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Tres Arroyos, JUEVES 18.04.2024
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Por Valentina Pereyra 

“Vamos a tener una segunda oportunidad, ya nos vamos a volver a encontrar, aunque tenga 50 años te voy a ir a buscar”. 

La sentencia de vida resonó en la inmensidad del campo, se descolgó entre los alambrados, pero no cayó; la promesa se instaló en el corazón de las flores silvestres, de los fardos apilados, del alimento para las vacas que esperaban el ordeñe vespertino. 

No se tatuaron, no hubo un pacto de sangre, no firmaron ningún documento, simplemente se lo juraron, se lo dijeron, se lo prometieron. 

Víctor Francisco D’Annunzio y Guillermina Attema nacieron y vivieron en el campo. Se conocieron en la Escuela 26 cuando tenían siete y ocho años. 

Víctor y sus hermanos -que vivían en una quinta en San Martín al 4600- iban una vez a la semana a rendir sus exámenes y a clases a la misma escuela que tenía a Guillermina como alumna. 

En la Escuela. Víctor y Guillermina se conocieron cuando tenían siete y ocho años

De aquellos momentos de compañerismo escolar hasta un nuevo encuentro pasaron muchos años.

El flechazo 
A los 18 años Víctor conoció a la familia Kolen, inmigrantes holandeses como los Attema, de quienes se hizo amigo. Frecuentando su casa vio por primera vez a Guillermina con ojos de enamorado. Reconoció en esa bella mujer a la hermosa niña con la que jugaba en los recreos escolares. Ella tenía 21 años y él uno más. 

 La jovencita visitaba a los Kolen seguido y Víctor, que conocía esta circunstancia, pasaba, como quien no quiere la cosa, a matear con sus amigos. 

 No tardaron en darse cuenta que estaban unidos desde hacía tiempo, sólo era cuestión de ponerlo en práctica.

 Así comenzaron un noviazgo que duró dos meses. “Mis padres eran muy estrictos y muy antiguos, si me iba aponer de novio tenía que ser de la misma raza y la misma religión” 

Víctor, criollo; Guillermina, descendiente de holandeses. Víctor, católico; Guillermina, protestante. La suerte estaba echada para los enamorados. 

 La separación 
 “Yo respetaba a mis padres y ellos se opusieron al noviazgo, la raza no era tanto problema, pero sí la religión”.
Víctor visitó en su casa a Guillermina durante dos meses, hasta que ella le planteó el pedido familiar. 

“Me dijo que no podíamos volver a vernos, pero le prometí que estaríamos juntos para siempre tarde o temprano” 

Fue tarde en términos de tiempo, pero temprano al tratarse de amor. 

Víctor 
Víctor nació y se crió en el campo, es el mayor de cuatro hermanos. A corta edad asumió el rol paterno cuando su mamá enviudó. Tenía once años cuando se hizo cargo de su hogar y de responsabilidades enormes para su edad. Se criaron con sus abuelos y con un tío que vivía en la quinta lindera que los ayudó mucho. “Fue muy duro los primeros años. Mi mamá no tenía muy buena salud así que trabajo desde los once años y la mayoría del tiempo en el campo”. 

A los 22 años se fue de la quinta familiar por primera vez a trabajar de albañil con un pariente. Nunca había salido de su casa . 

Tuvo varios trabajos, dos años con Osvaldo Goizueta y luego con Calligiuri en el campo. “Fue la mejor época, no era un patrón, sino como un hermano, pero tanto trabajar en el campo un día me cansó” 

El camino siguió por el Frigorífico Anselmo durante cinco años. Viajaba mucho a Suárez a entregar pedidos y fue la oportunidad de conocer a quienes serían su “familia del corazón”. “Cuando dejé el trabajo en el frigorífico mis amigos pensaron que no volvería a verlos, pero se los prometí, y siempre cumplo”. 

Un susto 
En uno de los viajes para el frigorífico hacia Suárez, ya regresando a Tres Arroyos, cerca de la Tigra, lo asaltaron. “Se nos cruzó una moto que frenó adelante del camión y obligó a mi compañero que manejaba a parar. Me apuntó con un revolver y a punta de pistola nos encerraron en la cámara del camión, nos pedían la plata que estaba en la guantera. En el térmico la oscuridad era terrible, hasta que con un encendedor que guardaba adentro pudimos iluminarnos y alcanzamos a hacer señas” Unos chacareros de la zona los vieron, con mucha desconfianza uno paró unos metros delante de donde habían quedado estacionados, buscó ayuda y animados por el cartel del camión térmico que decía Frigorífico Anselmo se acercaron a socorrerlos.

Un dolor 
En 1996 murió el hermano de Víctor en un accidente: “Fue un golpe duro, chocó de frente contra un colectivo, llevaba carne del Centro de Matarifes camino a Chaves”. 

Víctor no vivió en el pueblo hasta ese año, seguía yendo y viniendo a sus distintos trabajos desde el campo, en bicicleta o caminando, si llovía mucho con botas y equipo de agua porque los caminos estaban muy embarrados.
Cuando se fue del Frigorífico ingresó a trabajar en la Terminal, allí donde se cruzan los caminos y los destinos. Al hombre de campo, el trabajador incansable, le llegó a la edad jubilatoria y se retiró para disfrutar de la visita a sus amigos y familia y del hogar que formaron hace 26 años con su esposa. 

Guillermina 
Guillermina se crió en el tambo de sus padres hasta que fueron tan viejitos que necesitaron vivir en la ciudad para recibir mejor atención. Tuvo nueve hermanos de los que viven cuatro. Estuvo al lado de sus padres y los cuidó hasta su último suspiro. 

 Sus hermanos se fueron casando y partieron hacia otros campos, algunos para seguir la tradición tambera de la familia. 

 Los padres de Guillermina, ya mayores, no podían vivir solos en el campo, así que decidieron ir a la ciudad. Primero se instalaron los tres con Delia, otra hija del matrimonio de ancianos, después en una casa de la calle Vélez Sársfield donde su papá sólo vivió una semana. Era el año 1984. 

Guillermina nunca dejó de trabajar limpiando casas, siguió su vida junto a su madre que falleció en1992. La tarea diaria y la iglesia ocupaban sus horas.
“Cuando mis padres murieron alquilé mi casita y me fui a vivir con mi hermana Delia y ahí fue que me enteré que Víctor trabajaba en la terminal, una vez que fui a despedir a una sobrina y lo vi”. 

El hombre de 45 años trabajaba en el horario nocturno y estaba a cargo también de la recepción de los llamados. Un día sonó el teléfono y reconoció la voz del otro lado del auricular. 

 Ambos eran solteros. 

Sin impedimentos
“Ni la raza, ni lo religioso podían separarlos, ahora era el momento de estar juntos”. 
La despedida con promesa hecha al pie de la tranquera del tambo de la familia Attema cobraba realismo veinte años después. 

No tenían la misma ascendencia, tampoco profesaban el mismo credo, sólo tenían los corazones partidos. La mitad de Guillermina era de Víctor y la suya de ella. 

Dos personas maduras, solteras, él 45 y ella 44, dos seres que se esperaron y cumplieron con su palabra. 

Pasó un año y medio de noviazgo y se casaron por civil ante los ojos del Dios del amor que los unió en 1996 y se fueron a vivir a la casa que habitan en Viamonte al 1000. 

Guillermina tiene 68 años y Víctor 69; ambos están jubilados y se entretienen ayudando en la quinta de un hermano de Víctor que vive en el mismo lugar donde nacieron. Hacen salsa de tomate y Guillermina se entretiene con los perros que le gustan mucho desde que era chica. 

“Este fue un año que no vivimos muy bien, extrañamos la visita a la familia y a los amigos. Ya no se usa ir de visita, pero nos gusta”. 

En el patio de su casa hay plantas, árboles y mucho orden y limpieza. Se respira el aroma inconfundible de la primavera que espera al verano con ansias. Víctor sirve unos vasos de un refresco natural y corre hacia su fogón a buscar una botella de tomate que envuelve el papeles de diario viejos de La Voz del Pueblo, del que se declara fan. Despliegan las fotos que cuentan su historia, el grupo de alumnos de la Escuela 26, los asados de la Peña “El Pantanito”, las fiestas, los cumpleaños y su casamiento. Sonríen con cada anécdota y se emocionan ante los recuerdos de las pérdidas que los hicieron fuertes y distintos. Están orgullosos de la palabra empeñada. Se iban a volver a ver, se iban a volver a juntar, se iban a seguir amando. 

“No nos podemos quejar, aprendimos mucho y tenemos cualquier cantidad de amigos acá, y en la zona, somos felices”. 

La peña “El Pantanito” 
En la peña. Ex alumnos se encontraban en la calle, en medio de un pantano, cerca de la Escuela 26
Epígrafe 

 Tres ex alumnos de la Escuela 26 decidieron juntarse para comer una vez al mes y recordar tiempos de la niñez. Las quintas donde alguna vez vivieron se habían vendido, así que no había un lugar donde encontrarse. Decidieron hacerlo en una calle en medio de un pantano, en la zona cercana a la institución educativa que los reunió. Así nació La Peña “El Pantanito”.
“Empecé a ir hasta que se agregaron otros más” dice Víctor D´Annunzio. “Fui invitando a otros y cuando los que la habían iniciado se cansaron le dejaron la peña a cargo de Víctor”. 

 En la actualidad ya no están en el pantano entre los cardos y la paja brava, con brazas al reparo de un improvisado fogón campero, se juntan en su casa o en otros lugares cerrados pero con el mismo espíritu del pantano. Hace 32 años.  
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