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El Dios de Olimpo

Por Valentina Pereyra


Alberto Porzio nació el 26 de julio de 1931 y una tarde de mayo de 1946 junto a sus amigos fundó el Club Sportivo Olimpo en el potrero de la calle Reconquista cerca de “El Cóndor”, de Francisco Orlando, el almacén de ramos generales en el que todo el mundo sacaba la mercadería con libreta. 
Los jóvenes que tenían entre 15 y 17 años rodaban la pelota de trapo por ese pozo devenido en cancha, que doña Cándida, la madre de “chiquito” García y primera socia del club, les preparaba con trapos, medias y papeles. Tan bien la hacía que picaba y parecía una pelota de goma. 
Todos vivían en el barrio comprendido entre las calles Brown, Liniers, Alberdi y avenida Rivadavia, todos futboleros, por eso el proyecto no tardó en revelarse. “Compartíamos la idea, nos decíamos: ¡Che tenemos que fundar un club! Y todos los días pensábamos en eso”. 

El nombre del club se lo adjudican a Alberto por sus conocimientos de la historia de los griegos y del monte Olimpo (fotos Marianela Hut)

Una zanja corría paralela a la calle de los Porzio en Brown al 700, la saltaban para correr hasta el terreno que habían bautizado para que sea la “cancha oficial”. El equipo de valientes se juntaba a pelotear en cualquier lado, ¡potreros sobraban! Pero ellos ya tenían el suyo. 
Para dar el puntapié inicial hubo que nombrar a un tesorero y el cargo lo ocupó Cristiano Orlando, con quien armaron una rifa de cinco centavos para poder comprar la primera pelota que rodaría en el incipiente club aurinegro. 
Nombraron como primer presidente a Benigno Cisneros porque “teníamos que ir a jugar a la barriada de Sudamérica que eran unos nenes bárbaros… Si íbamos y nos ganaban nos metían una pateadura… Por eso le pedí a mi cuñado que era mayor de edad, todavía había respeto por la gente grande, que ocupara ese lugar, entonces podíamos ir a jugar con cierta seguridad a Villa Sarmiento, Villa Italia, Independencia, en la esquina de Caseros y Ameguino”. 

Los fundadores de Olimpo: Oscar Sabatini, Porzio y Roberto García

Olimpo 
El nombre se lo adjudican a Alberto por sus conocimientos de la historia de los griegos y del monte Olimpo, pero Porzio devela sin vueltas que en realidad sacaron la denominación del club homónimo de Bahía Blanca, “todo esto es una copia”, aunque bien podría valer el mito sobre esa elección ya que Alberto siente que su segunda naturaleza fue y es el estudio de la historia de la humanidad. 
El terreno que eligieron se achicó bajo los pases y los picados que se transformaron en campeonatos. Necesitaban identidad. Entonces decidieron visitar a David Damián, gerente de la Bodega Furlotti, para pedirle la donación de las camisetas. El hombre se destacaba por apoyar a los clubes y en este caso los muchachos confirmaron su reputación. La historia cuenta que originariamente tuvieron que tener los colores a bastones de Cascallares, rojos y negros. “Nos mandó a la Adúriz a comprar lo que necesitábamos. Como había sólo esas camisetas, antes de quedarnos con nada las compramos y jugamos así un tiempo. Pero queríamos las nuestras, las amarillas y negras, así que con esfuerzo las pudimos comprar”. 
El equipo que después de un picado armó un club estuvo integrado por Roberto Mariano García, Alberto Porzio, Oscar Sabatini, Francisco Orlando, Omar Quiroga, Roberto Yezzi, Justo Roque, Luis Pintos, Antonio y Nicolás Ana. Olimpo funcionó de manera inorgánica en los primeros meses, pero con el objetivo claro. Por eso constituyeron el equipo de la quinta división, formado por los mismos fundadores. 

Algunas de las caras que acompañan la historia de Olimpo desde su fundación

Del potrero inicial enfilaron entusiasmados para la casa de don Matías, que tenía unos terrenos en el sector de la ciudad al que el club le entregó el nombre. Había que convencerlo para que ceda algunos con el fin de construir la cancha de Sportivo Olimpo.
“Nos llevábamos bien, el más diplomático era García, así que él nos ayudó a entrar bien en el barrio y con la gente que de a poco, por 50 centavos se fueron haciendo socios del club”. 
El 4 de abril de 1954, la Asamblea General Extraordinaria aprobó lo actuado por la Comisión Directiva, presidida en ese momento por Juan Carlos Bianchi. Fue cuando formalizaron la compra del terreno de 10.000 metros cuadrados ubicado en Liniers 1150 a la firma Sarasola Hermanos. La operación se realizó por 16.000 pesos moneda nacional, más 3700 pesos de la misma moneda que se pagaron al ocupante del predio como indemnización. 
La escritura del predio se puso a nombre de Porzio, García y Sabatini, socios fundadores de la entidad. 
Ese mismo año comenzaron los trabajos para dotarlo de las instalaciones necesarias. Silverio Porzio, hermano de Alberto, un albañil muy experimentado construyó el piso, luego la torre y así tomó color el club de sus amores. 

Dos años más tarde levantaron los postes de cemento que sostenían el alambrado y se confeccionaron los planos para la construcción de los vestuarios en el campo de deportes. 
Las obras completas del estadio se inauguraron en mayo de 1961, con los festejos de los 15 años de la fundación del club. Otra compra importante fue la de la sede social de Olimpo en calle Alberdi 57 en 1960, cuyas obras se inauguraron en 1969 con motivo del 23 aniversario. 
¡Ataja Heredia!
Alberto fue arquero de la primera división de Colegiales. “Cuando ya me estaba afianzando ahí decidí irme a mi club. Les hablé y agradecí, pero quería estar al servicio de Olimpo, y eso hice. Si faltaba algún jugador, en cualquier puesto que fuera, yo jugaba, no porque fuera un crack sino porque estaba al servicio de Olimpo”, dice. 
Se confiesa hincha de San Lorenzo y admirador del arquero Luis Heredia, quien lo motivó a usar una frase que lo hizo famoso: “¡Ataja Heredia!” cada vez que embolsaba la pelota. 
De esa época destaca la influencia de “chiquito” García en la segunda división del ascenso a la que representó en la Liga del Fútbol, otra institución en la que empezó a crecer hasta que los clubes lo proponen en la presidencia durante la década del 90. “La gente tiene muy buen recuerdo de esa época”. 

Prefirió siempre la lectura a la escritura e incursionó en el periodismo como “Outball”, sobrenombre que usó para las audiciones de fútbol que realizaba con Tito Alfonso a través de altoparlantes frente a la Plaza San Martín. “Se juntaba mucha gente para escuchar lo que cada uno traía según el partido que le había tocado cubrir”. 
Alberto nombra a su amigo García como el hacedor de sueños que compartieron y con la voz entrecortada dice: “Olimpo tiene el mejor estadio de Tres Arroyos ¡Cómo no voy a ir a la cancha! Voy siempre”. 
Los conceptos que vierte sobre la actual dirigencia son contundentes: “Es otra generación, los chicos tienen que hacer su camino, yo soy un elemento de consulta y les digo: ‘hagan lo que tengan que hacer, su propia posición de lugar, no incitarlos a hacer lo mismo que nosotros porque las épocas son distintas’”. 
El sindicalismo 
“Siempre tuve pasión por la historia de la humanidad, de la de Tres Arroyos no me involucré tanto, aunque conozco muy bien los relatos de los barrios por la vida que llevamos en aquellos tiempos de encuentros en el bar “El Loro” de Amor Santillán, donde nos juntábamos para hablar de política peronista”. 
Aunque cada tanto se excusa de algunos olvidos el relato fluye. “Hacíamos política con Pérez Caro, en todos lados política peronista, lo que me relacionó con la conducción central del partido en Buenos Aires”.
“Siempre me preguntan por qué no me acomodé nunca con la política. A eso respondo que nunca tuve esa intención, un militante es un militante, no uno que se acomoda de cualquier manera”, indica.

“Estuve años con Armando Cabo en la UOM y él siempre fue el gran caudillo sindical. El sindicalismo es el fundamento de la clase obrera. Sin organizaciones sindicales, ¿qué es la clase obrera? Yo no era obrero, era patrón, pero nunca dudé de estar en el sindicato, que era como mi casa”. 
Levanta la mirada celeste para decir que “el peronismo nace con nosotros, mi hermano era peronista, como mi padre, es el partido de la clase obrera así que como consecuencia lógica teníamos que ser peronistas”. Esta mención y el recuerdo lo dejan con pocas palabras, que se atragantan y ahogan en un llanto sabio y sincero. 
El gran proyecto de esos “locos imaginarios” que alguien supo interpretar y ayudar a concretar tiene un invaluable capital: “Nuestros chicos”, como los menciona Alberto, el objetivo principal del club desde que nació a la fecha. 
Alberto levanta la pelota y vuela para atajar como Heredia, acaricia la pila de libros de su magnífica biblioteca y le pregunta a LA VOZ DEL PUEBLO qué es un estudiante, relee la revista del 60 aniversario de Olimpo y explica que “está todo ahí”, se sonríe amorosamente cuando la camiseta del club posa con él en la foto, sueña y habla de las lecturas pendientes para continuar con los aprendizajes necesarios para “no confrontar, indagar al otro y entender”. 
Sus manos viajan por el escritorio y circulan el aire, las uñas chillan cuando rebotan contra la madera durante la entrevista. La sorpresa en su mirada inquisitiva ante preguntas obvias y, la franqueza que desviste verdades inundan de admiración la sala. 
Por eso, antes de la despedida, esta cronista se agacha para saludarlo y le dice: “Alberto, lo quiero mucho”. Como respuesta recibe una sonrisa y el regalo increíble de la humildad del conocimiento. 

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