo que hace desde que tiene 14 años. Comenzó con su tío electricista del que aprendió ese oficio así como la albañilería. El primer trabajo formal fue de cadete en la Farmacia Gonzáles, después hizo de mensajero, se desempeñó en una estación de servicio de la ruta 228 durante cinco años, también en una casa de deportes, hasta que tuvo el accidente. 
Dos años después de aquella experiencia traumática comenzó a trabajar en el Bingo.
El derrotero que vivió le enseñó más acerca de la vida y sus dolores que el propio transitar por ella. 
Médicos, enfermeras, ambulancia, tubos, frío, pus, infección, escaras, clavos, tornillos, hospitales.
Los fines de semana -durante 2004- trabajó en un restaurante junto a un amigo, como aquel 8 de julio en el que decidió dar una vuelta en la moto que tanto le había costado tener al finalizar su jornada laboral. 
“El auto -que todavía tengo- lo compré con el trabajo de la estación de servicio y, como me encantan las motos me compré una de enduro que estaba fundida y estuve un año armándola, comprando las partes. La había dejado flamante, di un par de vueltas, aunque la disfruté bastante poco. Ese día había mandado a pintar el casco para personalizarlo. Por eso esa madrugada no lo tenía”, relata. 
Pablo estaba de estreno esa noche, se había comprado toda ropa nueva -un jean, un sweater, una camisa- paseó y pasó por algunos lugares donde solía frecuentar con sus amigos y luego partió -no recuerda bien hacia dónde-. Transitó por la calle Chacabuco hasta llegar a Rivadavia frente a la Estación de Servicio.
“Había muchos autos estacionados sobre el playón de la estación porque se guardaban ahí, la niebla confundía la visión, los semáforos ya estaban en amarillo, me preparé para cruzar porque creí que no venía nadie”. 
Sin embargo una camioneta transitaba al mismo tiempo que él por la avenida Rivadavia. Chocan, Pablo vuela por encima del vehículo y cae a mitad de la calzada, cerca de la rambla.
La pierna izquierda le quedó girada y con fractura de fémur expuesta, el brazo sufrió fractura de cúbito y radio, quedó boca arriba… Los ojos abiertos y convulsionando en el piso, “yo no me acuerdo de nada, pero un amigo que presenció el accidente no se olvida más”, revela. 
La consecuencia de no llevar casco fue una triple fractura craneal y dos coágulos en la cabeza por el impacto. Estuvo siete días en coma en Bahía Blanca, las primeras atenciones se las brindó el Hospital Pirovano para estabilizarlo, algo que logró el doctor Adrián Laborde. 
Mientras tanto la búsqueda de una cama en un centro de mayor complejidad lo llevó -sin que él supiera nada de esto- a la Clínica del doctor Matera donde quedó internado.
El accidente fue a las tres de la mañana y cerca de las nueve del día siguiente pudieron trasladarlo, él en la ambulancia y la familia detrás rezando todo el camino para que logre llegar.

La internación 
En Bahía Blanca estuvo internado por 45 días, incluso el de su cumpleaños que es el 30 de agosto. “Me perdí todos los partidos de Huracán que por aquel entonces había ascendido a Primera División y junto a mis amigos lo seguíamos a todas partes. El partido con Boca que fue en Tres Arroyos lo miré por la tele internado en Buenos Aires”, recuerda. 
La prioridad médica fue operar su mano por las arterias que podrían comprometerse y luego una sola operación más para sacar los coágulos de su cabeza. Mientras tanto la familia recibía día a día los partes en los que les decían que podía tener secuelas graves porque no se sabía cómo iba a evolucionar. 
Estuvo en coma farmacológico siete días e inconsciente diez. “Me desperté en una cama que no era la mía y no sabía ni dónde estaba. La primera persona que vi fue a mi abuela, mi mamá justo estaba trabajando en Bariloche y todavía no había llegado”. 
Pablo vivía con sus abuelos y fue muy duro para ellos todo ese proceso que compartieron junto a sus tías y su mamá. También el papá, a quien había conocido cuatro años antes, lo acompañó en esas circunstancias. “Imagino el sufrimiento de la gente que me rodeó esos días de los que no recuerdo nada”. 
Una vez que estuvo bien la siguiente operación que tocaba era en la pierna, pero una neumonía retrasó la intervención. Cuando finalmente la realizaron, le colocaron tornillos por afuera del fémur. 
En ese momento del relato, Pablo saca de una caja y pone sobre la mesa de su casa una bolsa con más de 20 piezas metálicas y varillas gruesas que tuvo por mucho tiempo en su cuerpo. Allí están como testigos de sus padecimientos. 
Al mes de la operación tuvo una infección que tomó el hueso, algo que se produce en el 99% de las fracturas expuestas. En Bahía Blanca comenzó a tratarlo un infectólogo de la misma clínica con diferentes medicamentos, pero la infección no cedió por más de un año. 
Mientras, Pablo siguió con los tornillos a cuestas. Ya era inmune a dos de los cuatro medicamentos que combatían la infección, además se hizo alérgico a otros medicamentos como los protectores gástricos. Se movía en muletas y ambulancia.
Una enfermera le sugirió ir a Buenos Aires a otro centro especializado porque la infección no cedía y los médicos en Bahía Blanca mencionaron la posibilidad de cortarle la pierna. “Para mí fue terrible, hacía deportes, jugaba al futbol y con 24 años eso era peor que morirme”, reflexiona. 
Así es que se trasladó al Hospital Naval de Buenos Aires donde lo atendieron 15 especialistas que analizaron el caso y dieron un pronóstico más alentador. Le sacaron los clavos y tornillos, diez meses de medicación estricta y así lograron terminar con la infección.
Eso llevó otro año más. “No recuerdo si volví a caminar al año y medio o a los dos años del accidente”, cuenta dejando al desnudo que tanto padecimiento le borroneó ciertos datos.   

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