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MIÉRCOLES 16.10.2024
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Lindo haberlo vivido para poderlo contar

Por Esteban Ernesto Marranghello

135 años comprenden un espacio de tiempo que en su desenvolvimiento permite que pueda definirse una identidad propia de cualquier comunidad. Por eso Tres Arroyos, con un nuevo cumpleaños, que no escapa a las generalidades del acontecimiento, muestra la suya, ante propios y extraños, sin agregar o quitar nada a la realidad de su historia. 

Soy un consecuente residente, nacido en estos lares y participante de sus diferentes etapas por 85 años, conviviendo con su historia y con su gente de manera directa y participando en las mismas con la intensidad que privilegiadamente me otorgó mi vocacional profesión periodística. 
No se puede condensar en una nota semejante caudal de experiencia, solamente reflejar algo de lo vivido como espectador privilegiado, compartiendo etapas y fundamentalmente, vida y acción, con muchos de aquellos que forjaron con su participación la creación de las posibilidades de que Tres Arroyos muestre hoy su dinámica de vida en la geografía bonaerense, en todos los sectores progresistas de su vida comunitaria, social, económica, educacional, cultural y de concreciones positivas en la creatividad que impulsan las actividades dinámicas y de su cotidiano desenvolvimiento plural. 
Historia rica en acontecimientos felices y de los otros, como eco de la vida misma, que no puede negar sus éxitos o sus fracasos, sus risas o sus lágrima, que conjugan sus experiencias humanas, su impronta colectiva, enriquecida con la pluralidad de integrantes de la más diversa procedencia que nutrió su desenvolvimiento con éxito humano, laboral, con acción y conductas educativas de calidad, esfuerzo sin desmayos y solidaridad siempre presente, fue capaz de enfrentar con decisión los desafíos del pasado y elaborar las bases del futuro. 
Con este bagaje de éxitos y fracasos, de dificultades y logros, de alegrías y desencantos, construyó desde el corazón de la Pampa Húmeda un presencia de importancia material y espiritual, que enorgullece a todos los que vivieron y forjaron aquí su vida y proyectaron en la prolongación de sus descendientes, el legítimo orgullo de lo logrado y la sincera alegría de haber pertenecido y seguir perteneciendo a Tres Arroyos, con el aporte de propios y extraños que quieran o pretendan compartir su derrotero y acompañar positivamente con éxito, enfrentando los acontecimientos que comprometan este destino, con decisión superadora, humana y espiritual. 
La historia tiene facetas diversas para abordar su cometido debido a lo complejo en su compromiso de analizar hechos y conductas, insertados en los tiempos que ocurrieron: acontecimientos, episodios, fechas, resultados e implicancia de los mismos en la vida de las comunidades y quienes la habitaron con la impronta analógica de sus aconteceres.
A mí me gustaría en esta oportunidad tratar de recordar, no lo puntual, sino el entorno que rodeaba a la sociedad en años de construcción, no literal, solamente comunitaria. 

El bar de La Catalana, un clásico que fue punto de reunión en muchas épocas

Un Tres Arroyos lejos de la urbe actual, con casas simples, bajas en su mayoría y donde de cualquier lugar se veía el cielo con sólo levantar la vista.
Apenas una ciudad en evolución, que recién comenzaba a erigir estructuras edilicias importantes en el centro, desde donde se proyectaban cuatro avenidas principales sobre las que convergían las calles de tierra, que tenían en sus esquinas pasos de piedra para evitar embarrarse después de las lluvias. Por esas calles transitaban carros y “jardineras” que llevaban a los domicilios los productos de consumo diario: panadero, lechero, verdulero.
Era tan marcada la rutina que los proveedores iban por la vereda con las canastas o los tarros, y los caballos solos, acompañaban por la calle sin necesidad de conducción. Integraban el combo las carnicerías barriales.
En cada esquina emblemática de la ciudad, por la mañana temprano se abrían los almacenes de barrio que vendían al contado, poco, y con libreta a pagar a fin de mes, la mayoría. 
En muchos de ellos se adosaba un “boliche” para el consumo de las ginebras tempraneras, mientras en el patio trasero se desperezaba una cancha de bochas, también con oportunidad de sede para “la taba”, con la solitaria presencia del perro familiar.
Por las mismas calles circulaban las bicicletas, hasta alcanzar el empedrado que llevaría a los obreros de la fábrica Istilart, emblema de la industria local, con alcance y proyección nacional, posteriormente se instalarían Rossi Hnos y Eima. 
Con el correr de los años otro hito de la economía local, grandes almacenes “El ABC” que abastecería con multiplicidad de productos una amplia región de la provincia. Se agregarían “El Nacional” y “La Buena Vista”. Empresas nacionales se radicaron por la importancia económica de Tres Arroyos: Gath y Chaves, Aduriz, Arteta.
Asimismo, Molinos Río de La Plata, cooperativas de servicios al agro, acopiadores, barracas y la actividad del frigorífico “Anselmo”.
Importantes constructoras: Pagano, Rampoldi, Zurita. Una relevante actividad de producción hortícola y apícola.
Valioso aporte del ferrocarril, telégrafo, correo, este último colocaba “buzones”, en esquinas de la ciudad para facilitar la comunicación epistolar, que hoy ya no existen.
Una cultura que sumaba aportes en bibliotecas como la “Sarmiento” y “José Ingenieros”, con otras entidades públicas y privadas. 
El deporte en clubes que permitían, con buenas instalaciones, una actividad relevante con función social.
Una educación esmerada y de excelencia en los niveles primario y secundario.
Un periodismo vigente desde sus primeros tiempos, que tuvo epicentro posterior en los diarios “La Hora” y “La Voz del Pueblo”. 
Dos cines y un teatro, sedes sensibles de proyección cultural y entretenimiento popular.
Hoteles, confiterías, bares, boliches que sustentaron recreación y servicios.
Los carnavales constituían fiestas de fuerte impacto popular con corso central y bailes alusivos. 
Una celebración de carácter único tresarroyense lo constituyó la Fiesta del 03632, que en muchas oportunidades tuve el placer de conducir que consistía en la celebración anticipada de la obtención de la “grande” de Navidad, con participación masiva local y regional, desfile incluido por las calles tresarroyenses. También desapareció. 
Un campo pujante que colocó al distrito como productor del mejor trigo y posteriormente la celebración de una fiesta de proyección nacional en honor del cereal.
Distrito con tres excelentes propuestas turísticas.
Una ciudad con personalidad propia y a la vez cosmopolita. 
La historia, con visión retrospectiva, maraca los diferentes sectores urbanos que plasmaban con sus particularidades distintas identidades.
Eran “los barrios”, que le otorgaban a la ciudad, en cada sector, su impronta y su irrenunciable pertenencia. 
Sectores que hacían respetar sus reglas a través de su accionar.
Nada más elocuente, por su importancia, que las famosas “guerras” barrio contra barrio: “Toscazos” entre los chiquilines, “piñas” entre los jóvenes y “celos” por las mujeres. Conflictos que nunca hicieron llegar “la sangre al río” y que con el tiempo se convertían en risueñas anécdotas de felices momentos nostálgicos, propios de un cuento posterior “de abuelo”. 
Pertenecí al barrio de “Corea”, salté las piedras en las esquinas y alguna vez me caí al barro que me costó un reto suave de mi madre y no tanto del “viejo”.
Jugué al fútbol en la plaza del Arbol, donde nadie me pronosticó un futuro auspicioso, todo lo contrario de mi hermano que sí era un excelente jugador. 
Mi ciclo primario en la querida Escuela N°3 y el secundario en el Colegio Nacional.
Extraña época -1940 / 1950- donde la adultez varonil se medía por el largo del pantalón. Pantalones cortos hasta los 12 años, de ahí en más pantalones largos, con más responsabilidades. 
A los 18 te daban la libreta de enrolamiento y eras “responsable” de tu conducta. A los 20 después del Servicio Militar eras entonces responsable de tu “vida”.
Diferente de la actualidad, donde existen muchos hombres y mujeres que a estas edades les das una “brújula” y les cuesta distinguir el “norte del sur” o “el este del oeste”. 
Cada experiencia, como a muchos que me honran al leer esto, le habrá pasado en su existencia, mujer u hombre y que de manera indeleble en cada rincón de la ciudad y con la orgullosa pertenencia a su barrio, forjó su vida inolvidable en la niñez y la adolescencia. 
Cada ser humano contiene el recuerdo de su ciudad con sus vivencias, alegrías y tristezas, logros y fallidos, que se mantienen en el tiempo con la fuerza de lo transcurrido. 
De cualquier manera, siempre queda una sensación individual que nos lleva con la nostalgia, pero sin tristezas, con el optimismo positivo que derrota al pesimismo negativo, para poder expresar con sonrisa íntima y personal. 
“Lindo haberlo vivido para poderlo contar”. 
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