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Festejar, a pesar de todo

El próximo domingo 27 se comienza de definir parte del futuro cercano de la Argentina. Todas las elecciones construyen parte del porvenir en distinta escala. Desde la composición del Poder Legislativo y la distribución de los bloques, con las mayorías
y minorías resultantes; pasando por la continuidad de gobernadores e intendentes, el poder en congresos provinciales y concejos deliberantes; hasta el estancamiento o el lanzamiento de nuevos espacios y liderazgos políticos. 

Por otro lado, la dimensión judicial de la vida pública nacional, sobre todo en el fuero federal, también entra en guardia ante el advenimiento de un acto electoral que define quien residirá como máximo ocho años en Olivos y administrará los destinos de un país
que pretendió ser hace más de 150 años “la Estados Unidos de Sudamérica”. La Justicia y su accionar, muchas veces condicionada por propios y ajenos, ante la incertidumbre política, muestra el lado más frágil de la institucionalidad argentina. 
Lo expresado arriba, es ajeno al cálculo cotidiano de la ciudadanía en general, más preocupada por pagar cuentas, encontrar trabajo, mantenerlo o evitar la caída sin piso, al territorio de la pobreza y la marginalidad social y económica. Pensamos más ejecutivamente, en el sentido de creer que el poder y sus posibilidades de transformación, se define sólo por lo que haga el inquilino o inquilina, que trabaje a horario completo en Balcarce 50. 
La economía y los factores que la hacen funcionar, son parte de la conversación en juego. Déficit, estancamiento, inflación, acompañados de un rumbo incierto. Nada nuevo en horizonte de la historia económica nacional. 
El mundo, mientras tanto, está ahí, simplemente funcionando, al ritmo de una globalización en discusión, bajo los efectos del cambio climático, las tecnologías, los micro conflictos bélicos, los problemas de inmigración y la distribución estructuralmente desigual de la riqueza y el poder. 
Sin embargo, a pesar de nuestra realidad y la del mundo, la ciudadanía vive con intensidad, esos domingos que definen parte de nuestro porvenir. Criticamos y protestamos, pero en nuestro fuero interior, cobran sentido estas jornadas, símbolo de la democracia. 
“He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario, quiera el pueblo votar”, manifestaba el presidente Roque Sáenz Peña al poner el primer ladrillo del edificio de la democracia argentina. Luego llegarían el voto femenino, la refundación de la democracia en 1983 y, más cerca en el tiempo, el voto optativo a partir de los 16 años. 
El 27, en el cuarto oscuro estaremos solos y nuestra decisión se sumará a la de otros y otras, a lo largo y a lo ancho del país, estableciendo una comunidad invisible pero real, que solo la democracia, aún con sus deudas y dificultades, hace posible. 
Esa circunstancia ya es un motivo valedero para festejar. 

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