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La abuela de los cuentos por audio

Adela Cerdán es madre de cinco hijos y tiene en la actualidad seis nietos: uno vive en Italia (Niccolo), que tiene cinco años y con ella compartió hasta ahora sólo diez días, “después no lo ví nunca más, mi marido no lo conoce todavía”. 

Dos que ahora están en Nueva Zelanda (Maite, de 12 años; y Gino, de 10), antes vivían en nuestra ciudad. Uno que nació y vive en Buenos Aires (Astor, de cinco años) y dos que estaban en capital federal y cuando los otros se fueron a Nueva Zelanda se vinieron para Tres Arroyos. 
En definitiva un hermoso combo en el que
“Así que acá en Tres Arroyos tengo sólo dos nietos, los del medio, Francisco y Antonia. Uno tiene siete y la otra acaba de cumplir seis” cuenta no con tristeza sino con una sonrisa que a pesar del barbijo se le nota a Adela. 
Cuando hace el recuento de nietos y edades afirma que “los tengo desparramaditos. Un poquito lejos”. Pero como toda abuela no importa las distancias ni edades.

En cuarentena 
Adela cumplió la primera etapa de la cuarentena a rajatabla, “no nos vino mal quedarnos en casa y los nietos de acá tampoco vinieron. Cuando todo estaba bien los papás los dejaban cada diez o quince días una noche a dormir y yo ahí les leía un cuento… y a los que están en Nueva Zelanda también. Entonces les digo les gustaría que les lea un cuento antes de dormir porque la madre renegaba que no lo querían cumplir… entonces mamá se los hace escuchar”. 

Niccolo vive en Italia y Gino y Maite en Nueva Zelanda (abajo)

Así comenzó esto de leerles un cuento todas las noches a sus nietos a través del celular como forma no solo de que fueran a dormir sino además como manera de sentirlos y sentirse cerca de ellos. 

Francisco y Antonia ahora son tresarroyenses y Astor, porteño (abajo)

Un día, hablando con una vecina de su casa, le pregunta en que ocupaba el tiempo de pandemia Adela, “ah, a la noche les leo un cuento a mis nietos. ‘Hay no les contarías uno a mis hijos’ me preguntó; bueno le dije, te paso el Whatsapp y que lo escuchen. Era un audio nada más. Mis nietos a su vez se lo pasaron a un amiguito y así se fue ampliando el grupo”. 

El grupo de Whatsapp
Otra señora que lo escuchó, le pareció interesante y “me pidió permiso para hacer un grupo. Mirá, le dije, si es para escuchar los cuentos no tengo problema… yo solamente leo un cuento y al que le gusta lo escucha”. Bueno eso tuvo éxito, se empezaron a anotar sumándose gente al grupo al punto tal que desbordó lo previsto. 
Así y manejado desde las redes por otra persona surgieron “Los cuentos de Adela”, el grupo de Whatsapp por el que muchos niños de lugares increíbles escuchan los relatos noche a noche de esta lectora consecuente.
“No me interesa que me conozcan, que sepan quién soy ni nada… es simplemente una abuela que cuenta cuentos y cada chicos, al que le interesa escucharlo, imagina a la abuela o supone como es la abuela que le gusta a él”, demostrando que además de su carisma para leerlos la parte imaginativa tiene en la vida de Adela un contenido muy particular. 
Con ello cada chico imaginará si tiene una abuela lejos y la quiere escuchar, o un personaje que le gusta que le lea o lo que fuera que cada criatura imaginará.
Pues Adela sostiene que “si me conocen ya es otra cosa, es totalmente libre para cada uno que quiera escuchar o no. Entonces me puse a leer un cuento por día, subo el audio y cada uno lo escucha cuando le viene bien”. 
En todo este camino tiene bien claro que para los chicos hay cosas por demás importantes como los Zoom de la escuela, los teléfonos ocupados con los deberes, los Whatsapp de las maestras, el trabajo online de los padres. 
En definitiva los teléfonos hoy tienen múltiples usos y “no se puede pretender que el chico esté con él permanentemente. La idea era que los chicos antes de dormir escuchen un cuento en vez de mirar un vídeo, nada más que eso y eso creció. Sumado a mi voluntad a que creciera, como que regás la plantita y no sabés el tamaño que va a tener”. 

Cerca de los chicos 
El leer los cuentos fue además para ella una forma de mantenerse “ocupada y cerca de los chicos. Una forma de escucharlos todos los días”
Cuando le preguntamos si había devolución después de la lectura, “por supuesto -dice Adela-. ‘Ese cuento de anoche no me gustó’; ‘que nene tonto ese’ o este personaje’ o ‘contame otra vez esta parte que no la escuché’… siempre hay alguna devolución. O ‘gracias’ de alguno de los nenes que las mamás son más comedidas y te ponen ‘gracias’”. 
En cuanto a cómo se vive esto del relato de los cuentos para Adela es “fácil. Todos los días busco un momento de paz, un rato de decirme me relajo, leo un poquito y lo comparto. Amo leer cualquier cosa que tenga números y letras, así que no me cuesta compartir. Más cuando es para chicos, son agradables, lecturas lindas”.

   


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El campo, la niñez, la lectura, sus hijos, su vida
Adela Cerdán es como cualquiera que ha sido hija de una familia de trabajadores. Sus padres estuvieron en el campo, quedó huérfana desde chica de padre e hizo el secundario.
Cuando viajaron de España hacia nuestro país Adela tenía cuatro años y en el barco convenció a los compañeros de viaje que sabía leer. 

Se vé que desde chica Adela se le notaba en acciones la gracia con que hoy lee un cuento

Le decían a su madre, “qué maravilla, su hija lee. Pero yo no leía, sabía de memoria qué podía decir cada viñeta de una historieta porque mis primos y mi hermana mayor en España las leían. Yo los escuchaba, les seguía el orden, la entonación, la puntuación, las exclamaciones. Interpretaba lo que podía decir cada dibujo, hasta pasaba la página… Leía, yo leía sin saber lo que estaba leyendo”. 
Algo que cuando empezó la escuela primaria leer no fue nada, “sólo interpretar el simbolito, el dibujito de la letra” cuenta con una sonrisa que siempre le dibuja su cara. 
Tiene una hermana, “no tenemos a nadie más. Una vida simple. De joven como todos, tenés amigos, algún día vas a bailar; no era mucho de salir pero sí me divertía. Me casé a los 22 años (con Donato Callá), a los 24 tuve mi primer hijo, Angel Lisandro y no paré hasta los 36 porque tuve cinco hijos. Y me quedé en mi casa, siempre ayudé cuando tuvimos imprenta, zapatería, me dediqué a la casa, a colaborar y a criar cinco hijos que no es poco”, tarea que seguro insumiría mucho más que el trabajar afuera con horario.
“Acá se hacía la ropa, se tejían los suéteres, se preparaban los alimentos, nada que se compre, todo lo hacía yo. Viví para eso”. 
Inculcar el afecto 
Una de las cosas que Adela se asombra es la repercusión que tuvo lo suyo; “nunca lo imaginé, no para nada. Ahora lo están escuchando en La Plata, en Río Negro, una cosa que para mí no lo pensaba. Es algo que me hace sentir bien si pero no lo imaginé nunca. Ni tampoco en mi juventud que iba a tener cinco hijos, ni remotamente. Yo me dedicaba a otra cosa totalmente ajena al hecho de ser mamá o tener muchos hijos. En mi casa éramos tres mujeres, mi madre, mi hermana y yo en todo el país. No hay tíos, no hay primos, no hay… Sí tenemos familias de afecto. Tuve abuelos pero a los cuatro años dejé de verlos y eran solamente una carta cada tanto y alguna foto. El vínculo de afecto era por lo que mamá nos decía o repetía o mi hermana mayor me ayudaba a rememorar pero ahí terminaba lo de afectos de tíos, primos. Sí me imaginaba casada, con una familia, no con cinco hijos. Así que a medida que vinieron bienvenido sean, me dediqué a pleno a ser mamá y a inculcarles el amor por los mayores. El respeto por los abuelos y el contacto porque yo veo nenes que ni siquiera saben cómo se llama su familia. Yo traté de inculcarles a mis hijos el origen mío y el de él, de ellos, el amor por lo que son porque uno es todo eso. No solamente que naciste y te criaron. Es un conjunto de todo… mi papá tenía un hermano, no sé, sé que tenía un tío por allá. No digo que seas amigo o que te lleves bien pero conocer los afectos sirve. Hoy las familias me complican un poco a mi pero uno se tiene que ir acomodando… yo tengo varios adoptados”.    
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