Alejandro Bronzieri es papá de Juan Pedro, Martín y Vicente, quien tiene síndrome de Down. Dos etapas de su vida y la trascendencia que implica el nacimiento de un hijo. Por el Día del Padre, abrió las puertas de su casa para compartir su historia, hablar de las raíces y el legado familiar
Por Alejandro Vis
Fotos de Agostina Alonso
A los 49 años, Alejandro Bronzieri tiene muy en claro el orden de prioridades. “Soy médico, pero de profesión padre. Creo que es mi profesión más importante”, dice con convicción.
Esto no implica restar valor a su tarea laboral, que le apasiona y forma parte de su identidad. Se trata de dos dimensiones, que en el transitar de su propio camino fue percibiendo cada vez con más nitidez. “De profesión soy papá y practico la medicina. Mi sueño toda la vida fue ser médico, lo dije desde los cuatro años, pero una vez que me transformé en padre es mucho más satisfactoria la paternidad que la propia medicina. Más allá de que amo lo que hago, amo a mis hijos, no tengas dudas de eso”, subraya.
Es papá de Juan Pedro, quien tiene 15 años y va a cumplir 16 el 26 de junio; Martín, de 14 años y que el 28 de octubre cumplirá 15; ambos de su primer matrimonio; y Vicente, quien celebró sus tres años el 30 de marzo, el pequeño de la familia que tuvieron con su actual pareja Romina.
Dos etapas
Cuando nació Vicente, tomaron conocimiento de su condición de síndrome de Down. Alejandro recuerda que “como buen hijo de médico había un millón de estudios hechos, todos dieron negativo. Nos sorprendió cuando nació, rápidamente pudimos entender todo. Lo bueno de ser médico es tener bastante más información que el resto de los padres”.
Y disponer de tal información genera cierta tranquilidad, porque “la gente que no conoce siente temores. En el caso de la mamá (en referencia a Romina), una de sus amigas tiene a Augusto, dos años mayor, también con síndrome de Down. Ella había conocido la evolución y las características a través de Augusto, lo que nos ayudó muchísimo”.
Observó que “si bien es algo que nos impactó los primeros días, cuando hicimos los estudios y vimos que todo estaba bien, sentimos serenidad. Es alguien nada más que tiene la condición de síndrome de Down”.
Para él, es un tiempo de descubrimiento de “muchísimas cosas”. En este sentido, indica que “tengo dos etapas de paternidad. La primera con mis hijos más grandes, yo tenía otra edad, al ser médico la carga horaria es altísima. Me formé para clínica médica y terapia intensiva, era como el encargado del área en la Clínica Hispano”.
Por tal motivo, Alejandro no logró “disfrutarlos como puedo disfrutar hoy a Vicente, he podido darle más tiempo, además de que él necesita un mayor acompañamiento”.
Hace una pausa, tras lo cual señala que “no sé si lo descubrí por su condición de síndrome de Down y quizás me enseñó muchas más cosas Vicente. Pero es también porque estoy más grande y valoro mucho las vivencias cotidianas”.
Vicente requiere de una serie de asistencias profesionales. “Tiene terapia ocupacional, fonoaudiología, kinesiología, entre otras actividades. Esto hizo darme cuenta que debo estar más presente”, agrega.
En el día a día, el menor de la familia se muestra muy afectuoso. “Enseguida perciben cuando uno está mal, saben leer el estado de ánimo -sostiene Alejandro-. Una inteligencia emocional que tal vez nosotros no tengamos, que pueden leernos muy bien y entendernos. Un nivel de sensibilidad frente a los afectos”.
Su actitud es similar con los hermanos y la mamá: “Cuando tenemos un día difícil nosotros, el primero que se va a dar cuenta es Vicente”.
Elige a quien brindar afecto, porque “no es dado con todo el mundo”. Con agradecimiento a la vida, Alejandro se refiere a su vecino y amigo Ale Folguera: “Tiene varios años menos que yo y síndrome de Down, además es mi paciente. Es exactamente igual en ese aspecto. Lo viví con él desde chico, jugábamos en la plaza del Arbol junto a sus dos hermanos mayores (Fran y Segundo), uno de ellos fue conmigo a la escuela. Decide con quien mostrar sus sentimientos o cuando resguardarse”.
“Es mucho mejor”
Se recibió de médico en La Plata a los 23 años y fue padre a los 32. “En ese momento trabajaba en terapia intensiva y hacia guardias en la clínica”, en jornadas de esfuerzo prolongado. Ejerce hace 26 años y cuenta con más de 8000 pacientes, por lo cual “uno u otro paciente por cuadra conozco seguro”.
En su descripción, Alejandro manifiesta que “quería ser papá desde mucho antes de haber sido. Con mi matrimonio anterior hicimos siete años de tratamiento de fertilidad, por eso también se retrasó la llegada de Juan Pedro. Habíamos pensando en la adopción, finalmente cuando no hicimos más nada, ella quedó embarazada”.
Incluso, esta situación se produjo luego de una intervención quirúrgica que los llevó a pensar que no iban a ser padres biológicamente: “Ella se tuvo que someter a una cirugía, fue necesario extirparle un ovario. Y posteriormente, milagrosamente tuvo lugar el embarazo”.
En los años previos, un período de planificación y esperanza, pensó que la paternidad sería fantástica. “Pero cuando sos papá, llega ese día, es mucho mejor a todo lo bueno que te pudieron haber dicho. Una experiencia única”, destaca.
Con intensidad
Cada hijo es diferente, por lo cual “requiere cosas distintas. Los dos más grandes están atravesando la adolescencia y tengo otra clase de temores. Con Vicente, hay desafíos que no viví con los mayores y celebro particularmente ciertas cuestiones. Recién empezó a caminar a los tres años, para nosotros fue…”. Alejandro se quedó en silencio, no hace falta decir más nada para entender la alegría familiar compartida, por ese paso tan ansiado.
A modo de ejemplo, relata que “el día que caminó Juan Pedro fue muy lindo, pero uno ya conoce el proceso madurativo y lo espera. Con Vicente no sabíamos cuando empezaría a caminar, ahora estamos esperando que en algún momento hable. La sorpresa es enorme y se disfruta con intensidad”.
El nacimiento de Vicente, en medio del amor indescriptible ante la llegada un hijo o un hermano, provocó inquietudes en Juan Pedro y Martín. Por esta razón, Alejandro conversó con ellos. “Quédense tranquilos, no tiene una cardiopatía y ninguna enfermedad asociada; sólo posee una complicación, un testículo ascensor intraabdominal, que en algún momento podemos resolver (ya fue operado, por esta razón, en Bahía Blanca). El aprende más lento, va a tardar en aprender y hacer lo que nosotros incorporamos más fácilmente, pero va a poder hacer un montón de cosas’, fueron sus palabras.
La preocupación de los hermanos era “si viven igual que nosotros, es lo primero que me preguntó Martín. El mayor miedo era que le pasara algo. Le respondí ‘pueden ser viejitos, con una expectativa de vida igual que la nuestra’”.
Aun con dudas, le pidió la foto de una persona mayor con síndrome de Down. “Tengo una biblioteca médica con acceso a un montón de material y le mostré una imagen de alguien de 76 años con esta condición”, señala Alejandro. Generó alivio.
En este contexto, surgió un diálogo que quedó en la memoria. Alejandro y Romina se encontraban en un ambiente de la casa, Martín estaba “jugando con la Play junto a los amigos a través del streaming, como es todo hoy en día. Y dijo ‘chicos quiero contarles que Vicente, mi hermano, tiene síndrome de Down. Aprende más lento, pero no tiene nada de malo’”. Luego siguieron jugando.
Los amigos de sus hijos mayores “expresan casi un fanatismo con Vicente. Cuando cumplió un año, asistieron más de cien personas”. Alejandro comenta que “hace pocos días, vinieron a ver el partido de Europa League, eran seis o siete, él sentado en el medio como si fuera amigo de ellos”.

Lo máximo
Sus tres hijos van al Colegio Holandés. A Juan Pedro y Martín les gusta bajar a Vicente del auto, llevarlo y entregarlo en el Jardín Semillitas, ya es un ritual.
El vínculo entre ellos es “súper estrecho”. El 10 de enero de este año, Vicente fue operado en Bahía Blanca “de la complicación mencionada que tenía. Hacía mucho calor. A sus hermanos les tocaba estar con la madre en esos días de vacaciones y dijeron ‘vamos a ir a Bahía Blanca ¡El no va a entrar al quirófano sin que nosotros estemos!’”.
Habitualmente cuando realizan un viaje van todos, pero “alguna vez sucedió que viajamos con Romina y Vicente. Los más grandes se quedaron en Tres Arroyos y no podían pasar más de dos días sin hacer una videollamada, quieren verse”.
Habla de “la veta artística” de Juan Pedro, quien hace teatro, de la reciente “actuación de un circo, yo estaba re orgulloso”.
Durante la entrevista, muestra las fotos en su teléfono. “Por eso digo, necesito presumir de mis hijos, perdón voy a mostrar la foto de lo que hizo, nos pasa a todos. Ellos tienen la verguenza de decir ‘¿nos vas a poner en las redes sociales?’”. Sonriendo, añade que “Martín no tanto, porque es más caradura. En mi Instagram hay fotos de ellos, capaz que lo hago de pesado y no quieren saber nada. Son lo máximo que tengo”.
Juntos
Desde la infancia y en toda su vida, la familia ocupa un lugar central. Alejandro lleva tatuado en su cuerpo a Andrés, uno de sus hermanos que falleció en un accidente (los otros son Pablo y Virginia). “El golpe de la muerte de mi hermano es algo que ninguna familia espera, todos cargamos con un dolor muy intenso. Yo en ese momento tenía 23 años”, puntualiza.
Se prometió “no ver más fotos de él, me hace mal. Decidí llevarlo tatuado conmigo. Conseguí un retratista y fuimos con Romi a La Plata. Lo hizo perfecto. Esto me cambió la imagen de familia. Tenemos que disfrutar en todo momento cuando estamos juntos, porque de verdad de un día para el otro te pueden llamar y una parte fundamental de tu equipo no está más”.
Confiesa que no vive con temor, sí es cuidadoso con sus hijos. “Y aprendí a valorar más -reitera-. He viajado, cuando me separé, con los dos más grandes por todo el mundo. También Vicente -así chiquito como lo ven- ya ha viajado un montón y si podemos compartimos estas experiencias los cinco”.
A la distancia, en estas pausas, “es la única oportunidad en que estamos desconectados del resto y conectados nosotros. Le sacamos provecho a las vacaciones, es un plan muy lindo. Surgen charlas que no suceden en otro lugar, con otros tiempos”, concluye.
0-0-0

La camioneta que “representa todo”
Es un regalo que recibió Alejandro de su padre Santos Pedro, quien la utilizó en su labor como electricista
Una camioneta Fiat 125 Mutilcarga, estacionada en el patio de la vivienda, forma parte de la historia familiar. “¡Ahí está mi papá! En esa camioneta”, exclama Alejandro ante una pregunta de este diario.
Se llamaba Santos Pedro, falleció en 2015, y es el vehículo con el que trabajó realmente mucho: “Se desempeñaba como electricista, en el negocio familiar Casa Bronzieri”. La madre de Alejandro es la escribana Vilma Gladys Vizarro.
El nombre Pietro posee una extensa presencia en generaciones anteriores de la familia Bronzieri. Santos Pedro era “hijo también de un inmigrante Italiano. De nombre prácticamente igual, Santo Pedro, y llegó de su país con el oficio que luego heredó su hijo”.
De hecho, el abuelo paterno de Alejandro realizó las instalaciones eléctricas en “lugares icónicos de Tres Arroyos como la Municipalidad, el Banco Provincia, el Banco Nación, la Sociedad Italiana”.
Con emoción, habla de “esa camioneta que para mí representa todo, la usé para aprender a manejar. Me la regaló, es del año que yo nací, me dijo ‘no se va a vender nunca, quiero que te quede a vos’. Cuando venía de La Plata, en el tiempo en que estudiaba medicina, hacía las instalaciones eléctricas en esa camioneta con él o con alguno de los empleados a quien yo llevaba”. Conserva su color original y la idea es que quede igual.
Dentro de las amplias experiencias profesionales, a Alejandro le tocó atender a su padre, porque “él no quería que lo atendiera otro. Transformarse de hijo a médico fue muy difícil, se pudo”.
Confianza
Los cuatro hermanos trabajaron en la empresa familiar desde chicos, “primero en tareas sencillas y cuando fuimos más grandes, ya podíamos hacer instalaciones”.
Alejandro se radicó en La Plata para los estudios universitarios a los 17 años. “En las vacaciones de verano, volvía a fines de diciembre, me ponía a trabajar con mi viejo hasta febrero. Dejaba el guardapolvo e iba al negocio, estaba fantástico porque a mí me encanta”, rememora.
Hay un motivo de agradecimiento muy especial, debido a que “mi viejo era como mi fan número uno, me dio apoyo incondicional siempre, nadie me llenó de tanta confianza. A veces tengo un ego un poco más grande gracias a él, porque es el tipo que más confió en mí”. Siente que “los últimos años pude disfrutarlo más y estar con él”.
Es una forma de ser y proceder que busca poner en práctica como padre: “Si aprendí algo de mi viejo y trato de trasladar a mis hijos, es el dar apoyo. Y cualquier actividad que hagan o en lo que puedan necesitar, estar presente”.