Corazón de adrenalina
La rica historia de los años dorados del automovilismo tresarroyense tiene su lugar en el Museo del Automóvil José A. Del Vecchio del club Quilmes.
Ubicado en Sarratea 55, pegado al estadio de básquet cervecero, un grupo de amigos y amantes de los fierros se encarga de mantenerlo vivo y abierto al público, como una oferta turística más de nuestra ciudad que se puede visitar de manera gratuita todos los sábados entre las 16 y las 19.
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En su interior, existe un recorrido ornamentado con 15 máquinas de distintas categorías y épocas de las competencias automovilísticas, como así también, un viaje al Tres Arroyos de mediados del siglo pasado, sus vehículos y hasta su arquitectura.
El viaje puede ser rápido, como la velocidad que desarrollaban los protagonistas de las reseñas que empapelan sus paredes con fotos, datos y recuerdos de Segundo “Cholo” Taraborelli, Enrique Díaz Saenz-Valiente, Bautista Miguel Larriestra y otros más contemporáneos y de otras pistas, como los Herrero (padre e hijo) en el rally.
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También hasta pedagógicamente enriquecedor a través de la recreación de los talleres de época, las fotos de esquinas de un Tres Arroyos que ya no existe y las motos y bicicletas que ya no se ven, pero sirven para transportar a los visitantes a un tiempo de mucha adrenalina y bonanza singulares.
Para la recorrida que hizo LA VOZ DEL PUEBLO estuvieron para guiarnos los principales responsables de la gestión que lo mantiene activo: Carlos Castelli, Alberto Deramo, Héctor Sode y Ramón “Pancho” Guerrero.
Cada uno en lo suyo se encargó de describir los pintorescos rincones de esta caja de seguridad de una parte emocionante de la historia local.
Carlos Castelli lleva la venta en el ADN y se nota. Por eso es el primero en romper el hielo y hacer la necesaria presentación del espacio y su contenido, “Hay coches muy interesantes. Algunos son de competición, otros antiguos muy buenos y coches de calle que han participado en alguna carrera de regularidad”, otro fuerte de los dueños de los coches cedidos de manera espaciada para exponer, ya que cada un determinado período de tiempo, se renuevan.
Enseguida, nos deja en manos de Pancho Herrero, Héctor Sode y Alberto Deramo, quienes tienen una participación importante en el mantenimiento del espacio y un conocimiento privilegiado de las historias que encierra este boxes de la historia motor tresarroyense y nacional.
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Pancho es el encargado de abrirlo y atenderlo todos los sábados desde las 16 hasta a las 18.30/19 . Sin embargo, si hay interés de alguien por fuera de ese horario, hay disponibilidad para abrir el día que quiera.
“Incluso, pensando en el turismo, se articuló la posibilidad de realizar una visita desde Claromecó en uno de esos días en los que no hay otras alternativas en vacaciones”, comentó Castelli abriendo el abanico de chances para visitarlo en un momento fuera del horario habitual.
Paseando entre autos
Como toda buena historia, lo mejor se encuentra al principio. Porque es lo que nos va a seducir para continuar avanzando. Por eso, la galería del Museo José Abel Del Vecchio la abre la cupé Ford con motor 58AV que utilizaba el exponente más significativo de la historia motor tresarroyense, Segundo “Cholo” Taraborelli, para correr en Turismo Carretera cuando la pista era el camino.
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El poder de “La Ratita” también tuvo un efecto inspirador entre los que la recibieron durante el festejo del 50ª aniversario de la primera carrera de Turismo Carretera que hizo el club Quilmes.
El auto, que era propiedad de José Moscoso, fue traído para engalanar la celebración organizada por José Del Vecchio y Orfel Fontán con el objetivo de homenajear a una fecha tan cara para el espíritu automovilista de la ciudad,
Tal como lo recordó Castelli, ese fue el puntapié inicial para realizar el Museo, “el club Quilmes hizo 17 carreras desde el año 1951 hasta 1967”. Cuando tocó recordar aquella primera carrera, empezó la idea del Museo y, “lo primero que hicimos, fue pedir este lugar al club Quilmes para hacerlo”. Desde 2004 hasta 2014 se fue armando y, aún por estos días, siempre se le realiza alguna obra de mantenimiento para que no pierda vigencia y pulcritud.
Así, es Alberto Deramo el que pone sobre la mesa anécdotas por las que en estos días Tres Arroyos figura en las páginas más importantes del Turismo Carretera, la categoría cuyos autos andaban a 230 km/h y, justamente, Tres Arroyos, fue el escenario de un record mundial que hoy permanece, “el 11 de septiembre de 1955, Enrique Díaz Saenz Valiente, hace un record mundial con un Ferrari 5000. Fue a un promedio de 234 km/h 737 metros en 700 kilómetros recorridos, “ese día gana Juancito Galvez en Tres Arroyos a un promedio de 185 km/h. Todavía existe el record mundial de velocidad en rutas abiertas, que se hizo en el circuito de Tres Arroyos”, recuerda Deramo, antes que Castelli subraye acariciando la cupecita Ford de Taraborelli, “este auto salió segundo en la carrera en la que se mató Juan Gálvez en Olavarría.
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“En el aire”
Pero no solo emociones como las que dejaron los records de Turismo Carretera en Tres Arroyos pueden encontrarse en la galería del Museo José Del Vecchio.
Quien nos abrirá la puerta cuando vayamos cualquier sábado es nada menos que Ramón “Pancho” Guerrero, el hombre que se dio el gusto de ser copiloto de su propio hijo, Carlos Herrero, con quien llegó a consagrarse campeón provincial de rally a los 75 años.
Lo hicieron en un Mitsubishi Lancer, que forma parte de la oferta en exhibición. Una máquina especial para rally, en la que Pancho tiene guardados inolvidables logros junto a su hijo, “hice de navegante de mi hijo durante dos años. A los 75, en Coronel Pringles corrí la última carrera con él y salimos campeones provinciales”.
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Pensar en correr una carrera dentro de esa “nave” que llega a levantar 250 km/h en un camino de tierra, con saltos y obstáculos, no es para cualquiera, pero puede formar parte de un relato digno de escuchar mientras se disfrutan los detalles del Mitsubishi naranja, blanco y azul, que todavía emocionan hasta las lágrimas a Pancho.
“El navegante es el 50% por ciento del piloto. El piloto hace todo lo que le dice el navegante. Pero un día antes recorres la ruta dos veces y vas anotando todo. Dónde hay un badén, un arroyo. Todo eso lo van anotando el acompañante y el piloto en la previa. Y en carrera, el navegante va continuamente fijándose y cantándole. Por eso es importantísima su participación”, explicó.
Después es todo lujo de otro siglo, que puede tocarse, conocerse y hasta usarse para tomar fotos familiares.
Antes de llegar al fondo del salón de exposiciones también pueden disfrutarse un Mercedes Benz 170 modelo 954, que en aquel momento se usó mucho como taxi, un Chevrolet 25 y una Ford A, acerca de la cual Héctor Sode manifiesta con orgullo que, “está impecable, restaurada, vino de la ciudad de Vela, acercada por un conocido veterinario de esa ciudad”.
En la vuelta a través de los recuerdos también hay un taller mecánico que recrea aquellas “clínicas del automóvil”, “donde la prueba y error se hacía rompiendo motores, “(los mecánicos) eran cirujanos de los motores, que los agarraban con 110 caballos y los llevaban a 200 HP”, recuerda Deramo, “era a fuerza de trabajo y de romper motores, porque hasta que llegaron los ingenieros, era a fuerza de pruebas. Rompían y tiraban”.
Así, entre recortes periodísticos y fotos de cada momento de oro que empalean sus paredes, también se encuentran materiales interesantes, como un motor de Ford A cortado, “para que la gente vea lo que tiene adentro y cómo funcionaba” y los premios que Rosendo Pedro recibió como acompañante de Taraborelli, entre otros tantos detalles que, si entre los motores es por donde circula la pasión del lector, no debe dejar de agendarse esta cita para algún de fin de semana. Y de paso, entender cómo funciona un corazón relleno de adrenalina que late al volante de sus recuerdos más extremos.