Nota de opinión: Cosas raras
Por Juan Francisco Risso
Mi inclinación por los casos truculentos me llevó a curiosear sobre la muerte de un hombre sin saberse la causa. Así se dictaminó. Se supone que por allí terminaba todo. Pero detectives curiosos (en el buen sentido) descubrieron que en algunos recipientes de la casa del fallecido había algo que, examinado, resultó ser arsénico. Y de ahí a exhumar el cadáver, porque eso podría comprobarse. Los familiares, previsores, entregaron una urna con las cenizas del difunto, de buen grado, deseándoles suerte con la pesquisa y cagándose de risa para sus adentros.
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Allá fueron los detectives, con la urna en la mano al laboratorio, el forense abrió los brazos y levantó las cejas, mirando a sus interlocutores, cuando su mente retrocedió a la enseñanza secundaria y dijo con vehemencia: “¡Es un elemento… no se puede destruir!”. Se refería a la tabla periódica de los elementos armada por Mendeleieff allá por mil ochocientos y pico. A ver: tras el Big Bang comienzan a aparecer estos “elementos”, siendo el primero el hidrógeno. El más famoso, el carbono, por la cantidad de combinaciones que permite -se habla de “la química del carbono” como rama científica- y así sucesivamente. Ergo, el arsénico tiene prosapia (ocupa el lugar 33 de la tabla), nada que ver con el Zelio. De hecho, está presente en nuestras vidas diarias (creo) en dosis concebidas por el Creador cuando hizo el mundo. Al muerto mío quizá lo pasaron de vueltas.
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De la tabla recuerdo dos cosas. Una, que el autor dejó lugares en blanco para elementos que habrían de descubrirse en algún momento, y que serían, más o menos, así o asá. Y les puso nombre. Se descubrieron (no sé si todos, muchos) pero lo cagaron con los nombres. Otra, las llamadas “tierras raras” (grupo III B). Me intrigaban, y nada me explicaron. Son 17 elementos, que se vienen usando en actividades como metalurgia, vidrio, encendedores, qué sé yo. Pero mutatis mutandis ahora vienen en la cresta de una ola gigantesca, pues se necesitan para todas las cosas hoy de onda: semiconductores, telefonitos, computadoras, misiles y lo que a usted se le ocurra. Ah, y autos eléctricos. En torno a ellas giran USA y China y toda esa guerra comercial. ¿Y sabe dónde hay? En Ucrania. Ahí anda Trump con la calculadora, enojado porque no le entran las cifras en el display: 500.000.- “millones” de dólares. Y a Putin le deja unos lotes que a él no le interesan, y todos contentos.
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Ah… el muerto. Un par de grandes autos blancos con luces azules y la leyenda “sheriff” en las puertas se detuvieron en la casa del muerto y salieron con los familiares, con las manitos atrás, y les agarraban las cabecitas cuando los metían en los patrulleros. Por fuerza tendría yo 9 o 10 años cuando mi vieja me compró Historia de nuestro amigo, el átomo, y decía que una cosa podía dividirse y dividirse hasta que no podía dividirse más, por ser muy pequeña. Eso era el átomo. Hoy puede dividirse con un maquinón (¿el ciclotrón?), pero en la funeraria, ni ahí. Perpetua.