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¿Cómo gestionar la frustración?

Por Martina Lasaga (*)

 

En esta vida tan agitada y cambiante en la que vivimos en un constante estado de “malabarismo” es inevitable, en algún momento, sentir frustración.

 

Probablemente te habrá sucedido no una sino miles de veces, no lograr “cumplir” con lo que te habías propuesto: no llegar a entregar un informe a tiempo, no lograr alcanzar el nivel de ventas propuesto, no adquirir ese bien en el plazo trazado, no concretar el viaje soñado, no poder realizar esa dieta o actividad física de forma regular, etc.

 

Antes de que decaigas en la lectura, y lejos de que sea esa mi intención, quisiera compartir algunos puntos para que logres gestionar esa “frustración” de una forma más eficiente.

 

Lo primero que nos surge con el no logro de  metas propuestas es una especie de desánimo, un sabor amargo que nos invade y que no nos deja ver claramente para captar el aprendizaje.

 

Interrogantes

 

Algunas de las preguntas que nos podemos hacer son las siguientes:

 

-¿Hice lo mejor que pude?

 

-¿Di lo mejor de mí?

 

-¿Fue sensato el plazo propuesto para alcanzarlo?

 

-¿Pude buscar ayuda o pequé de necio/a?

 

-¿Fui lo suficientemente perseverante y disciplinado/a?

 

Estos y algunos más, podrán ser los disparadores para realizar esa breve autoevaluación, ese escáner que nos permita tener un punto de donde partir la próxima vez.

 

Además, hay dos cuestiones que creo son imprescindibles para el manejo de la frustración: la auto exigencia y las expectativas

 

Si bien es cierto que para lograr determinados objetivos que nos desafían obviamente debemos dar lo mejor y exigirnos; hay que ser muy cuidadosos con esto porque la auto exigencia desmedida puede ser, en la mayoría de los casos, nuestra peor enemiga.

 

En este aspecto, una de las preguntas que recomiendo por ejemplo, a la hora de terminar o cumplir con algo es: según mis estándares de “calidad” ¿Está el 70 por ciento “perfecto”?

 

Si la respuesta es que sí, lograré que esa exigencia no se transforme en procrastinación y podré avanzar; y si por el contrario, mi respuesta es que no, entonces realizaré los ajustes que considere necesarios.

 

Con respecto a las expectativas, ocurre lo mismo. Muchas veces las expectativas de lo deseado hacia lo realmente alcanzable es una cuestión difícil de calibrar.

 

En este caso, tiene que haber coherencia entre el desafío que quiero lograr y lo que realmente considero que puedo lograr. El hecho de que intentemos salir de nuestra zona de confort está muy bien, siempre y cuando, no nos propongamos algo que es realmente poco probable que suceda, porque sabemos internamente, que esto puede ser contraproducente y llevarnos hacia el peor escenario sin sentido alguno.

 

En definitiva, está bien dar lo mejor siempre y cuando eso no implique un desgaste mental, emocional y físico desmedido que me lleve hacia estados de inestabilidad emocional o frustración constante.

 

“Lo que obtienes al alcanzar tus metas no es tan importante como en lo que te conviertes…”, dijo el gran Henry D. Thorean.

 

(*) La autora es licenciada en Economía (egresada de la UNS). Con especialización en Economía del Comportamiento (UCEMA) y Neurocoaching. Experta en Bienestar y Felicidad Organizacional (Universidad de Nebrija, España)

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