Entrar en La Casona es como meterse en el túnel del tiempo, el Tres Arroyos de grandes propiedades familiares, el de las casa chorizo. Sus pisos de pinotea, en algunos lugares con mosaicos que sólo se pueden ver cuando se mantiene un patrimonio cultural.
Esto fue algo que los integrantes de la comisión de la Biblioteca José Ingenieros, encabezados por Juan De la Penna y Sergio Digiácomo -entre los principales- fueron los promotores de esta empresa en el año 1999. Con el tiempo la fueron aggiornando y recuperando constructivamente, pero siempre manteniendo en gran parte los encantos que rodean a este lugar en la cultura de nuestra ciudad.
Fabricio Torres, presidente de la comisión directiva, y Daniel Sáez, gran colaborador de este lugar, se hicieron un momento para contarle a LA VOZ DEL PUEBLO su historia y la realidad de estos dos lugares hermanados, a pesar de convivir en espacios físicos diferentes: la Biblioteca José Ingenieros en Bolívar 132, La Casona en avenida Rivadavia 641.
Historia particular
Fabricio es quien abre la charla contando un poco la historia porque “La Casona es hoy un centro cultural, pero antiguamente fue una casa de la familia Perusín. Ellos fueron los fundadores de la Biblioteca José Ingenieros, en 1932. Después tiene un parate enorme, del 50 al 90′, cuando la reabren Juan de la Penna, Sergio Digiácomo y gran elenco. La reviven como si hubiera recibido un RCP.
Tiempo después, casi en los fines de los noventa se enteran de que esta casona estaba a punto de venderse -para un proyecto inmobiliario- y se contactan con los herederos familiares. Esa comisión consiguió hacerlo con cada uno, a los que les compraron la propiedad, inclusive a uno de los herederos que vivía en Estados Unidos.
Fabricio Torres y Daniel Sáez en el patio de La Casona
A partir de allí es patrimonio de la biblioteca y poco después restauran todo esto, contando con la colaboración de los socios y miembros de esa comisión sumados a otras personas. En ese tiempo cierran todo el corredor de esta casa chorizo transformándolo en un interior.
Para Juan de la Penna esta casa tiene gran significado por haber compartido gran parte de su infancia con los hijos de los Perusín. Había muchos chicos del barrio a los que se contenía en este lugar, así como a artistas que andaban por la zona como la cantante Mercedes Simón y el guitarrista Abel Fleury, entre otros.
Hasta Castagnino acá pintó un cuadro que después ganó una bienal. Estamos hablando de cosas que quizás muchos tresarroyenses ignoran, como que también la blblioteca y La Casona son una misma cosa. A pesar de tener diferentes espacios es de un mismo tronco. Todo está bajo la órbita de la comisión de la Biblioteca Ingenieros”.
Dura realidad
La realidad de esta institución y cuando nos referimos a ella son ambas -la Biblioteca Ingenieros y La Casona- es que al ser barrial sienten que “para este modelo económico no garpa a este tipo de lugares. Los clubes, las bibliotecas populares e instituciones barriales poco le interesan”, dice Fabricio Torres.
La actualidad económica es más que complicada, en muchos casos “estamos como una pareja de jubilados, contando los billetitos para llegar a fin de mes. Y al ser un montón de personas los integrantes de la comisión podemos sostenerla con mucho trabajo físico gratuito”.
La forma de mantenimiento de ambas instituciones proviene en su gran mayoría, “casi el 60 por ciento”, de la cuota social. Y también lo que se genera en La Casona por eventos o espectáculos, sumado a lo de los talleristas una parte y el treinta por ciento de subsidios nacionales, provinciales y municipales.
“Más de la mitad de nuestro ‘combustible’ proviene de la cuota de socio, de la gente que saca libros. Así estamos económicamente, culturalmente estamos bien pero la gente no puede salir a ver los espectáculos que quisiera. Un show al que hoy vienen doce personas, en 2012-2014 venían cincuenta, sesenta. Esto de la economía hace que se deje de lado un poco la cultura”.
Cambiar el paradigma
Tanto Fabricio Torres como Daniel Sáez consideran que es muy difícil a veces traer espectáculos. No sólo por los costos sino también por la informalidad del público que concurre a La Casona.
Este lugar fue siempre “de puertas abiertas” como ellos dicen, y esto ha hecho más que difícil poder cumplir con los horarios de anuncio de un show. “Algo que poco a pocos hemos tratado de corregir”, dice Daniel Sáez.
También se plantea que la gente quizás desconoce que todos los que “trabajan” en La Casona son integrantes de la comisión que en muchos casos le restan a su propia vida momentos para dedicárselos a este lugar.
También se plantea que la gente quizás desconoce que todos los que “trabajan” en La Casona son integrantes de la comisión que en muchos casos le restan a su propia vida momentos para dedicárselos a este lugar.
Como comenta Fabricio: “Hay quienes estuvieron acostumbrados a que en La Casona no se pague una entrada porque antes no se hacía o que se respeten determinados horarios, como el de cierre, porque quienes laburan lo hacen ad honorem”.
O como ha ocurrido con diferentes espectáculos que “se quejan del valor de la entrada acá -como cuando vino Arbolito- y van a otro lugar y lo pagan sin decir nada. En otro lugar Arbolito arranca a las 22 y van todos y acá llegan una hora más tarde”, agrega Daniel.
“Estamos todo el tiempo tratando de quebrar entre lo cultural y lo comercial y los paradigmas que rodean desde hace tiempo en este lugar”, dice Fabricio.
“Estamos todo el tiempo tratando de quebrar entre lo cultural y lo comercial y los paradigmas que rodean desde hace tiempo en este lugar”, dice Fabricio.
Mantener ambos lugares les insume casi cien mil pesos mensuales, los que incluyen cargas sociales y sueldos de las empleadas de la biblioteca. Algo que hoy por hoy les es difícil llevar adelante a pesar de la garra y el corazón que todos los integrantes de la actual comisión y colaboradores, como Daniel Sáez, le aportan al lugar.
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Un logo más que representativo
Viendo la imagen que está en la entrada y por un vaso que nos alcanza Fabricio Torres, cuenta: “Este logo lo diseñé hace un tiempo. La flor es una estrella comunista, los Perusín recibían mucha correspondencia de la Unión Soviética. Estaban repolitizados por pertenecer al PC, de hecho todas las bibliotecas José Ingenieros fueron fundadas por el Partido Comunista. En cuanto al colibrí es la única ave que se puede mantener en un mismo lugar volando. Es una connotación de la reflexión que te proporciona la lectura y se está alejando a polinizar. Que es lo que hacen las bibliotecas, polinizar conocimientos. La flor sería la biblioteca y el colibrí el socio”, una significación más que representativa para este icónico lugar.
Compromiso y sentimiento
Al preguntarle a Fabricio cómo se siente esto, señala que “es algo sanguíneo. La gran mayoría de la gente no sabe que esto es una biblioteca, algo que ni siquiera los músicos que vienen lo saben. Como decir que la cancha de básquet y la pileta de Costa Sud son lo mismo, en ese caso se identifican por el nombre. Acá lo que muchas veces duele es el desconocimiento de la gente sobre que ambas cosas -La Casona y la Biblioteca Ingenieros- son una sola. Si la gente se diera realmente cuenta tendríamos muchos más socios. Conociendo la historia del lugar te enamorás de esto, aquí estuvieron Castagnino, Fleury, Mercedes Simone y tantos otros que seguramente han enriquecido este lugar”.