Automatizar no siempre es optimizar: cómo delegar la comunicación a una IA
En los últimos años, la inteligencia artificial se volvió la aliada estrella de cualquier equipo de trabajo. Desde startups hasta empresas multinacionales, todos adoptaron alguna forma de automatización. Pero entre el entusiasmo y la eficiencia, hay un debate que empieza a tomar fuerza: ¿cuánto conviene delegar los procesos de comunicación interna y externa a una IA? Porque una cosa es agilizar, y otra muy distinta es desconectarse.
IA para redactar: ¿ahorro de tiempo o pérdida de tono?
Que la IA pueda generar textos con gran velocidad no está en discusión. Lo que sí empieza a cuestionarse es si esos textos realmente representan lo que una empresa, una marca o incluso una persona quiere decir.
En muchos entornos laborales, sobre todo aquellos que se apoyan en flujos digitales, es habitual que los newsletters, respuestas automáticas, descripciones de productos o publicaciones en redes estén íntegramente redactadas por asistentes de IA. Y aunque suenan correctas, algo falta: una idea propia, un gesto humano, una intencionalidad más allá de la eficiencia.
Herramientas que ayudan… pero también alertan
Para enfrentar este dilema, muchas empresas comenzaron a usar herramientas que no solo ayudan a producir, sino también a evaluar. Por ejemplo, contar con un AI checker permite verificar si un contenido fue generado (total o parcialmente) por inteligencia artificial, algo clave cuando se trata de evaluar originalidad, detectar automatismos o mantener la autenticidad de una comunicación.
Lo mismo ocurre con los sistemas de revisión automática. Un grammar checker, más allá de corregir errores ortográficos o gramaticales, ayuda a preservar estándares de calidad editorial. Y eso no es menor en tiempos donde gran parte del contenido se produce bajo presión o con poco margen de revisión.
Ambas herramientas cumplen un rol cada vez más importante en entornos híbridos donde conviven textos humanos y generados. Sirven para validar, ajustar, e incluso tomar decisiones sobre qué publicar y qué no.
Cuando la IA trabaja bien… pero el mensaje falla
Uno de los desafíos más visibles tiene que ver con el estilo y la coherencia de marca. Por ejemplo, en una cadena de correos con clientes, la IA puede redactar mensajes claros, concisos y sin errores. Pero si no refleja el tono de la empresa —si suena demasiado frío, demasiado genérico, o simplemente “raro”—, lo que debería sumar, termina restando.
Lo mismo pasa con respuestas en redes sociales o interacciones de atención al cliente automatizadas. Lo que el algoritmo interpreta como una solución eficaz, para el usuario puede sentirse como una falta de empatía.
Dejar de pensar en la IA como sustituto
El punto no es dejar de usar inteligencia artificial, sino usar mejor lo que ya tenemos. Integrarla al flujo de trabajo sin que eclipse la voz del equipo. Hacerla parte del proceso, pero no el proceso completo.
Para lograrlo, muchas organizaciones están desarrollando nuevos roles y protocolos. Por ejemplo:
- Que el primer borrador lo haga la IA, pero con revisión obligatoria.
- Establecer una guía de tono y estilo para todas las comunicaciones.
- Priorizar contenidos originales en áreas sensibles (comunicados, campañas, respuestas a reclamos).
- Capacitar a los equipos para que sepan cuándo una herramienta mejora un mensaje y cuándo lo despersonaliza.
¿Cuál es la frontera real?
La respuesta no está escrita, y quizás eso sea lo más interesante. En un contexto cambiante, cada organización tiene que encontrar su propio equilibrio entre automatización y autenticidad. Lo que para una startup es eficiente, para un despacho jurídico puede ser riesgoso. Lo que en una campaña publicitaria se ve moderno, en una carta de renuncia puede resultar inapropiado.
Pero si hay algo que sigue marcando la diferencia es tener claro qué se quiere decir, a quién se le habla y por qué vale la pena hacerlo con palabras propias.