Por Roberto Barga
Finalmente llegó el día y el pueblo de EE.UU eligió a su presidente número 47. La victoria de Donald Trump fue contundente e inapelable, pese a ello, hay matices que permiten entender mejor lo que aconteció en la potencia más importante de la tierra (25 % del PBI mundial).
Se dijo que esta elección implicaría una polarización de tal magnitud que dispararía los índices de participación ciudadana. Sin embargo si la comparamos con la elección anterior, la de noviembre del 2020, donde resultó victorioso el actual Presidente Joe Biden, encontramos la primera gran novedad. El 5 de noviembre de hace cuatro años concurrieron a las urnas 155 millones de estadounidenses y, este 5 de noviembre fueron al cuarto oscuro o enviaron la papeleta electoral por correo, solamente 139 millones de norteamericanos.
Dieciséis millones de estadounidenses que habían asistido a las urnas hace cuatro años, esta vez se quedaron en casa. Si miramos con atención, Biden consiguió en 2020, 81 millones de votos y en estas elecciones, Kamala Harris obtuvo 67 millones de votos, es decir que la candidata demócrata dejó en el camino 14 millones de votos con respecto a cuatro años atrás.
Frente a estos datos duros se abre necesariamente un espacio de reflexión. ¿Qué razones de peso han contribuido a tamaña deserción? En primer lugar, conviene señalar que Harris afrontó una campaña corta, sin lugar a primarias o internas, como se las conoce popularmente. La Vicepresidenta tuvo que saltar a la acción en julio, ante la retirada de Biden, por los problemas neurológicos de este por todos conocidos. Eso le restó a Harris cierta legitimidad y, sobre todo, instalación, propiedad que le sobraba a Trump que está en el candelero de la primera línea política norteamericana hace 10 años.
Kamala Harris ha ganado en el voto femenino, pero lo ha hecho por un margen menor que Biden hace cuatro años. Biden le sacó a Trump 15 puntos en ese universo, mientras que Harris le sacó 10 puntos, es decir que dejó 5 en el camino o, mejor dicho, Trump mejoró en ese electorado.
Otro caladero sangrante para las aspiraciones demócratas fue el de los jóvenes de 18 a 29 años. Biden le había ganado a Trump en ese segmento por 24 puntos, Harris lo hizo por 13 puntos.
Con el voto latino masculino Trump dio el batacazo. En 2020 de cada 10 votos de ese universo, Biden conseguía 6. En esta vuelta Trump ganó el segmento por 10 puntos.
En el ítem de hombres y mujeres blancos, sin formación universitaria, un electorado clave por su tamaño (57% del censo), Trump amplió la ventaja en estas elecciones del 2% al 8%.
Además tuvo un interesante desempeño en la población de origen afroamericana.
Razones
Cabe preguntarse el por qué de las razones que en algunos casos hizo que antiguos votantes del Partido Demócrata desistieran de las urnas o, en otros, directamente cambiaran las preferencias y votaran a los Republicanos.
Escrutando el voto joven (18 a 29 años), es probable que el conflicto de Medio Oriente haya ausentado a ese colectivo de ir a votar. En los meses de mayo, junio y julio hubo en muchas universidades de USA manifestaciones de estudiantes protestando por las represalias del ejército israelí en Gaza. Las quejas estudiantiles cayeron en saco roto, ya que Netanyahu hizo caso omiso a los pedidos de alto al fuego que le rogó el Departamento de Estado (cancillería Americana).
En la convención Demócrata de Chicago, que nominó formalmente a Harris como candidata, se le prohibió hablar a una afiliada al Partido de origen palestino. Esta deserción de la administración Biden del conflicto, no hizo más que desalentar al votante joven progresista.
El comportamiento del voto latino es francamente desconcertante. Una de las columnas vertebrales de campaña de Trump fue la cuestión migratoria. Prometió la mayor deportación de la historia si era elegido presidente. En el debate que sostuvo con su rival, soltó la frase “los inmigrantes haitianos de Springfield se comen a las mascotas de los vecinos…”. Y se quedó más ancho que largo, como dice el refranero castizo. A dos días del cierre de campaña amenazó a México con subir 25% los aranceles de los productos importados de ese país, si no frenaba el ingreso de personas por la frontera que comparten. Con estos antecedentes es difícil explicar que conectó al electorado latino con Trump. ¿Egoísmo? ¿Cuidar el metro cuadrado propio una vez obtenida la ciudadanía americana? ¿Falta de solidaridad con la propia clase? Difícil saberlo, las razones del alma suelen ser insondables.
La gran diferencia en el marcador electoral (es la primera vez que un candidato Republicano gana en el voto popular en mucho tiempo), Donald Trump la hizo en el caladero de hombres y mujeres blancos sin formación terciaria o universitaria, (57% del padrón). La prédica trumpista de aumentar los aranceles a la importación, atraer nuevamente a las fábricas que se han marchado fuera y exigir más made in USA, ha funcionado. El triunfo Republicano en el cinturón del óxido (Pensilvania, Michigan y Wisconsin, estados de base industrial), confirman el maridaje entre ese discurso y el voto.
Cabe agregar que Trump encontró receptividad aumentada en el votante rural, naturalmente sensible a los problemas de inseguridad, que Trump vinculó con la inmigración.
Contexto
Donald Trump preguntó con frecuencia durante la reciente campaña, si el ciudadano norteamericano de a pie estaba mejor o peor que hace cuatro años. Ese apelativo de fuerte sesgo subjetivo parece haber funcionado. La retórica no es original. La formuló originalmente Ronald Reagan en la campaña de 1980 que lo llevó a la presidencia. Si bien los contextos son diferentes, aquella inflación de hace 44 años era 13,9% anual; bien diferente a la actual, que es del 2,7%. Pero, seguramente hoy, impacten en la memoria y en los bolsillos la acumulación de aumentos en los productos básicos, que desde la pandemia para acá, han registrado un aumento del 25%.
EE.UU muestra signos de vitalidad económica. La tasa de desempleo está bajo mínimos: 4,1%. Los salarios van al alza y este año se espera un 3% de crecimiento del PBI. Estos números parecen desmentir el axioma acuñado por Bill Clinton cuando enfrentó a George Bush y le espetó “es la economía, estúpido”. Recordemos que Bush padre encaraba la reelección como candidato casi invencible, producto del triunfo de USA en la guerra fría. Sin embargo, esa elección se dio en un contexto de recesión.
Es harto evidente que otros factores están incidiendo de manera dramática en los procesos electorales. El fenómeno de las percepciones, ha sido alterado por la irrupción de las redes sociales. Elon Musk, dueño de X, antes Twitter, ha jugado un papel importante como aliado de Trump, creando climas falsos en base a mentiras y distorsionando la toma de decisiones a la hora de votar. ¿Se podrían regular las redes? Debate pendiente.
Por último, es un interrogante saber cuánto impactó en el inconsciente colectivo de los estadounidenses, que Trump sobreviviera milagrosamente a un atentado y escapara de otro. Ambos en la misma campaña.
En definitiva este reentré trumpiano, es festejado con champagne en unas cuantas capitales, por caso Buenos Aires, Tel Aviv, Moscú o Budapest. Cada una por distintas razones. Pero nos quedamos con la reflexión del ex presidente de gobierno español, José María Aznar, insospechado de cualquier posición de sesgo izquierdista: “algo muy serio pasa en el fondo de un país, cuando una persona que ha sido presidente y que es responsable de un asalto al congreso de su país y del intento de un golpe de Estado, es elegido presidente del país. Algo muy profundo pasa en ese país, que hay que mirar, que hay que analizar y que tienen que analizar no solamente los norteamericanos. Todo lo que pasa ahí nos afecta a nosotros de manera determinante. Y tenemos que dedicarle tiempo a eso. A intentar entender qué es eso, qué es lo que ha pasado”.