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Promesas de futuro

El 30 de octubre de 1983 el rezo laico del Preámbulo de la Constitución Nacional dejó de ser recitado como una letanía, un mantra, que reunía la esperanza por un porvenir que quería huir de un pasado oscuro y cruel, que estaba ahí, muy cerca, asolando, poniendo en guardia, a los creyentes de una renovada utopía democrática. Ese domingo se hizo tangible, al tener casi a mano las llaves de las puertas de los templos republicanos. Los Concejos Deliberantes; la Legislaturas Provinciales y, a la par de ellos, el Congreso Nacional, las iglesias democráticas por antonomasia, se disponían a sacudir el polvo, a encender sus luces, a flexibilizar sus músculos embotados. Y el 10 de diciembre llegó y la potencia se tuvo que poner en acto, las palabras en hechos y las promesas en realidades. 

 La síntesis del programa democrático era simple “…con la democracia no solo se vota, sino también se come, se educa y se cura…”. El corolario adecuado para acompañar a las oraciones claras, casi perfectas, de ese breve y a la vez universal texto, que antecede y anuncia el articulado de nuestra carta constitucional. 37 años atrás, los deseos superaban con creces las posibilidades reales de una Republica que se ponía en marcha. Por esa razón aquella “primavera” fue breve, a la vez que intensa. Fue una promesa lanzada hacia el futuro, dentro de una botella arrojada a un océano de postergaciones, urgencias, divisiones, expectativas, tensiones y sueños largamente pospuestos. 
 La distancia que nos separa de aquella época, el largo período que transcurrió, desde una joven democracia hasta una, ahora, entrando en una madurez contradictoria y desigual, vuelve a requerir de nosotros y nosotras una renovación de aquella ilusión inicial. El balance es gris, con los soles y las sombras, característicos de una sociedad amiga del destiempo, de la inmediatez y de la pasión, muchas veces arrebatada, como toda pulsión cuando se aleja de una reflexión meditada. 
 La imagen de un sistema consolidado y aburrido, al estilo del mundo desarrollado y de algunos de nuestros vecinos, el Uruguay por ejemplo, no llegó. Y es un estadio todavía lejano. Las deudas son muchas, innumerables, desmedidas, se amontonan y rodean las dependencias públicas, se repiten, no cesan, se acrecientan y no acallan su voz. Es imposible y una intención vana, no recordar aquellos años como un oasis irrepetible, que se volvió árido por el tamaño de nuestras deudas internas, no arremetidas con decisión o solo a medias, con la motivación buena, bien intencionada de cierta dirigencia, nobleza obliga decirlo, o por estar enteramente teñidas por la ambición de un cargo. 
 La Argentina, desaforada y pasional en exceso, pudo vivir esa epifanía democrática, pudo palpar los contornos de esa visión poderosa y republicana. Puede aún, entre los ruidos de una realidad que no da tregua, recuperarla. No es fácil. Hay un texto, con su corolario de barricada, que la invocan, una población que lo necesita y una dirigencia que puede retomar esa promesa de futuro, 37 años después, para comenzar a corregir los daños, los olvidos, que dejó en el camino nuestra vida en libertad. Sin olvidar, claro, que solo ella, nos permite discutirla, acusarla, desafiarla, así como mejorarla, potenciarla para disminuir la brecha más grande que la democracia creó: la distancia entre nuestros anhelos y la realidad de nuestros días.       
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