Día del empleado de comercio: “Lo volvería a hacer porque me encanta”
Es amplia la trayectoria que tuvo Silvia Sleiman en atención al público. En Casa Oscarcito y luego, durante más de tres décadas en Casa Spenza. Agradece a la vida por haber formado parte de esta actividad que tanto le gusta
Silvia Sleiman describe con alegría sus experiencias como empleada de comercio, tarea que desarrolló hasta marzo de 2020. Aprendió en los lugares donde trabajó, disfrutó del contacto con el público y sigue vinculada al rubro a través de la Casa del Jubilado, del Sindicato Empleados de Comercio, donde integra el grupo de Las Mercantiles.
Nació en Tres Arroyos, la vivienda familiar estaba ubicada en Rocha al 200 y allí residió hasta los 25 años. “Tuve una infancia muy linda, simple, de gente humilde; la niñez de aquella época, de barrio. Mi papá, muy conocido, Don Camilo (Kamel Sleiman) tenía un almacén en Rocha 270, y mi mamá era Amanda Teti. Soy hija única”, indica.
Realizó los estudios primarios en la Escuela 29 y la secundaria en el Colegio Nacional, cuando se encontraba ubicado en la segunda cuadra de calle Chacabuco (edificio donde luego funcionó el Colegio Manuel Belgrano y que pertenece actualmente al mencionado sindicato). “Hice perito mercantil -puntualiza-. Por entonces era bachiller a la mañana y perito mercantil por la tarde; soy promoción 1969, estamos próximos a cumplir 55 años de egresados”.
Cuenta que para estudiar una carrera universitaria, había que radicarse en otra ciudad: “No quise hacerlo, decidí quedarme en Tres Arroyos. Entré a trabajar en Casa Oscarcito, un negocio de mercería y ropa en calle Chacabuco, en la cuadra 400-500; a los pocos meses de que ingresé, se trasladaron a Colón 372, donde actualmente está el local de Quintela. El dueño era don Nicolás Ain y su esposa Jacinta”. Hace referencia a los hijos de ellos, Mary Ain, quien luego abrió el comercio Todo Ropa en calle Lavalle; y Oscar.
En Casa Oscarcito fue empleada durante ocho años, “hasta que cerraron. En esos años me casé (con Diego Lazarte, ya fallecido), nació mi primer hijo Maximiliano”. En un período siguiente, no trabajó, tuvo lugar el nacimiento de su segundo hijo Fernando. Silvia señala que “un día me fueron a buscar de Casa Spenza, pensé ‘bueno dos o tres años voy a atender, porque es lindo’. Estuve 35 años, me jubilé y seguí hasta el 19 de marzo de 2020, Spenza ya había decidido cerrar. Mi último día laboral fue cuando se anunció el aislamiento por la pandemia de Covid-19”.
En este comercio, “los patrones fueron primero María y Julio Spenza. Siguieron Néstor y Daniel, en la última etapa estuvo Néstor. Fueron tiempos con vivencias muy enriquecedoras, por supuesto hubo cosas buenas y malas, alegres y tristes, se comparten muchas horas. Es un trabajo que quise e hice con mucho cariño, porque a mí me gusta el contacto con la gente”.
Aprendió mucho “con la señora de Ain. Era hija de árabe, sabía sobre comercio. Me enseñó que el cliente tenía que irse del negocio con un paquete, si iba a buscar algo y no había, vendele otro producto. Con la familia Spenza también sumé conocimientos, la actividad fue cambiando”.
Siempre se desempeñó en atención al público, sobre lo cual dice que “amé la sección lencería de Spenza. La pasé muy bien y me siento agradecida con los dos comercios de los que formé parte, han sido muy buenos conmigo, muy atentos”.
Ocasionalmente, se cruza en las veredas con quienes fueron clientes, “se acuerdan de mí -subraya con satisfacción-. Comentan ‘yo le compraba’. Le vendí guardapolvos para los hijos y ahora me muestran a sus hijos grandes, tienen nietos. Fueron muchos años, generaciones”.
El hogar
Habla de sus dos hijos, de los cinco nietos, “tres de uno y dos del otro. El más chiquito tiene diez años”.
Sostiene que “mi papá cuando yo nací tenía 44 años, era mayor que mi madre, ambos fueron bárbaros. El era sirio, nunca tuve un no, pero tenía una forma clara de decir ‘tal cosa no está bien’; y ella nació en Argentina, era hija de inmigrantes italianos”. Sobre su crianza, Silvia rememora que “a veces cuando sos joven no le das tanta relevancia a lo que te marcan, recuerdo con claridad todo y tenían razón”.
Sonríe y destaca que “me han salido hijos buenos, gracias a Dios son trabajadores. Mi nieto mayor es peluquero, uno estudia en la universidad, otros en el colegio, me siento orgullosa de mi familia”.
Muy activa
Integra el grupo de mujeres Las Mercantiles en la Casa del Jubilado, del Sindicato Empleados de Comercio. “Vamos todos los lunes, es un encuentro para hacer algo distinto”, afirma.
Define a la comisión directiva del gremio mercantil como “excelente, con Roberto (Di Palma) a la cabeza. Todos sus miembros y colaboradores son muy buena gente”:
Llevan adelante actividades a beneficio. Como ejemplo, expresa que “este año nos compraron lana y nosotras tejimos sweaters, remeras, pulóveres, camperas, gorros. Los llevamos a la Escuela 13, quedaron muy contentos”.
Del mismo modo, relata que prepararon alfajores para el Día del Niño y los obsequiaron a la guardería Mis Soles; el Día de la Madre, en 2023, entregaron bolsitas con donaciones a abuelas del geriátrico municipal.
Valora que “el sindicato se preocupa mucho. Mientras trabajé, no estaba Roberto en ese período, cuando necesité algo me dieron una respuesta. Y la comisión que tenemos ahora -reitera- es excelente. Realizan sorteos de órdenes de compra para los chicos que trabajan, hay afiliados que juegan al fútbol, otros practican atletismo, nadan, corren en bicicleta. Apoyan a todos, a los jubilados nos ayudan un montón”.
Silvia además cursa talleres en CRESTA, va a gimnasia, a yoga y “al radioteatro 440 que dirige Karina Arias, que pertenece al centro de adultos mayores de la Municipalidad. Es un grupo hermoso, ya hemos actuado y ahora estamos ensayando para volver a actuar”.
Vuelve a sonreír y exclama que “no realizo más actividades porque no me alcanza el día. Hay que atender a los nietos, hacer algo en casa”.
Desde el alma
La capacidad de escuchar es importante para un empleado mercantil, porque “el cliente te cuenta parte de su vida, sus cosas, su historia, las alegrías y problemas. A lo mejor venían a comprar un vestido porque tenían una fiesta, compartían sus sentimientos”.
Hasta el día de hoy le sucede que está en un negocio, va a comprar algo, y “me sale desde el alma decirle a una señora, ‘llevese la prenda de este tamaño porque le va a quedar bien, es para usted’. ¡Son tantos años!”, concluye con gratitud.